lunes, 7 de mayo de 2018
CARRERA A LA FELICIDAD: CAPITULO 10
Sam la acompañó a la sesión que trataba de responsabilidades gubernamentales en los desastres nacionales y tomó asiento a su lado. Pedro, sentado al otro lado de ella, saludó a Sam efusivamente, se interesó por su trabajo y lo felicitó por su evidente progreso. Tras todo eso se volvió a ella.
—¿Dónde te has metido? He estado comiendo con el Comisario de Seguridad Nacional y quería que te hubieras unido a nosotros.
—Lo siento —le contestó—, no lo sabía. He estado haciendo un poco de turismo en el barrio chino.
—¿Tú sola?
—No, Sam se vino conmigo y me llevó a comer a un restaurante. ¿Sabías que es un experto manejando los palillos? Ah, además, he comprado unos juguetes monísimos para Bety y Teo.
—Oh, ya veo, qué bien… —contestó, aunque no puso muy buena cara.
Cuando la reunión terminó, Sam se inclinó hacia ella.
—Oye, Paula, hay una discoteca estupenda cerca del muelle que tiene un gran conjunto de jazz. ¿Te apetece ir a bailar?
—¡Oh, me encantaría! —contestó levantándose—. Dame una hora para que me arregle.
—Muy bien, veamos, son las cinco y media. Te veré en el vestíbulo a las…
—Lo siento, Sam —interrumpió Pedro—, pero Paula va a estar bastante liada esta noche. Tenemos algunos datos que repasar antes de la sesión de mañana. Espero que no te importe.
—Oh, claro, es decir, no hay problema. No quisiera interferir en los negocios —dijo Sam, aunque su mirada parecía decir algo totalmente diferente. ¿Qué le habría inducido a mirarlo así?, pensaba Paula.
Estaba avergonzada, confundida y bastante decepcionada.
Se mantuvo en silencio hasta que Sam desapareció entre la muchedumbre; luego se volvió hacia Pedro y le preguntó:
—¿Qué datos son esos?
Parecía de repente avergonzado.
—Bueno, pensé que deberíamos… es decir, que necesitamos…
—¡Pedro! No te había visto desde la conferencia de París. ¿Qué tal van las cosas? —un hombre fornido se adelantó para darle la mano.
—Lincoln, me alegro de verte. ¿Conoces a mi auxiliar? —dijo Pedro, haciendo un gesto apropiado en dirección a Paula.
Otras personas parecían estar deseando hablar con él. Una rubia bastante atractiva le sugirió que se uniera a su grupo tras la cena, pero él se excusó diciendo que tenía trabajo. Se mostró cordial con todo el mundo, discutiendo con interés los diversos aspectos de la sesión y escuchando las opiniones de sus colegas. Ni una vez se olvidó de presentar a Paula o de incluirla en la conversación, como si temiera que se escapara.
Pero no tenía por qué preocuparse, pues no se iba a mover de allí hasta que le diera una explicación. ¿Qué datos serían aquellos?
Cuando los demás se hubieron dispersado y se dirigían a los ascensores volvió a preguntarle.
—¿A qué diantres te referías antes? ¿Qué es lo que tenemos que repasar esta noche?
Carraspeó y habló con decisión.
—La sesión de mañana es muy importante; las responsabilidades del gobierno frente a las demandas de los seguros en caso de producirse desastres naturales. Pensé que sería mejor preparar las preguntas que vayamos a formular.
Lo miró desconcertada.
—Ya preparamos todo eso en el avión, ¿no?
—Lo sé, pero debemos estar alertas —vaciló, colocándose derecha la corbata—. Y por si acaso te ibas a pasar toda la noche tonteando por ahí…
—¡No es mi costumbre pasarme de la raya! —de pronto se dio cuenta de que había gente esperando el ascensor y bajó la voz—. Además, no estoy tan débil para que una noche bailando me deje tan exhausta y…
Dejó de hablar al entrar en el ascensor y ambos permanecieron en silencio, pero cuando se bajaron en el piso donde estaban ambas habitaciones continuó.
—La verdad, Pedro, creo que soy capaz de pasar un par de horas divirtiéndome por la noche y estar fresca a la mañana siguiente. No soy tonta ni tampoco estoy tan obsesionada con el trabajo que no pueda… —se le quebró la voz e hizo un gran esfuerzo por controlarse; al fin y al cabo estaba allí por motivos de trabajo—. ¡No importa! ¿Vamos a trabajar después o antes de la cena?
Él la observaba detenidamente.
—Esto… bueno, quizá no tenga tanta importancia; podemos dejarlo.
—¿Dejarlo? ¿Ahora que… ?
—¿Ahora que te he estropeado la noche?
—Sólo es que Sam iba a llevarme a bailar y yo…
—Tenías muchas ganas de ir, ¿verdad?
—Pues… bueno, sí. Me encanta bailar y hace mucho que no… Ay, da lo mismo; en serio.
—Muy bien, maldita sea, si quieres ir a bailar, iremos a bailar.
Lo miró de hito en hito, perpleja.
—Bueno, no te quedes ahí —le señaló la puerta de su habitación con la cabeza—. Vístete; Sam Elliot no es el único que sabe bailar, ¿sabes?
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