jueves, 10 de mayo de 2018

CARRERA A LA FELICIDAD: CAPITULO 18




De vuelta en Wilmington todo volvió a la normalidad, sólo que tenían más trabajo que nunca. Pedro era un trabajador incansable y Paula tuvo que hacer un enorme esfuerzo para mantenerse a su ritmo. Y lo peor era que estaba inquieta por él. Se volvió inmensamente meticuloso con cada detalle de los proyectos que había que revisar, de las decisiones a tomar y de los problemas a resolver. La situación se estaba haciendo insoportable ya que era como si todo el imperio Safetek descansara sobre sus espaldas.


Le irritaba que otras personas le endilgaran los problemas a él, cuando en realidad les correspondía a ellos resolverlos. Ella intentaba protegerlo lo mejor que sabía, pero a veces las cosas se salían de madre, especialmente con Reba.


—Tengo que ver esto con Pedro. ¿Está libre a la hora de la comida? —su aire insinuante y misterioso hacía que Paula sospechara. ¿Qué pasaría después? Paula intentó no prestar atención a aquella ligera irritación; ciertamente no era asunto suyo.


De todas formas, Pedro trataba a Reba de la manera más impersonal, casi como si quisiera mantener las distancias con ella. Pero una tarde apareció Reba de imprevisto y volvió a molestarla. Después de terminar la jornada laboral, Paula se había quedado con Pedro para poner al día un montón de documentos.


—Oh, lo siento, pensé que… —Reba miró a Paula con desaprobación antes de volverse a Alfonso—. Pensé que estabas solo. Necesito hablar contigo.



—¿Sí?


Reba pareció amilanarse bajo su inquisitiva mirada, pero hizo un esfuerzo y sonrió.


—Puedo esperar hasta que termines con esto. Y después… ¿Querrías venir a cenar conmigo? Hay algo que quiero discutir contigo… es acerca de los internos.


Paula se puso un poco tensa. Acababan de empezar a trabajar y entonces aparecía Reba y los interrumpía para ponerse a hablar de unos estudiantes que iban a contratar.


Pedro expresó su irritación.


—Bueno, pues cuéntamelo. ¿Hay algún problema?


—Ninguno, todavía no, pero… —echó una mirada a Paula—. Es un asunto algo delicado.


—¡Santo Dios, Reba! ¿Qué puede ser tan delicado en el tema de contratar a unos cuantos estudiantes?


Lo dijo con un tono tan impaciente que Reba se disculpó, aunque con tono desafiante.


Pedro, no te molestaría con esto ahora si no fuera porque este tal señor Glover me llamó por teléfono esta tarde y mañana va a traer al chico que le prometiste contratar.


—¿Glover? Ah, sí, lo recuerdo; es el padrino del chico. Me lo contó en Rotary y quise haberte comentado que nos lo traería, pero no me ha dado tiempo.


—¿Sabías que ha abandonado los estudios y que está en libertad condicional?


—Sí.


Pedro, tenemos más estudiantes de los que habíamos planeado —dijo Reba—. Es difícil encontrar puestos y trabajo para los que ya tenemos.


—Francamente, Reba, yo no espero que estos chicos trabajen mucho. El programa está diseñado para que ellos se beneficien observando y aprendiendo.


—¿Y qué esperas que aprenda un chico que está en libertad condicional?


—Pues que hay otras maneras de ganarse la vida a parte de robar tapacubos.


—Oh, Pedro, por el amor de Dios, no estarás diciendo que lo contratemos, ¿no? Podría decirles que estamos sobrecargados y…


—Contrátalo. Glover dice que al chico lo han mandado de un orfanato a otro y que por eso se ha descarriado, pero que es un chico muy inteligente y con mucha capacidad si se le da un empujoncito en la dirección adecuada. ¡Oh, contrátalo, Reba! Estoy seguro de que uno más ni se notará —se levantó y le abrió la puerta—. Y ahora, te ruego que nos disculpes. En realidad, estoy muy ocupado.


Sí, Pedro Alfonso era un tipo estupendo, y un hombre que necesitaba cariño y cuidados, pensaba Paula mientras lo observaba ir hacia la ventana y estirarse. Se exigía demasiado a sí mismo. El día anterior había regresado de un duro viaje de negocios a Denver, por la tarde del mismo día había tenido una reunión y se había saltado la comida.


—Necesitamos tomarnos un descanso —dijo Paula—. Vamos a llevarnos todo esto a mi casa, preparo algo de comer y lo terminamos.


—Buena idea —dijo—. Pero podríamos salir a cenar o pedir que nos lleven algo; no quiero que te molestes.


—No es molestia.


En un restaurante habría demasiado ruido y mucha gente y, si se quedaban en la oficina, no pararía de trabajar. En su casa, podría relajarse un rato mientras ella preparaba algo.


Su apartamento no estaba desordenado como la otra vez que estuvo allí. Estaba limpio, ordenado y tenía un aire muy acogedor, pensaba Pedro al tiempo que se fijaba en un jarrón con unas rosas rojas sobre la mesita de centro. ¿Se había comprado ella las flores o se las había enviado alguien?


—No tardaré —dijo Paula—, ¿Por qué no te tumbas en el sofá y descansas mientras me esperas?


Pedro estaba demasiado agotado como para resistirse. Se quitó los zapatos, se tumbó y se quedó dormido casi instantáneamente.


—La cena está lista, ven a comer —lo despertó la cantarina voz de Paula, junto con un delicioso aroma que salía de la cocina.


Siguió su olfato hasta una mesa primorosamente vestida y se sentó delante de una sabrosa comida. El pollo estaba tan tierno que podía cortarlo con el tenedor, y deliciosos los trozos de manzana especiada, las patatas asadas cubiertas de crema, los guisantes y las zanahorias. No era lo que él solía comer pero…


—Muy rico —admitió—, pero me siento un poco culpable por haberme quedado dormido mientras tú trabajabas.


—Yo no acabo de regresar de un viaje a Denver ni tuve una larga reunión ayer por la noche. Te mereces un descanso, además, cualquiera que cargue con el peso que estás cargando tú necesita toda la ayuda del mundo.


—Pues, gracias, señorita. Me alegro de que te des cuenta…


—¡Oh, deja ya esa sonrisita! Me gusta cómo trabajas pero me pone nerviosa que otras personas te carguen con tareas que ellos deberían… —hizo una pausa—. Bueno, reconozco que me ofendí un poco con Reba esta noche, pero para serte sincera, me alegro de que te encargases de ese asuntillo. De otro modo, ese joven podría haber perdido la oportunidad que necesita.


Pedro lo conmovieron sus palabras y el brillo de admiración en sus ojos.


—Me pregunto dónde lo piensa colocar Reba —dijo pensativo.


—Creo que le pediré que nos lo deje a nosotros —dijo Paula— para que empiece por arriba. Yo, desde luego, aprendí el negocio como recadera del jefe.


—Es la pura verdad —dijo de corazón—. Y, además, sabes cocinar.


—Estoy aprendiendo —dijo sonriendo—. Es parte de la preparación, ¿sabes?


—¿Preparación?


—Para el matrimonio.


Aquello le sacudió.


—¡Santo Dios! ¿Todavía estás con eso?



—¡Pues claro! ¿Acaso te sorprende?


—Bueno… esto… —en primer lugar no se lo había creído del todo y no era algo que recordara cada día—. Mira, las personas no se preparan para casarse a no ser que estén enamoradas de alguien especial.


—Lo sé —dijo metiéndose un trozo de manzana en la boca—. Es triste, ¿verdad?


—¿Triste?


—El basar tu vida en el amor.


—¡Señorita Chaves! —dijo exagerando—. ¿Cómo se atreve a degradar la fuerza más profunda del mundo? Amaos los unos a los otros, decía…


—Sí, claro, es universal, pero estoy hablando de la fuerza entre un hombre y una mujer.


—¿Y es diferente?


—Y muy peligrosa.


—¿Ah sí?


—Uno puede dejarse llevar por la belleza, por el deseo sexual o por cualquier otra cosita —le explicó.


—Igualmente insignificante, me imagino.


—Sí, no hace falta que sonrías de esa forma. Por ejemplo, te fijas en un tío por su cuerpo y, antes de que te des cuenta, estás casada con un musculitos tacaño al que le encanta la música country en vez del generoso amante de Bach con el que preferirías pasar el resto de tus días. O al contrario, él se da cuenta de que ese cuerpo escultural no tiene idea de cocinar. Sí, ríete —le pasó otra servilleta a Pedro, que se había atragantado con el café de la risa—. He exagerado un poco pero me entiendes, ¿verdad?


—Te entiendo muy bien —dijo cuando pudo hablar—, pero no hace falta pasar toda la vida con la misma persona. Las equivocaciones pueden ser remediadas; existe el divorcio, ¿no?


—Sí, pero es complicado, especialmente si hay niños de por medio, y, además, me parece una gran pérdida de tiempo.


—Y caro —añadió, pensando en su hermano—. Entonces, quizá haya un método que aplicar a tus locas ideas —concedió—. ¿Estás preparada para el misterioso hombre perfecto?


—¡Oh, no! Es un proceso en curso; y hablando de esto, creo que será mejor que sigamos.


Sí que parecía preparada, pensaba Pedro mientras la observaba quitar la mesa. Ya no era la recadera que le llevaba el café por la mañana o le regaba las plantas. O quizá fuera que había llegado a conocerla mejor y había visto que sabía cocinar, jugar al golf, además de ser una persona divertida tanto para el trabajo como para el ocio. Y viéndola en ese momento, con esa especie de bata de volantes que se había puesto… en fin, lo mejor sería tener cuidado y no mirar demasiado.


—Muy bien, jefe, de vuelta al yugo.


Miró la carpeta que le había puesto delante y luego de nuevo a ella. Había pasado mucho tiempo desde aquella primera entrevista y todo en ella había cambiado. Lo que había pensado como algo remoto se le antojaba en ese momento como una posibilidad inminente. 


Aquella idea lo molestó y aquellas rosas…


—¿Tienes a alguien en mente? —preguntó.



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