viernes, 11 de mayo de 2018

CARRERA A LA FELICIDAD: CAPITULO 21





Pedro, atrapado en una nave por sexta o séptima vez volaba por las atmósferas simuladas de otros planetas. Se preguntó dónde estaría Paula. 


Claro, estaba con Daniel. Mucha camaradería… demasiada camaradería. Se preguntó cuánto tiempo llevaban así y se dio cuenta de que no le gustaba nada. Sabía que Daniel era una buena persona, pero que también era descuidado con su encanto y sus millones y que había roto ya muchos corazones.


Paula, a pesar de aquel barniz de sofisticación, era una joven inocente… además de dulce, honesta, cariñosa y vulnerable.


¡No le gustaba un pelo todo aquello!



****


Paula disfrutó del vuelo a Wilmington en el avión de Daniel. Tenía razón, no sólo había una gran cama sino un dormitorio al completo bellamente amueblado. 


—Con tanto lujo —dijo—, cualquiera podría volverse consentido.


—Me gusta mimarte —le dijo—. ¿Qué te apetece? ¿Café? ¿Desayunar? ¿Echar un sueñecito?


—No, por Dios. He dormido toda la noche y ya he tomado café y fruta en el hotel. Creo que lo que más me apetece es relajarme y disfrutar de todo este cielo tan maravilloso —dijo mirando por una de las ventanas, por donde se veían las nubes y los acantilados.


—Eres muy bella —le dijo, pasándole un dedo por el cuello de la blusa—. Me gusta la blusa, es suave y femenina. Te queda muy bien.


—Para provocarle mejor, señor.


—¿Estás intentando provocarme?


—¡De eso nada!


—Ven aquí, déjame enseñarte cómo se hace.


Se acercó a él y la besó suave y tiernamente, pero ella no sintió nada. Se acercó más a él, intentado responder, pero nada.


Lo miró a la cara, tenía un rostro apuesto y bronceado y el cabello dorado, aclarado por el sol. ¿Cómo era él en realidad?


—Cuéntame cosas de tu vida —le dijo—. ¿Tus padres viven?


—Sí, pero están divorciados. Mamá está en París y papá en Nueva York —le acarició el pelo—. Creo que me estoy enamorando.


Paula no estaba preparada para aquello.


—Estás cambiando de tema —dijo, sentándose algo más derecha.


—Venga, relájate.


—No, me estás engañando. Se supone que me debes hablar de ti. ¿Tuviste una infancia feliz o fuiste uno de esos pobres niños ricos abandonados? ¿Tuviste niñeras o tutores que te acomplejaron?


—No tengo complejos y nunca me abandonaron. Entre mis padres, abuelos, tíos, tías y varios primos me sentí bien cuidado.


Ella, que sólo había tenido a su tía, suspiró.


—Todos esos parientes valen más que todo el oro del mundo.


—Bueno, depende —dijo con una sonrisa burlona—. Pero ya que eres de esa opinión, ¿te gustaría unirte al grupo?


—¿Cómo?


—Si te gustaría formar parte de la familia.


—¿A qué te refieres?


—Pues que si quieres casarte conmigo, gansa.


—Oh, yo…


Ya estaba ahí, así, sencillamente. Se lo había pedido.


—Deja de bromear —dijo, tratando de escaparse por la tangente.


—Nunca he dicho algo tan en serio en mi vida —le tomó de la mano y le acarició el dedo anular—. He tenido algunas relaciones, Paula, pero nunca le he pedido a nadie que se casara conmigo.


—Oh, Daniel… Me siento tan halagada, es un honor para mí. Eres una persona tan especial… y te tengo mucho cariño. Pero el matrimonio es algo muy serio y yo… ¿Podrías darme tiempo para pensármelo?


—Todo el tiempo que te haga falta. Puedo esperar. 


¿Por qué iba a pensárselo? Él era perfecto, precisamente el tipo de hombre que ella deseaba. Entonces, ¿por qué tenía dudas?


Seguramente sería porque le tenía afecto y creía que merecía una mujer que lo amara de verdad.


Paula no estaba segura de ser esa mujer.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario