domingo, 10 de junio de 2018

THE GAME SHOW: CAPITULO 16





Acababa de salir de la ducha cuando oyó un estrépito seguido de un llanto. Sé envolvió en una toalla y salió disparada.


—¿Qué ha pasado?


Pedro tenía a Chloe en brazos.


—Nada, se ha soltado de la trona y me ha tirado el café de la mesa. Ha tenido suerte porque estaba frío. Sólo se ha asustado.


—Tú sí que has tenido suerte —le corrigió Paula—. No puedes perderla de vista ni un segundo. No puedes darle la espalda. ¿Qué habría pasado si se hubiera roto la taza o el café hubiera estado caliente?


—No ha pasado nada de eso —Pedro dejó a Chloe para recoger el estropicio—. Supongo que nunca hace nada cuando está contigo…


—No estamos hablando de mí.


—A lo mejor deberíamos.


—¿Qué insinúas?


—Que tú eres la que te has levantado de muy mala uva.


Las niñas los miraban sin perder detalle.


—Me pongo de mal humor cuando duermo poco.


—Me parece que es algo más que la falta de sueño.


Paula decidió que si quería hablar claro iba a oírla.


—Macarena, llévate a tu hermana al dormitorio y vístela, por favor. Pedro y yo tenemos que aclarar algo.


—A mí me parece una pelea —farfulló Macarena mientras sacaba a su hermana de la cocina.


—Perfecto, adelante —le propuso Pedro.


Paula miró la cámara que había en la cocina y luego el reloj de pared. Eran las nueve menos cuarto y Joel y su equipo llegarían a las nueve. 


Tenía tiempo de sobra, pero no quería que todo quedara grabado.


—Por aquí —dijo Paula mientras salía de la cocina.


Sólo había dos sitios sin cámaras, el cuarto de baño y su dormitorio. Eligió el primero. Si había contado con evitar la intimidad del dormitorio, se había equivocado de medio a medio. Estaba delante de él cubierta sólo por una toalla y con el pijama y las bragas tiradas a sus pies. Pedro pareció darse cuenta y tragó saliva.


—Olvidémonos de todo —dijo él con una mirada mucho menos beligerante.


—No —rechazó ella tozudamente.


Tenía que demostrar que podía ser madura y racional aunque sólo llevara encima una toalla y estuviera en un cuarto diminuto y húmedo con un hombre muy atractivo.


—Creo que tenemos que entendernos —añadió Paula con un hilo de voz.


Pedro se obligó a no mirarla más abajo de las clavículas. Era la mujer más cabezota que había conocido, pero eso no impedía que las formas que se intuían debajo de los rizos de la tela le dispararan la imaginación.


—Muy bien. Suéltalo.


Intentó parecer todo lo tranquilo que no estaba. Ese fin de semana iba a ser muy complicado.


—Creo que no es mucho pedir que no traigas a personas del otro sexo a mi apartamento durante el tiempo que dure el programa.


Lo dijo tan remilgadamente que estuvo a punto de olvidarse de que estaba medio desnuda delante de él.


—¿Tú nunca traes a personas del otro sexo?


Pedro se acercó a ella.


—Eso no viene a cuento.


—Siento no estar de acuerdo. Estamos poniéndonos en el lugar del otro. Yo hago lo que tú haces. ¿Nunca te diviertes?


—¿A qué llamas divertirse?


Cuando se ponía hipócrita, resultaba muy sexy. Pedro se acercó un poco más. No supo por qué lo hizo, pero metió un dedo por dentro del borde de la toalla y la atrajo hacia sí.


—Ya sabes… —la besó delicadamente en la mejilla—. Divertirse…


Pedro se apartó lo suficiente como para ver que Paula tenía los ojos como platos. Las respiraciones se entrecortaron y Pedro la besó en los labios. Notó que ella le ponía las manos en los hombros y le pasaba los dedos por el pelo. 


Entonces, Pedro notó que la toalla había caído al suelo.


Pensó que el pudor impediría que ella se apartara en ese momento y decidió aprovechar la situación.


Le acarició la espalda y los costados hasta posar las manos en las delicadas curvas de las caderas.


—¿Qué… qué haces? —susurró Paula.


Pedro no contestó porque él tampoco lo sabía muy bien. 


Quería más. Más de eso, naturalmente, pero también más de algo que lo había atraído desde la primera vez que la vio. 


Intentó olvidarse y volvió a besarla dejándose arrastrar por el instinto y la pasión. Cuando terminó el beso, Paula estaba apoyada contra el lavabo y él intentaba quitarse la camisa. 


En ese momento, llamaron a la puerta de la calle.


Pedro soltó un improperio y cerró los ojos. 


¿Cómo podía haberse olvidado de dónde y con quién estaba? Tenía que competir con ella, no seducirla. Ninguna mujer, ni su ex prometida, había conseguido que perdiera la noción de la realidad y la responsabilidad.


Miró a Paula y comprobó que ella estaba tan perpleja, sorprendida y excitada como él. Eso le produjo cierta satisfacción mientras ella lo apartaba un poco y se agachaba para recoger la toalla. Cuando se levantó, le dio la espalda y se cubrió bien. Un caballero no habría mirado su reflejo en el espejo, pero Pedro no pudo evitarlo. 


Era perfecta.


Ella se sonrojó al encontrarse con su mirada en el espejo.


—Pero… ¿cómo…?


Él no tenía respuestas e intentó parecer desenfadado.


—Sólo quería explicarte lo que es divertirse.


—Para ti todo es un juego, ¿verdad? Hasta esto.


—¿Qué podría ser si no?


La respuesta pareció frívola, aunque él se sintiera todo lo contrario. No estaba preparado para analizar sus sentimientos. No estaba preparado para reconocer que los sentía.


—Olvida la pregunta.



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