jueves, 10 de mayo de 2018

CARRERA A LA FELICIDAD: CAPITULO 20



Bueno, Jefrey estaba muy guapo, pensaba Paula cuando lo vio la primera mañana de la conferencia. El uniforme de Safetek, pantalones y blazier azul marino, camisa azul pálido y corbata, le daba un aspecto muy correcto.


Estaba de pie tras el mostrador de inscripción con un aire muy profesional, aunque un poco nervioso. Paula había intentado tranquilizarlo:
—Será muy sencillo, simplemente debes estar al tanto de todo lo que sea necesario. Se te va a pedir sobre todo que hagas recados, que contestes al teléfono, que entregues material y cosas de ese tipo.


La conferencia duró tres días y fue muy ajetreada. Paula enseguida se hizo con sus tareas propias y se olvidó completamente de Jefrey. El jueves fue un día especialmente agotador y se retiró a su habitación inmediatamente después de la sesión vespertina. Sólo quedaba un día más, pensaba mientras se metía en la cama.


Estaba demasiado cansada como para dormir inmediatamente, por lo que encendió la lamparita de la mesilla y se puso a leer una novela.


Eran casi las doce cuando sonó el teléfono. ¿Quién podría ser?


 —Hola, nena. ¿Qué tal la conferencia?


—¡Oh, Daniel! Qué amable por tu parte. Sí, todo va sobre ruedas… y sólo nos queda un día más.


—Bien —contestó—. Te echo de menos.


—Yo también —mintió; no resultaría muy halagador decirle que no había pensado en él ni un solo momento.


—¿A qué hora vuelves el sábado?


—¿El sábado? No, no llego el sábado sino el domingo…


—¿Por qué no? ¿No terminas mañana?


—Sí, pero tenemos programado quedarnos un día más.


—¿A quién te refieres? ¿Tú y Pedro? —dijo Daniel, irritado.


—Sí, y Jefrey.


—¿Quién es Jefrey?


—Es un joven interno que trabaja en nuestra oficina y al que hemos traído a la conferencia de ayudante; un chico muy listo y agradable. Como está trabajando mucho, Pedro… el señor Alfonso pensó que le vendría bien divertirse un poco. Ya que estamos aquí, ya sabes, en Disneylandia…


—Ya entiendo. Bueno… podrías viajar antes que ellos, ¿no? No tienes por qué quedarte.


—Oh, pero… —se calló. ¿Cómo explicarle que deseaba quedarse? ¿Que quería ver a Jefrey divertirse?—. Es difícil cambiar las reservas en un plazo de tiempo tan corto.


—Te aseguro que puede hacerse, cariño. Espera, se me ha ocurrido algo mejor; haré que Conyers te recoja.


—¿Conyers? 


—Uno de los pilotos. Hará aterrizar el avión y…


—¡Daniel no digas tonterías! —todavía no se había hecho a la idea de lo que significaba tener un avión privado a su disposición en cualquier momento—. Ya tengo el billete, además, se trata sólo de un día.


—Pero quiero que estés aquí para poder ir a navegar el domingo. Pensé que podríamos…


—¡Por todos los santos, Daniel! Siempre estamos… quiero decir, podremos ir a navegar otro día.


—No, no podremos. Siempre estás trabajando. Y esto me recuerda que ya es hora de que hagamos algo al respecto.


—¿Eh?


—Hablaremos de ello cuando nos veamos, que será dentro de veinticuatro horas. ¿Te parece? Le diré a Conyers…


—No, Daniel, no hagas nada. Es que… bueno, se lo prometí a Jefrey. Se va a disgustar si no voy con él.


—Ah, ¿entonces ese pequeño cretino significa más para ti que yo?


—No seas tonto, sólo es que… una promesa es una promesa.


—Muy bien, intentaré sobrevivir. ¿Pero te das cuenta de todo el tiempo que llevo sin verte?


—Por lo menos cuatro días, qué barbaridad —dijo en tono burlón.


—Entonces, ¿has estado soñando?


—¿Soñando?


—Sí, soñando conmigo…


—Bueno, señor Masón, no debería ahondar en el romanticismo de una mujer.


—Oh, pero debo hacerlo. Tales cosas deben ser compartidas —la amonestó con un susurro en tono seductor—. Aliméntate de esos sueños hasta que estés conmigo para convertirlos en realidad, cariño.


—Eso es lo que estoy haciendo —exageró, en broma.


—Buenas noches, preciosa.


Paula colgó el teléfono con una sonrisa en sus labios. Le gustaba Daniel y le tenía mucho cariño, pensaba mientras volvía a abrir la novela.


La conferencia terminó el viernes por la tarde. 


Alfonso mantuvo una reunión resumen con Prescott y algunos otros directivos algo más tarde. Paula estaba contenta de que hubiera sugerido hacer aquella excursión a Disneylandia, pues no había parado de trabajar ni un minuto. Necesitaba relajarse mucho más que Jefrey, quien, junto con otros ayudantes y botones estaba distribuyendo y empaquetando material para transportar a diferentes oficinas.


A primera hora de la mañana siguiente, mientras tomaban el desayuno, se pusieron a mirar varios folletos informativos con evidente emoción.


—¡Aja! Ya sabía que os encontraría aquí. ¿Estáis recuperando fuerzas para la gran aventura?


Paula se quedó mirando a Daniel, alto y delgado, muy apuesto con unos vaqueros de diseño y una camisa polo, y con cara de niño travieso, como si acabara de gastarle una broma muy pesada a alguien.


De pronto, Paula se sintió tremendamente irritada.


—¡Daniel! —exclamó Alfonso, tan sorprendido como ella—. ¿Qué estás haciendo aquí? 


Pero al responder se dirigió a Paula.


—Si la montaña no viene a Mahoma… —dijo y se inclinó para plantarle un beso en los labios.


No fue el beso, sino la cara que puso Pedro lo que le produjo escalofríos. Su expresión era intensa, exigente, como pidiéndole que recordara su beso; un beso que le había estremecido hasta los cimientos. ¿Estaría él pensando lo mismo?


Hizo un enorme esfuerzo para apartar la mirada, y se sintió rara al volverse a mirar a Daniel.


—¡Qué… qué agradable sorpresa! —dijo sonriendo y preguntándose por qué se sentía como una intrusa—. ¿Cuándo has llegado?


—Demasiado tarde ayer por la noche como para molestarte —dijo sentándose a su lado y tomando una de las fresas de su plato, un gesto tan posesivo como su beso e igualmente embarazoso—. Ya que no podías venir a navegar conmigo, decidí ir a Disneylandia contigo.


—Me sorprende que hayas podido desembarazarte de las presiones del… campo de golf —comentó Pedro, con expresión severa.


—Sí, ha sido difícil —respondió Daniel con buen humor—; pero al pensar en Paula en compañía de… —vaciló y algo tardíamente miró a Jefrey— dos caballeros tan encantadores durante tantas horas…


—Un acontecimiento que se produce a diario —dijo Pedro—. ¿Acaso te molesta?


—Oh, en absoluto, claro que no. El trabajo puede también resultar aburrido, pero cuando se trata de pasar el rato…


—Daniel —lo interrumpió Paula—, éste es Jefrey, el joven del que te hablé. Jefrey, éste es el señor Masón. Va a… venir con nosotros, espero —añadió sonriendo a Daniel con expresión dubitativa.


—Para eso es para lo que he venido. Entonces, Jefrey, he oído que has entrado en Safetek hace poco. ¿Qué te parece?


Paula respiró aliviada al ver que se ponía a charlar con Jefrey y que él y Pedro dejaban de tirarse indirectas. Sabía que eran buenos amigos y que aquel día en el campo de golf, cuando conoció a Daniel, parecían estar a partir un piñón. Pero en ese momento parecía haber cambiado el ambiente sin saber cómo.


O quizá fuera ella. ¿Por qué se sentía como deprimida… desde que había llegado Daniel? 


Era como si Pedro y ella hubieran planeado juntos aquel día en honor de Jefrey y Daniel no tuviera derecho a…


¡Pero qué ridiculez! Además, era el hombre con el que iba a casarse; es decir, si él se lo pedía.


¿Pero podría prometerle amor?


Un matrimonio podía ser la conclusión de un plan, pero, ¿y el amor? El amor no era algo que pudiera imponerse, sino que tenía que venir por sí solo, como algo natural.


O quizá fuera un sentimiento que pudiera surgir con el tiempo. A ella le gustaba Daniel, y él había viajado muchos kilómetros nada más que para estar con ella, ¿no? Paula le tocó la mano.


—Estoy tan contenta de que hayas venido.


La tensión, si es que se había producido en algún momento, se había desvaneció para cuando llegaron a Disneylandia.


La alegre muchedumbre, el ambiente festivo y todo lo que se podía ver y hacer allí parecieron influir sobre el ánimo de todos. Bromearon y rieron, como cuatro chiquillos de vacaciones, y montaron en todas las atracciones habidas y por haber. Bajaron tres veces en la Montaña Mágica y un par de ellas por las cataratas gigantes. 


Visitaron el Buque Fantasma y la Isla de Tom Sawyer. Se montaron en una canoa a través de un río en medio de una jungla, infestado de cocodrilos e hipopótamos que parecían de verdad y se tomaron montones de perritos calientes, hamburguesas y refrescos en varios restaurantes, sentados a la sombra de árboles y sombrillas.


—Parece como si de verdad estuviera uno volando por el espacio, ¿no? —le dijo a Daniel mientras esperaba con él a que bajaran Jefrey y Pedro—. No sé por qué me siento tan mareada, pero siento haber tenido que dejarlos.


—Yo no —dijo Daniel, tomándole de la mano—. Ya es hora de que estuviéramos solos un rato.


—Daniel, llevamos todo el día juntos.


—Quiero que estemos solos —dijo con énfasis—. Escucha, quiero que vuelvas en el avión conmigo. ¿Te gustaría?


—Yo… esto… no estoy segura —murmuró, un tanto avergonzada por no haber estado prestándole atención.


—Llegaríamos a Wilmington sobre las cuatro… pero no tendríamos que movernos hasta la hora del desayuno. Luego podríamos embarcarnos directamente. 


—Oh, Daniel, vas demasiado deprisa para mi gusto —dijo, intentando poner en orden sus pensamientos.


¿Salir aquella misma noche y dormir en su avión? Conociendo a Daniel, imaginaba que dispondría de una cómoda cama de matrimonio.


No sería una buena idea.


—No sabemos cuándo saldremos de aquí; yo estoy verdaderamente cansada y ni siquiera he hecho la maleta. Será mejor que hagamos planes para salir por la mañana.


Consultó su reloj de pulsera y levantó la vista hacia la Montaña Espacial. ¿Cuánto tiempo llevaban allí arriba?



1 comentario:

  1. Ayyyyyyyyy pero qué pesado Daniel, ya quiero que le eche raid jajaja. A ver si Pedro reacciona ya.

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