viernes, 11 de mayo de 2018

CARRERA A LA FELICIDAD: CAPITULO 23




—¿Adivina qué, señorita Chaves? Me han trasladado a un sitio nuevo.


—¡Qué bien! —Paula levantó la vista de la mesa y sonrió a Jefrey.


—Sí, es el mejor sitio donde he estado nunca. Estamos solamente cuatro en una casa grande y cada uno tiene su propia habitación.


Paula frunció el ceño.


—¿No hay ningún adulto con vosotros? ¿Estáis solos los cuatro?


—Oh, no; estamos en casa del señor y la señora Johnson. Él da clases de matemáticas y ella es ama de casa. Están apuntados a una especie de plan de reinserción y motivación para jóvenes. El señor Glover me metió allí con la condición de que trabajara aquí, y el señor Alfonso dice que puedo trabajar media jornada incluso cuando empiecen las clases. Es un programa en el que te enseñan una profesión, ¿entiende?


—Entiendo; tú aprendes y los demás te enseñan o te entrenan.


—Sí, eso es lo que se hace. El señor Alfonso me dio un ordenador que…


—Te dio un ordenador.


—Sí, y voy a aprender cómo hacer cálculos igual que hacen en el Departamento de Finanzas. El señor Alfonso dice que es allí donde me va a poner si voy bien en matemáticas. Me gusta estar aquí con usted, pero él dice que no querré ser un recadero toda la vida.


—Claro. Oh, buenos días, jefe —sonrió a Alfonso que entraba en ese momento a grandes zancadas en el despacho.


Se limitó a asentir con la cabeza brevemente y se fue directamente a su despacho.


—Llévale este paquete a Alexander —Paula le dijo a Jefrey—. Y yo creo que le voy a llevar al señor Alfonso su café.


Le gustaba cuidar de él; siempre estaba tan ocupado, tan acelerado, siempre alerta para que todo saliera bien. Él se había dado cuenta, antes que ella, que valía para lo que hacía. Además, a decir verdad, le gustaba el trabajo.


¡Aunque la verdad, no pensaba dejarse atrapar por aquel empleo! Desde luego que no. Tan pronto como se casara, y probablemente sería en unas pocas semanas, lo dejaría. Quizá debiera decírselo cuanto antes para que pudiera ir buscando un sustituto. Enseguida le llevó el café, muy caliente como a él le gustaba.


—¡Aquí tienes el café, jefe! —sonrió y sacó su cuaderno de notas—. Veamos, tienes una reunión con Finanzas a las diez. ¿Quieres que vaya yo? Luego tienes una cita con Davis en Perry's y… —hizo una pausa.


No la estaba escuchando sino que la miraba fijamente, como si estuviera pensando en otra cosa.


—Felicidades, señorita Chaves.


—¿Felicidades? ¿Por qué?


—Lo conseguiste, ¿eh?


Se puso tensa; no le gustaba en absoluto cómo la miraba.


—No sé de lo que estás hablando.


—Estoy hablando de manipulación, señorita Chaves.


—¿Manipulación?


—Me refiero a lo bien que ha hecho su papel de cebo.


—¿De cebo?


—Sí. Creo que la ayudé a que consiguiera un préstamo para llevar a cabo ese infame plan.


Entonces cayó.


—No fue un plan infame.


—¿No? ¿Va a negar que planeó conscientemente atraer a un hombre? Espere un momento, dijo que quería uno que fuera rico y que no trabajara demasiado para que pudiera pasar tiempo con la familia.


—No, no lo niego —dijo muy enfadada; pero, ¿por qué lo sacaba a relucir en ese momento?—. Ése es el tipo de hombre con el que me gustaría casarme.


—Y lo ha encontrado, ¿no?


Debía de estar hablando de Daniel, pensaba Paula.


—Quizá —dijo con los labios apretados.


—Muy rico. Además, no es un vejete achacoso tampoco; es lo suficientemente joven como para hacer hijos, ¿verdad?


Se mordió los labios, intentando controlarse.


—Muy bien, he tenido suerte, pero, ¿por qué estás tan enfadado?


—Porque la suerte no ha tenido nada que ver con todo ello. Ha sido algo manipulado.


—¡Quieres dejar de utilizar esa palabra! Yo no he manipulado a nadie para que haga nada.


—Sí, sí que lo hiciste. Te colocaste de cebo y cazaste a un pez muy gordo. ¿Y qué hay del amor?


—¡No te preocupes por eso! Amaré a mi esposo; tengo planeado quererlo todo lo posible.


—¡Ja! El amor no es algo que se planee; es algo que se mete en tu ser antes de que puedas darte cuenta, una sensación que te atrapa con fuerza, algo apasionado, que te consume… algo doloroso —hizo una pausa y la miró.


¡Maldita sea! Estaba enamorado de ella. Era por eso por lo que estaba actuando como un idiota y la razón por la que le estaba haciendo daño. 


Estaba loco de celos.


—Perdóname —susurró—. Yo… no sé lo que me pasa —intentó sonreír.


Ella no contestó.


—Supongo que me ha entrado miedo —dijo— al pensar que iba a perder a mi mejor ayudante.


—Quizá deberíamos ir pensando en encontrar un sustituto.


—¡No! —dijo con tanta fuerza que ella lo miró atónita—. Yo… bueno, quiero decir, no me apetece encargarme de eso ahora. He pasado un fin de semana horroroso.


—Lo siento. ¿Quieres que vaya a la reunión de Finanzas?


—Por favor, y cancela la cita con Davis, ¿vale? He tenido un día horrible.


—Pero… —se calló; no quiso decirle que el día acababa de empezar—. ¿Por qué no te juntas con Davis? Así no tendrás un día demasiado agobiante.


Al salir del despacho, Pedro se dio la vuelta.


—Olvida lo que te he dicho del cebo, ¿vale?


—Claro.


—Y… sé feliz. Daniel es un tipo estupendo.


—Gracias.



1 comentario:

  1. Mmmmmmmmmmmmmmm pobrecito Pedro, está muy celoso. Que active y listo, si Pau no ama a Daniel.

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