sábado, 12 de mayo de 2018

CARRERA A LA FELICIDAD: CAPITULO FINAL





Tenía que hacer que Paula desapareciera del despacho; no deseaba verla a diario. Los días pasados habían constituido una verdadera tortura. Paula había desempeñado su trabajo bien, incluso mejor que de costumbre, pero estaba que se subía por las paredes con aquella eficacia suya. Sobretodo porque la había deseado más allá de lo confesable. No había sido capaz de admitirlo en voz alta, y desde luego ya era demasiado tarde para hacerlo.


Debería haber buscado una sustituía cuando todo aquello empezó a írsele de las manos.


¿Y cuándo fue exactamente?


Posiblemente después del primer beso cuando fue a su apartamento aquella tarde. Sólo había sido un beso de agradecimiento, ligero como una pluma, pero le había hecho estremecer de arriba abajo. Lo malo fue que él no le había prestado atención, y las demás veces…


¡Maldita sea! Buscaría una sustituta nada más llegar a la oficina.


Paula haría un buen papel en la nueva sucursal en New Haven, donde rara vez tenía que ir.


Se preguntó cuándo se retiraría a algún remanso de lujo con Daniel.


Al llegar a la oficina la mañana siguiente, Paula estaba en su puesto, como de costumbre.


—Buenos días, señor Alfonso —le llegó su alegre tono de voz—. He cambiado la mezcla de café esta mañana, espero que le guste.


—Gracias, supongo que sí —dijo distraídamente, concentrado en lo que le iba a decir—. Paula, ¿te importaría sentarte?


Lo hizo, estudiando la expresión de su rostro, poniéndole nervioso.


—He estado pensando en el asunto de tu promoción profesional —dijo carraspeando ligeramente.


—¿Mi promoción profesional?


—Bueno, pues sí.


¿Por qué lo miraba como si acabara de abofetearla? Aquella expresión en su cara y la manera de mirarlo le hicieron sentirse aún más incómodo y empezó a hablar con rapidez.


—Conoces nuestra sucursal en New Haven, ¿verdad?


Paula asintió, pero no dejó de mirarlo a los ojos, como si esperara que dijera algo más.


—El señor Cummings, vicepresidente de la sección de investigación y desarrollo, hace tiempo que busca a un jefe de personal. Lo cierto es que en alguna ocasión me ha preguntado si estabas o no disponible. En esos momentos pensé que no deseabas cambiar de puesto pero ahora… bueno, las cosas han cambiado.


—¿Cambiado? ¿Estás intentando librarte de mí?


—Sí. Esto es… ¡No! —tartamudeó—. Has sido una asistente excelente y mereces una promoción. Además, esto supondrá un aumento de sueldo sustancial y… ¿Por qué me miras así?


—Estoy intentando averiguar si lo que dijo Daniel es cierto.


Daniel.


—Bueno, aunque el aumento del salario… ¡qué tontería! Como si el dinero te fuera a afectar en tu nueva situación; además, supongo que a partir de ahora no te interesará ningún empleo, claro.


—¿Es que no te interesa lo que ha dicho Daniel?


—No mucho.


—A mí sí que me interesó. Me dijo que me quieres. ¡Maldito Daniel!


—No hacía falta que te lo dijera.


—¿Me quieres?


—Sí —dijo por fin, suspirando—. Por eso es por lo que pensé que… Maldita sea, Paula, es muy difícil… Bueno, es mejor que trabajes en otro sitio hasta que te cases. Por cierto, ¿cuándo va a ser el gran día?


—No me habías dicho nada.


Se quedó callado un buen rato. Ella sonreía de una manera tan tierna y conmovedora, que hizo que su desesperación se volviera esperanza.


—¿Es Daniel?


—Daniel no quiere casarse con una mujer que está locamente enamorada de otro hombre —en ese momento ya no podía confundir el mensaje que le transmitía su mirada.


—¡Paula! ¡Oh, Paula! —se levantó de un golpe y fue hacia ella.


Entonces, la tomó entre sus brazos y la besó, bebiendo de la preciosa esencia de su amor, sintiendo la chispa del deseo y la vibradora pasión recorriéndole el cuerpo.


—Ha sido un infierno amarte tanto —dijo Pedro.


—Y que lo hayas escondido tan bien —le contestó ella—. Nunca me dijiste que me amabas.


—Es que no me había enterado hasta hace poco —dijo cariñosamente, mordisqueándole el lóbulo de la oreja.


El débil quejido que ella emitió le decía que su deseo era igual al de él.


—Oh, Pedro, quizá se trate únicamente de algo sexual —lo miró con una expresión sincera en sus ojos—. Sólo sé que cuando me tocas o me miras de cierta forma siento algo muy dentro de mí.


—Sigue así mi amor.


—Pero es que es casi como… —bajó la mirada y él se dio cuenta de que se había ruborizado—. Oh, es que te quiero tanto que no me importa nada en el mundo.


Aquella era su Paula de siempre: directa y sincera. Pedro sonrió.


—Me da vergüenza —dijo apoyando la cabeza en el hombro de Pedro—, pero es verdad, sólo deseo estar contigo. Lo que no quiero es que me promociones a otro puesto. Seguiré trabajando contigo, ya que estás en contra del matrimonio.


—Yo nunca he dicho algo semejante —dijo, muy sorprendido.


Era cierto que había estado en contra del matrimonio, pero jamás se lo había dicho a ella, ¿no?


—Bueno, tú dijiste que era una tontería que yo lo considerara como una profesión y que planeara… —el interfono la interrumpió—. ¿Sí, Celes?


Pedro la interrumpió.


—Deja lo que sea para luego, Celes; estoy en medio de algo importante —dijo desconectando el aparato—. Estoy planeando la parte más importante de mi vida: casarme con la única mujer que podría amar.


—¿De verdad?


—No creerás que voy a echar a perder toda tu cuidadosa preparación.


—¿Con niños y todo?


—Con niños y todo. ¿Qué dice tu libro sobre planes de boda acelerada?


—Oh, Pedro, te quiero de verdad, y te prometo que seré la mejor esposa. No se me ocurrirá ni siquiera quejarme cuando tengas que hacer esos viajes tan largos.


—No tendrás que hacer nada semejante. Mientras estaba en Hawai me llamaron informándome que había sido elegido Presidente del Consejo. Tendré una encantadora esposa que hará que los miembros del Consejo se queden más tranquilos. El protocolo casi obliga al presidente a que vaya de viaje acompañado de su mujer.


—¡Presidente! —Paula sonrío—. ¡Oh,Pedro, es maravilloso! Desempeñarás tu cargo maravillosamente, lo sé, ya te estoy viendo. Con la claridad mental que te caracteriza, tu honradez y la manera que tienes de preocuparte por los demás, serás un buen presidente. Oh, hay tantas cosas que me gustan de ti, Pedro. No se trata sólo del deseo, te lo aseguro.


—Es bueno saberlo, pero mientras tanto… —una sonrisa picaruela se dibujó en sus labios mientras la abrazaba—. Veamos qué tal va ese tema.


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