sábado, 12 de mayo de 2018

CARRERA A LA FELICIDAD: CAPITULO 24




Cuando Clara llamó aquel miércoles por la mañana, Paula estaba en el despacho de Pedro pasando unos documentos de su cartera a la de su jefe. El plan había sido que lo acompañara a la reunión en Hawai, pero él había cambiado de opinión en el último momento.


—Es una reunión rutinaria, nada importante. Creo que preferiría que te quedaras aquí.


No había nada tan urgente por lo que necesitara quedarse y lo cierto era que se había ilusionado con el viaje. Nunca había estado en Hawai y todo el mundo decía que era precioso.


—Claro, jefe, lo que digas —había sido su jovial respuesta.


De repente sonó el interfono sobre la mesa del despacho y Paula contestó.


—¿Sí?


—Es para ti, Paula, una tal señora Wells. Dice que es urgente.


—¡Mary! Ahora la atiendo, gracias.


Descolgó el teléfono.


—¡Paula! —era Clara—. Tengo que hablar contigo.


—Muy bien, pero ¿puedo llamarte dentro de un rato? Estoy bastante…


—Se trata de George —dijo Clara; Paula se dio cuenta de que estaba llorando—. Él… creo que… tiene a otra.


¡Oh, no!


—Lo dudo. Bueno, escúchame, te llamo ahora mismo. Me pillas haciendo algo —colgó el teléfono antes de que Clara pudiera protestar—. Lo siento, era mi cuñada, quiero decir, Clara —corrigió.


No sabía por qué le había dicho nada pues de nuevo parecía estar ajeno a todo. La estaba mirando, pero era como si mirase a través de ella y en su rostro se marcaba aquella expresión alicaída que había tenido toda aquella semana. 


Aquello le recordó lo que le había estado diciendo antes de llamar Clara.


—Como te iba diciendo, serán sólo un par de reuniones. Creo que podrías aprovechar y relajarte un poco durante este viaje, ya sabes, ir a la playa…


—Oh, lo siento. ¿Qué estabas diciendo?


—Que te hace falta relajarte y divertirte un poco. Llevas una temporada que no paras y por eso te estaba sugiriendo que te quedaras unos días más en la playa tomando el sol, nadando…


—Me parece una buena idea.


—¿Te quedarás entonces?


Se encogió de hombros.


—¿Por qué no?


—Bien, voy a cambiar la reserva inmediatamente; el vuelo de regreso para el martes, ¿vale?


Asintió sin entusiasmo.


—¡Y no te atrevas a volver antes del martes!


Le dedicó una picara sonrisa y volvió a su despacho. Sí, y lo dejó llevándose consigo la luz del sol, pensaba Pedro.


¡Dios mío, se estaba poniendo demasiado sentimental! Él no era un hombre dado a los sentimentalismos y tampoco de los que se arrepienten por los fallos cometidos. A veces uno pierde, a veces gana, pensaba, pero hay que seguir adelante.


Pero en esa ocasión… ¿Cómo podía dolerle tanto perder un juego en el que ni siquiera había participado?


Eso era: nunca había entrado en el juego. ¿Y por qué no? ¿Por qué no se había dado cuenta de que ella era la única mujer a la que podría amar? Había estado tan cerca de ella durante todo un año, durante tres años si contaba los dos que hizo de chica de los recados, pero no se había dado cuenta hasta entonces. Como buen hombre de negocios, lo único que sabía desde un principio era que sería un estupendo auxiliar.


Pero sus besos… ¡Dios, jamás se había excitado tanto con los besos de otra mujer!


¡Y él que se había reído de aquello del anzuelo para pillar marido! Había caído en la trampa igual que Daniel.


Echó la silla hacia atrás, se puso de pie y fue hasta la ventana.


En realidad, el matrimonio no le convencía; lo cierto era que había jurado no cometer nunca el error de casarse. Pero sabía que sí ella lo deseaba y le daba la oportunidad, le pondría un anillo al dedo. Si ella lo deseara se jubilaría incluso; no tenía tanto dinero como Daniel, pero… Pero el juego había terminado y su mejor amigo había resultado vencedor. ¡Qué asco! 


Tendría que empezar a buscar una nueva auxiliar. Resultaba bastante peligroso estar cerca de ella en la oficina, ni que decir tenía que de viajar juntos nada.


¿Paula y él juntos en Hawai? No podía arriesgarse a hacer eso; Daniel era un buen amigo.



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