lunes, 7 de mayo de 2018

CARRERA A LA FELICIDAD: CAPITULO 9




Según iban pasando las semanas, Pedro Alfonso decidió que Sam Elliot le había hecho un favor al dejar el puesto, pues Paula era mucho mejor que él. Se anticipaba a sus necesidades y los materiales aparecían como por arte de magia sobre su mesa incluso antes de que se los pidiera. Sabía comportarse en cada momento de acuerdo con las circunstancias. Pedro empezó a congratularse de su buena suerte y a delegar en Paula como si de su mano derecha se tratara.


Una mañana, buscando en el último cajón de su escritorio, le distrajo la visión de un par de piernas y unos zapatos negros de salón que acentuaban unos esbeltos tobillos y unas largas y estilizadas piernas.


—¡Buenos días, jefe!


Levantó la cabeza con un movimiento brusco. 


Eran las piernas de Paula, y lo cierto es que no se había enterado de que las tuviera tan bonitas y bien torneadas.


—Su café, señor; mejor que se lo beba antes de que se le enfríe. ¿Qué está buscando?


—El informe Sutter —aunque en ese momento la estuviera mirando a ella; parecía más alta y más delgada, y ya no llevaba mocasines.


—Oh, me imaginaba que lo querría; ahora mismo se lo traigo.


Le echó un buen vistazo cuando se volvió a un archivador a buscar el archivo; estaba muy elegante con aquel traje de chaqueta negro y aquel pañuelo al cuello. Al inclinarse a buscar el archivo, la falda se abrió ligeramente, ofreciéndole una vista mejor de sus piernas enfundadas en medias negras. ¡Dios mío, qué piernas! ¿Cómo no se había dado cuenta hasta entonces?


En cuanto la vio se dio cuenta del corte de pelo.


—Me gusta —le dijo unos días más tarde cuando entró a su despacho.


Aquel corte le enmarcaba perfectamente su menuda cara y hacía que los ojos color avellana parecieran mayores. Además, se dio cuenta de que ya no lo tenía castaño sino de un color más luminoso, veteado de algunas mechas doradas.


—¿Te lo has teñido? —le preguntó vacilante.


Paula sonrió.


—Se llaman transparencias, y son el toque final… el remate del envoltorio.


—¿Del envoltorio?


—Cuanto más bonito sea el envoltorio, más atrayente será el cebo —bromeó, guiñándole un ojo; luego se tocó los cabellos y abriendo mucho los ojos le preguntó—. ¿Cree que… me favorece?


—Claro, te queda muy bien.


«Demasiado bien», pensó, rechazando de repente la idea del cebo.


¡Maldita sea! ¿Es que aún continuaba a la caza de un marido?


 —Muy bien, déjame echarle un vistazo al programa de la conferencia de San Francisco —dijo bruscamente.


—Aquí lo tienes —dijo, volviendo a adoptar aquel aire de eficiencia.


Le tendió los papeles y se sentó junto a su mesa.


Pedro intentó concentrarse en lo que tenía entre manos, pero no parecía poder quitarle los ojos a Paula. ¡Dios mío, era una chica bastante guapa! Le extrañaba no haberse enterado antes.


Paula se dio cuenta y se deleitó su mirada de admiración. ¡Loraine tenía razón!


—Estas mechas van a causar furor, chica —le había dicho Loraine—. Espera a salir a la calle y ya verás como no pasa un hombre que no se pare a mirarte.


Al preguntarle antes si le había gustado, él había contestado que sí, pero en ese momento Pedro estaba tan hipnotizado por su pelo que no podía quitarle ojo para centrarse en algo tan importante como el programa de la conferencia.


Le gustaba su nuevo aspecto y Paula estaba feliz, regodeándose por el hecho de haberlo complacido.


¡No! ¡No era por él! Era, bueno… que todo aquel dineral había valido la pena. Todos aquellos extenuantes ejercicios, la dieta, el maquillaje… 


Si su nuevo aspecto dejaba boquiabierto al serio de Pedro Alfonso, tendría el mismo efecto sobre otros hombres.


—Esto es muy grave —dijo él de repente—. El terremoto, la compañía aseguradora y la responsabilidad gubernamental.


¿Por qué tenía esa expresión de confusión dibujada en su rostro? ¿O era más bien de irritación? Se trataba de ambas. Estaba confuso e hipnotizado después de fijarse bien en Paula, e irritado porque no era capaz de dejar de mirarla.


Pero le costó un tiempo hasta que empezó a hacerse a aquella nueva imagen. Después, cuando lo acompañó a varias reuniones y conferencias, se dio cuenta de que otros hombres también notaban su presencia. Advirtió que estaba demasiado pendiente y, por alguna e inexplicable razón, le irritaba que la miraran de aquella manera. Pero Paula continuaba tan extrovertida como era habitual en ella, moviéndose entre todos aquellos ejecutivos como pez en el agua, sin ningún ánimo de coquetear ni de darse por aludida ante cualquier insinuación que no fuera estrictamente profesional.


Aquello le hizo sentirse aliviado y se tranquilizó, sintiéndose orgulloso de ella. Le gustaba tener como auxiliar a aquella atractiva y competente joven y disfrutaba de las miradas de envidia de sus colegas de conferencia.


Hasta San Francisco.


Paula se alegró cuando le pidió que lo acompañara a la conferencia. Nunca había estado en California y la reunión se celebraría en una de las ciudades más fascinantes. Esperó tener tiempo para visitar el barrio chino y algún que otro lugar de interés.


Al principio, pensó que no tendría tiempo de hacer turismo. Fue una conferencia muy interesante y con un alto nivel de participación. 


Varias compañías de seguros habían enviado a empleados clave, todos ávidos de empaparse del significado de las nuevas normativas para poder formular los paquetes de seguros más avanzados. El segundo día se topó con Sam Elliot.


—¡Paula! —exclamó—. No me creo que seas tú.


—Pues soy yo —dijo, echándose a reír—. No esperarías que me quedara de recadera toda la vida, ¿no?


—No, pero… —vaciló, mirándola sorprendido—; sólo es que no esperaba…


—No esperabas que tomara el puesto que tú dejaste, ¿verdad? —lo pinchó—. No pensaste que pudiera tomar el puesto de Auxiliar Jefe del exigente Pedro Alfonso, ¿eh?


—Oh, sé que puedes hacerlo; nadie sabe mejor que yo la cantidad de veces que me salvaste el pellejo.


—Entonces, no pongas esa cara de sorprendido, sinvergüenza. Me miras como si fuera una aparición.


—Ay, no, nena… Paula, ¿qué has hecho para estar tan guapa? —dio un paso atrás para mirarla mejor.


Paula enrojeció de los pies a la cabeza. Nadie le había llamado nunca guapa, y oírselo decir a Sam Elliot, que sabía que tenía mucha experiencia, le hacía sentirse, bueno… que no cabía en sí de alegría.


—¡Adulador! ¡Eso se lo dirás a todas!


—Tú me conoces bien, querida. No sabes cuánto me alegro de verte; déjame que te invite a comer por los viejos tiempos.


—Gracias Sam, pero… es que me quedan sólo dos horas antes de la siguiente reunión y me gustaría aprovecharlas. Quería ver el barrio chino; me han dicho que no está muy lejos… ¿Es por ahí?


—Eso es. Pero no me atrevería a dejarte marchar sin compañía —le echó el brazo—. Veremos los sitios más interesantes e iremos también a comer… en Fong Lue; te gustará.


Nunca había visto nada igual a aquella multitud de pequeños comercios y puestos callejeros. Allí se vendía de todo: hierbas, verduras y otros alimentos; había también tiendas de curiosidades donde se paró a comprar algunos recuerdos.


Había miles de personas allí, vestidos a la manera occidental, pero la mayoría hablando en chino. Se sintió fascinada por el tono de aquella lengua desconocida que sonaba como una canción.


Comieron en Fong Lúe, donde Sam demostró el dominio de los palillos e intentó enseñarle.


—No importa —dijo Paula al tiempo que los granos de arroz se le resistían—; pídeme un tenedor.


Mientras él mismo le daba de comer con sus palillos le fue contando lo que hacía en esos momentos.


—Me las tengo que valer por mí mismo en esta nueva empresa, puesto que ya no tengo tu apoyo. Dime, ¿te gustaría trabajar con nosotros? Podría conseguirte…


—¡Déjalo! —le dijo riendo—. Ya tengo bastante con lo que hago.


Sabía que si continuaba así con tanto viaje, se iba a acostumbrar mal y no deseaba verse atrapada en el mundo de los negocios de manera que perdiera el norte y dejara a un lado su objetivo… el matrimonio.


Disfrutó mucho de la salida con Sam y volvió más relajada, lista para concentrarse en la reunión.




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