jueves, 10 de mayo de 2018

CARRERA A LA FELICIDAD: CAPITULO 19




—¡Buenos días, jefe! —dijo con la misma voz cantarina y la misma sonrisa de siempre—. Su café, señor —como si la noche anterior…


Se puso de pie.


—Paula, en cuanto a lo de ayer por la noche…


—Lo sé, no es bueno para el trabajo…


—Yo no estaba pensando en trabajo.


—Ninguno de los dos pensaba en el trabajo. Un gran error, quizá, pero por favor… —vaciló, con una mirada de desesperación—. ¿No podríamos simplemente… olvidarnos de todo ello?


—Podríamos.


—Gracias —dijo agradecida, con cara de alivio —. Bueno, he transmitido sus instrucciones y he puesto todo en marcha. Sólo es que…  continuó explicándole el problema y las posibles soluciones.


Hablaba rápidamente, moviendo la cabeza con énfasis. El sol, que entraba por los grandes ventanales hacía que los reflejos de su pelo parecieran de oro. Llevaba un vestido suelto de color marrón que escondía las curvas de su cuerpo. Entonces, ¿por qué se le antojaba tan excitante?


—Los fallos se pueden repetir —dijo él. Paula levantó la cabeza y lo miró directamente a la cara.


—O evitar.


—¿Estás segura de eso?


—Bastante. Me gusta mi trabajo, señor Alfonso —consultó unas notas—. Acerca de la conferencia Regional de la Costa Oeste, se decidió por Prescott, ¿no?


—Sí, Prescott —contestó.


—Todo es culpa mía —le decía a Mary Wells aquella tarde—. Verás, es que he estado leyendo este libro…


—¿Qué libro?


—Oh, uno que trata de cómo complacer al hombre de tu vida.


—Cariño, no necesitas un libro para eso.


—Yo sí. No tengo la suerte de pertenecer a ningún grupo de mujeres que quieran casarse.


Mary se echó a reír.


—Pues organiza uno. Seguro que hay muchas mujeres que desean hacerlo.


—Ninguna que yo conozca.


—Bueno, ya veo —sacudió la cabeza—. Entonces, compraste el libro ese y no vale para nada, ¿no?


—Oh, dice tantas tonterías que no puede una tomárselo en serio, pero… lo que dice funciona.


—No te entiendo. ¿Qué es lo que te ha salido mal entonces?


—Bueno, ayer por la noche estaba trabajando con el señor Alfonso, mi jefe, en mi apartamento —hizo una pausa—. Ése fue el primer error que cometí. Pero yo se lo había sugerido y lo llevé allí porque estaba preocupada por él.


—¿Ah sí?


—Es una de estas personas adictas al trabajo que no saben nunca cómo parar, Mary. Es demasiado ambicioso, pero no para sí mismo sino por dejar preparado todo lo que haya que hacer. Bueno, el caso es que yo me di cuenta de que estaba sobrecargado de trabajo, hambriento y todavía nos quedaba tanto por hacer… Al final, decidí prepararle algo de comer en mi casa, que es un lugar tranquilo.


—Eso fue muy amable por tu parte —dijo Mary mientras cavaba unos hoyos en la tierra.


—Supongo. Le di de cenar lo que el libro decía que era una comida reconstituyente, y así fue. Terminamos el trabajo en poco tiempo.


—Bien, entonces no estabas equivocada.


—Quizá sí que lo estaba. Sabes, es que ocurrió algo más —Paula, que se había puesto un par de pantalones viejos, se sentó al lado de Mary y empezó a arrancar malas hierbas—. Cambié todo mi ropero por consejo de la estilista de Hera. Me compré trajes sastre para la oficina y atuendos más atrevidos para estar en casa.


—¿Y bien?


—Pues como no quería cocinar con la ropa de la oficina me cambié y me puse una de esas batas que incitan a los hombres.


—¡Oh, Dios mío! —Mary exclamó riéndose—. ¿Y lo incitaste?


—Pues sí. De pronto, cuando ya habíamos terminado el trabajo, me miró como si no me hubiera visto en la vida y entonces… Bueno, de repente me estaba besando como un loco. O quizá fuera yo la que lo besaba, porque sentí que no deseaba que dejara de hacerlo. Fue tan… tan…


—¿Maravilloso? ¿Eh?


—Sí. ¡Oh, no! ¡Fue horrible!


—¿Cómo? Pues parece como si te hubiera gustado.


—Eso es exactamente. ¿Es que no te das cuenta? Es peligroso. Podría verme envuelta en una relación puramente física con el hombre equivocado.


—Ah. ¿Está casado?


—No.


—El típico galán, entonces.


—No. Al menos… No lo creo.


Siguió arrancando malas hierbas y pensando en todo. A veces lo llamaban mujeres y a veces iban a verlo a la oficina, pero no sabía, en realidad, cómo o con quién pasaba el poco tiempo libre que tenía.


—¿Qué siente por ti? —preguntó Mary.


Eso tampoco lo sabía. No se lo había planteado, ni siquiera cuando la estaba besando, concentrada como estaba en sus propios sentimientos.


—Eso no importa, Mary. No es el hombre con el que desearía casarme.


—¿Por qué no? Por lo que me cuentas es un hombre agradable y trabajador.


—Ese es el problema —se calló. ¿Cómo podría explicarle a Mary su teoría de que el trabajo era incompatible con la familia? A Mary, cuyo extremadamente trabajador marido había tenido tan poco tiempo para pasar en familia durante los años que estuvo en activo—. No es mi tipo.


—Entiendo —dijo Mary, aunque visiblemente confundida.


—¡Además, es mi jefe! Eso hace que situaciones como la de ayer por la noche parezcan extrañas. Esta mañana… ¡Oh, Mary, ha sido horrible! Intenté comportarme con naturalidad, pero apenas podía mirarlo a la cara.


—¿Vas a dejar el trabajo entonces?


—¿Dejarlo? ¡No puedo dejarlo! He terminado de pagar lo del salón de belleza, pero tengo que pagarme las manicuras, las limpiezas de cutis, un montón de cosas. Y la ropa no es nada barata —suspiró—. No; tendré que seguir en este empleo tan bien remunerado hasta que ocurra.


—¿Hasta que ocurra?


—Hasta que me case, por supuesto. Por eso es para lo que llevo trabajando toda mi vida: los tratamientos de belleza, el libro, la ropa, todo.


—Sí, lo comprendo. ¿Cuándo crees que… ? Bueno, ¿has encontrado al hombre que quieres?


—¿Sabes? —dijo con tono soñador—. La verdad, creo que sí.


Daniel Masón. Podría ser.



****


Sí, pensaba Pedro, los errores se podían y se debían evitar. Los líos en la oficina eran algo prohibido para él. ¿Tenía que perder a la mejor ayudante que había tenido nunca porque le atraía físicamente? ¡Eso jamás!


Si había logrado pasar unos días de vacaciones en África del Este y había evitado episodios conflictivos, podría también viajar o trabajar con ella donde fuera, ¿no?


Paula había dejado de mostrarse cautelosa y todo había regresado a la normalidad. Según lo que veía ella, Pedro Alfonso la miraba como parte del equipamiento necesario de un despacho y eso, se decía a sí misma, era un gran alivio.


Si a veces sentía de repente un ligero estremecimiento al verlo haciendo algún gesto conocido, se trataba, se decía a sí misma, de un deseo pasajero. Al final la consolaba el pensamiento de que la situación presente no duraría demasiado. Daniel…


Se puso a pensar en Daniel, el marido ideal, casi retirado de la vida laboral, con todo el tiempo del mundo para dedicarlo a la familia. Además, le gustaba. Era afable y un buen compañero en cualquier situación.


A él también le gustaba ella, de eso se había dado cuenta. Tenía muchas atenciones con Paula y cada vez la invitaba con más frecuencia.


—¿Qué te parece que naveguemos hasta Hawai?


Y en otra ocasión:
—¿Y si voláramos en el Concorde y volviéramos navegando en el Queen Elizabeth II?


Pero, por extraño que pudiera parecer, ninguna de estas fantásticas sugerencias se le antojaba a Paula tan emocionante. Siempre le respondía con la misma tranquilidad y franqueza:
—Soy una chica trabajadora. 


Pero él había empezado a decirle:
—No hace falta que sigas siendo una chica trabajadora.


Ella no era tonta y sabía que él no tenía por qué referirse al matrimonio. Por ello decidió esperar.


Mientras tanto, ella pensó en sus propias condiciones: no estaba dispuesta a acompañarlo en plan pareja hasta que no tuviera una alianza matrimonial en su poder.


—Aquí tiene lo que quería del Departamento de Tesorería, señorita Chaves.


—Gracias Jefrey —sonrió a Jefrey Fisher, el joven en prácticas que Reba le había asignado con prontitud. No tenía pinta de ser un delincuente juvenil, sino más bien era como cualquier muchacho normal de dieciséis años, delgado, con pecas y pelirrojo. Además, ponía muchísimo entusiasmo en el trabajo.


La verdad era que daba gusto tener a un joven ayudante tan listo y con tantas ganas de colaborar como él. Paula estaba muy contenta de haber solicitado sus servicios.


No se había dado cuenta de que Alfonso, de pie junto a la puerta de su despacho, también lo observaba.


—¿Has hecho ya las reservas para la conferencia Regional?


—Aún no. Ya he hablado con el Departamento de Viajes pero…


—Bien. Reserva también un billete y una habitación para Jefrey.


—Pero… —lo miró extrañada.


—Quiero que sea nuestro ayudante en la conferencia.


—Buena idea; no se me había ocurrido.


—Me parece un chico muy inteligente, así le daré la oportunidad de mirar y aprender mientras trabaja.


Ella asintió con una sonrisa.


—Me parece muy bien, además, a él le conviene —dijo Pedro—. Es un muchacho muy listo y, cuanto más vea del mundo laboral, mejor. 
Hablaré con Glover y con el oficial que lleva lo de su libertad condicional —Alfonso se volvió para meterse en su despacho—. Organízalo todo para que nos quedemos un día más; quizá vayamos a Disneylandia. El chico necesita saber que el trabajo también tiene el beneficio de la diversión.


Volvió al despacho y Paula se quedó mucho rato pensativa. ¿Cuántos hombres, con la responsabilidad de una gran empresa sobre sus espaldas, se hubieran siquiera tomado la molestia de pensar en… ?


Pensó en Jefrey. Debía enseñarle a ser responsable, a comportarse y a vestirse adecuadamente. En cuanto a su atuendo, se encargaría de que le dieran un uniforme de la empresa inmediatamente. Sólo faltaban diez días para la conferencia y a lo mejor necesitaría otras cosas.



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