martes, 15 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 9





Al día siguiente, Paula guardó sus textos legales y el libro para aprender español en un cajón y saco Las uvas de la ira y el libro de texto de la case de ciencias. El edificio en el que se encontraba tenía varias ventajas en comparación con la sede del instituto; las taquillas de los alumnos tenían cerraduras de combinación, y por si fuera poco el moderno edificio disponía de una cafetería y de un pequeño restaurante. Pero si no se marchaba con rapidez, tendría que comer en diez minutos para no llegar tarde al resto de las clase.


Paula movió la cabeza en gesto negativo y se puso a la cola, como todos los alumnos. Pensó que Marcos habría encontrado muy divertida la situación. Después de haber disfrutado de los mejores restaurantes de Dallas, y de la comida de los mejores chefs, se encontraba en la cola del comedor de un instituto.


Sabía que a Marcos siempre le había impresionado el trato de preferencia que recibía en los locales públicos. Paula había ganado una merecida reputación en su gremio, y sus contactos con los medios de comunicación podían ser de gran ayuda para un joven político. 


Tal vez por eso, sabía que le iba a pedir que se casara con él. A fin de cuentas tenían muchos intereses en común.


Sin embargo, Paula también sabía que el interés no era una base suficiente para mantener una relación.


En cualquier caso, frunció el ceño y decidió dejar de pensar en aquellos términos, mientras la cola avanzaba. Se dijo que la relación que había mantenido con Marcos había sido la más hermosa de su vida, aunque no estuvieran locamente enamorados.


—¡Sabrina! Espera un momento...


Paula se volvió. Era Jesica, una chica de pelo rubio que también asistía a las clases de Alfonso.


—Llevas un vestido precioso. Pero no he visto nada parecido en las tiendas de la zona. ¿Dónde compras?


—Donde puedo —respondió—. Esto lo compré en San Diego.


—¿Eres de San Diego? Yo estuve allí el verano pasado, para visitar a mi tía. Me gusta mucho esa ciudad.


—Sí, a mí también. Pero volviendo al tema de la ropa... —dijo, para cambiar la conversación— ¿cuál es el mejor sitio para comprar cosas interesantes en esta zona?


Jesica mordió el anzuelo y le dio una larga lista de tiendas de moda. Paula apreciaba mucho los esfuerzos de su amiga Donna, pero aquel día se había sobrepasado un poco con el vestido de terciopelo, especialmente porque contrastaba mucho con su pelo rojo.


—¿Quieres que nos sentemos juntas hoy? —preguntó la joven—. He hablado con Wendy y ha dicho que te reservará una silla en su mesa.


—Gracias, me encantaría. ¿Quién es Wendy?


—Wendy Johnson.


—¿Debería conocerla?


—Pues claro... es la novia de Tony Baldovino, la chica más popular del instituto. Además, quiere conocer a la persona que se ha atrevido a enfrentarse a Alfonso. Wendy también lo odia.


—De todas formas, creo que Alfonso no es tan malo como pensaba.


—Confía en mí, es peor de lo que pensabas. El año pasado fue tutor personal de Wendy, y se excedió con ella.


Paula la miró. No podía creer que Alfonso fuera capaz de hacer algo así.


—Alfonso le ofreció a Wendy un aprobado si se acostaba con él —continuó la joven—. Pero no había testigos, de modo que no lo juzgaron. Oh, vaya... hemos llegado tan tarde que casi no queda comida. ¿Te apetece un poco de pizza?


—No, gracias, prefiero algo más ligero.


—Bueno, cuando termines aquí reúnete conmigo en la parte de atrás y te llevaré a la mesa de Wendy.


Paula asintió, distraída, y pensó que había algo que no encajaba en aquella historia. Alfonso era un profesor rígido, pero sospechaba que completamente incapaz de abusar de una joven. 


Además, sólo un loco o un idiota arriesgaría su futuro profesional por sobrepasarse con una alumna.


—Eh, muévete —protesto un chico, a sus espaldas.


Paula avanzó en la cola. Estaba detrás de una chica de cabello castaño. Era muy bonito, pero con un peinado excesivamente conservador. 


Además, la ropa que llevaba hacía que pareciera más gruesa.


Ella había actuado del mismo modo cuando tenía su edad. Intentaba ocultar su sobrepeso con prendas inadecuadas, sin éxito. Pero dudaba que aquella chica quisiera aceptar un consejo, y mucho menos de una completa desconocida.


Entonces, la joven miró hacia un lado y Paula pudo ver su perfil. Era una compañera de clase.


—¿Eliana? —dijo Paula—. Soy Sabrina Davis. Estamos juntas en la clase de literatura.


—Sí, lo sé.


Paula sonrió.


—Supongo que impresioné a la gente con mi actitud, pero no volveré a llegar tarde a clase.


—¿Has conseguido que te cambien los horarios?


—Sí, claro.


Eliana arqueó una ceja.


—Qué raro. En general no suelen cambiarlos con tanta rapidez.


—Supongo que he tenido suerte —explicó Paula.


No podía decirle que una de sus mejores amigas trabajaba en la dirección del instituto, así que optó por una estrategia de distracción.


—Tienes un pelo precioso.


La joven la miró con desconfianza, como si pensara que le estaba tomando el pelo.


—Lo digo en serio —continuó ella—. Mira cómo brilla a la luz... Tiene un color tan bonito que podrías hacer anuncios de champú.


—Si tú lo dices... preferiría tener tu pelo.


—¿Mi pelo? Bueno, ¿qué te parece si te lo tiñes el miércoles? Ponte algo de color crema y asombrarás a todo el mundo.


En aquel momento, Paula oyó que se había armado un pequeño revuelo en una mesa cercana, llena de chicas. Dos hombres avanzaron hacia la mesa. Uno de ellos era Pedro Alfonso, que avanzó por el comedor con toda la confianza del mundo. Llevaba pantalones marrones, camisa a juego y una corbata, también en tonos marrones. Paula pensó que Alfonso habría roto muchos corazones más si hubiera tenido tanto gusto con la ropa como Marcos. Tenía carisma, un cuerpo excelente y confianza.


Y por si fuera poco, resultaba muy masculino.


—¿Qué está haciendo aquí? Pensaba que los profesores comían en la sala de arriba.


Paula se refería a una sala separada del comedor, y un poco más elevada, donde comían veinte adultos, ajenos al caos del comedor de los jóvenes.


—A Alfonso y al señor Williams les ha tocado ser supervisores del comedor durante unos días. Pero no intervienen nunca a menos que alguien se exceda.


Paula volvió a mirar a Pedro.


El profesor se había acercado a la mesa de las chicas y estaba hablando con ella. Las chicas lo miraban más con admiración que con respeto, como si su atractivo fuera aún más intenso en las distancias cortas.


De todos modos, Paula intentó pensar en otra cosa. Al fin y al cabo, desarrollar un interés personal por Pedro sería algo estúpido y desleal. 


Sabía que le gustaba a Donna. Conocía bien a su amiga, y era consciente de la profundidad de su interés.


—No me gustaría estar en su lugar —dijo Paula, en voz baja.


—No creas. Alfonso será justo con ellas.


—Suena como si te cayera bien ese cretino...


—Bueno... creo que es un buen profesor. Estricto, desde luego, pero muy bueno. Me cae bien porque se preocupa por nosotros y por su trabajo. Quiere que aprendamos.


El sincero comentario de la joven hizo que la estima de Paula creciera.


—¿Puedes sentarte a comer conmigo, o te sientas en algún sitio en concreto?


—¿Quieres que me siente contigo? —preguntó Eliana, asombrada.


—Si quieres, sí. Pero primero tendrías que servirte algo de comer.


Paula rió y la empujó ligeramente para que se sirviera.


Cada comida en el comedor era una verdadera batalla. Paula dejó su bandeja sobre las barras de hierro del autoservicio y observó la comida que había elegido: un poco de ensalada de patata, un filete, un pedazo de tarta de chocolate, una botella de agua mineral y una manzana. Pagó la cuenta y luego hizo un gesto a Eliana para que la siguiera.


Jesica la estaba esperando.


—¿Ya lo tienes todo?


—Sí —respondió Paula—. ¿Sabes si hay más sitio en la mesa?


—¿Por qué lo dices?


—Porque le he pedido a Eliana que se siente con nosotras.


Jesica miró a Eliana como si fuera la primera vez que reparaba en ella. Acto seguido, miró a Paula de nuevo, sin decir nada, y se dirigió a la zona izquierda del comedor.


—Creo que será mejor que me siente en otro sitio —dijo Eliana—. No me importa, en serio.


—No, no, espera... Estoy segura de que cabremos todas en la mesa. Venga, será divertido.


Las mesas eran rectangulares, y en cada una de ellas cabían doce alumnos. Varios estudiantes saludaron a Jesica por el camino; al parecer, era bastante popular. En cambio, nadie saludó a Eliana; la chica avanzaba cabizbaja, como si se dirigiera al patíbulo.


Paula no había recordado, hasta entonces, que la jerarquía que se establecía en los comedores de Estados Unidos era muy rígida. Seguramente iban a sentarse en «la mesa de Wendy», e imaginaba que no les gustaría que Eliana estuviera presente.


En la mesa había ocho chicas, que ni siquiera levantaron la mirada de sus platos cuando apareció Paula. Todas ellas eran atractivas, delgadas y elegantes. Pero una de ellas irradiaba un carisma especial; resultaba evidente que estaba ante la niña mimada del instituto Roosevelt.


La chica más popular del lugar era una joven extremadamente bella, tal y como esperaba. 


Tenía el pelo de color rubio platino, y rasgos de muñeca de porcelana. Por si fuera poco, sus ojos eran de color esmeralda, y sus rasgos, perfectos. En cuanto a su cuerpo, no era el cuerpo de una quinceañera: era el cuerpo de una mujer. De hecho, parecía mayor de lo que realmente era.


—Wendy, te presento a Sabrina Davis. Sabrina, te presento a Wendy Johnson.


Jesica también le presentó al resto de las presentes, pero Paula no se quedó con los nombres.


—Tony me ha contado lo que hiciste en la clase de Alfonso —dijo Wendy—. Estoy impresionada, sinceramente. Me habría gustado ver la cara de ese cretino.


—Creo que me excedí. De hecho se portó bastante bien conmigo, a pesar de lo que hice.


Wendy la miró con sorpresa y disgusto.


—Ese hombre es un cerdo —espetó—. Deberían haberlo expulsado.


—Entonces, ¿por qué no lo han hecho?


Los ojos de Wendy brillaron con irritación.


—Porque yo fui la única chica del instituto que tuvo el valor de denunciarlo ante el director.  Aunque por tu actitud sospecho que no me crees.


No era una pregunta, sino una afirmación. Paula pensó que era una chica perceptiva, pero no le sorprendió. Las personas con poder solían ser perceptivas. Era una cualidad muy útil para manipular a los demás.


—Todas las historias tienen varios puntos de vista —comentó Paula, antes de cambiar de conversación—. En fin, será mejor que me siente. Esta bandeja pesa demasiado.


Varias chicas rieron, pero la sonrisa de Wendy fue bastante falsa.


—Jesica, apártate para que Sabrina pueda sentarse frente a mí.


Jesica obedeció y miró a Eliana con cierto nerviosismo. Paula recordó a la chica con la que había estado hablando e hizo un gesto para que se acercara.


—He invitado a alguien para que se siente con nosotras. Supongo que ya conocéis a Eliana, ¿verdad?


Las jóvenes se miraron entre sí con incredulidad.


—Oh, vamos, será una broma, ¿verdad? —preguntó una de ellas.


—Todos conocemos a Eliana —dijo otra chica—. Eliana la empollona.


—Sí, claro, la niña lista, ¿verdad, Eliana? —se burló otra.


Wendy miró fijamente a Paula y dijo:
—En esta mesa sólo pueden comer las personas que yo invite. Estoy segura de que Eliana lo comprenderá. ¿Verdad, Eliana?


Eliana bajó la mirada, en un gesto tímido que Paula comprendió muy bien, y se alejó de la mesa.


—No te preocupes, Sabrina, estará bien —dijo Wendy—. Vamos, siéntate.


Paula miró a las jóvenes con evidente desaprobación. Su actitud era indignante.


—No os comprendo. ¿De verdad creéis que herir a Eliana os hace más listas, o más populares? ¿Sois tan ingenuas como para creer que eso hace que esta mesa sea más especial?


—Vamos, no exageres —declaró Wendy—. Eliana es una perdedora y tenemos que cuidar de nuestra reputación.


—Sí, claro. Reputación de crueles y de groseras.


—¿Groseras? —preguntó Wendy—. ¿De dónde has sacado esa palabra?


Paula comprendió que había utilizado una palabra demasiado seria para un grupito de adolescentes, de modo que intentó corregir la situación.


—En California todos usamos esa palabra como si fuera de argot. Seguro que el año que viene también se utilizará en Texas.


—Texas es tan aburrido... —se quejó otra de las chicas.


—Cállate, Pamela —espetó Wendy.


—¿Lo ves? Vuelves a ser grosera otra vez —dijo Paula, con ironía—. Oh, lo siento, había olvidado que no te gusta esa palabra. Pero espera un momento, ya lo tengo... ¿prefieres que te llame bruja asquerosa?


Wendy se ruborizó, llena de ira.


—¿Quién te crees que eres para hablarme de ese modo? Eres patética y estúpida. Esta mesa es especial. Podías haberte sentado aquí y ser una privilegiada durante el resto del curso, pero eres una perdedora.


—Te equivocas. Si me siento contigo, la gente pensará que soy como tú. Y sinceramente, prefiero sentarme con Eliana. Ya ves, yo también tengo que cuidar mi reputación.


Paula se volvió y se alejó con absoluta tranquilidad. Acababa de enemistarse con la chica más popular del instituto, un hecho que la habría destrozado nueve años antes. Pero ahora una mujer madura, y tenía una perspectiva de las cosas mucho más adecuada.


Su sonrisa creció a medida que avanzaba. 


Empezaba a pensar que su segundo paso por el instituto iba a resultar muy divertido.



1 comentario:

  1. Wowwwwwwwwwwww, ayyyyyyyyyy la que se va a venir me parece jajajaja. Está muy buena esta historia.

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