miércoles, 16 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 10




Pedro contempló toda la escena desde la pared del fondo de la cafetería, en la que estaba apoyado. Resultaba evidente que Sabrina había causado un gran revuelo entre las jóvenes que estaban sentadas a la mesa; sus gestos de incredulidad, o de rabia, lo decían todo.


Al parecer, Sabrina no era una joven que pasara desapercibida.


Acababa de poner en su sitio a un pequeño grupo de alborotadoras cuando vio que Jesica y Sabrina se acercaban a la mesa de las «elegidas». Pero lo que más llamó su atención fue la presencia de Eliana. Y no se arrepintió de haber contemplado la escena; había sido como una película del gran Griffith, sin sonido. Un drama puramente visual. 


Pero no necesitaba subtítulos, ni sonido, para entender lo que había pasado.


Las brujas de la mesa de Wendy se habían burlado de Eliana, y la nueva alumna de California les había hecho frente. Era algo asombroso, e hizo que se sintiera muy satisfecho, sobre todo después de haber contemplado la profunda tristeza de Eliana.


Mientras observaba a Wendy, pensó que nunca la había visto tan humillada. Ni siquiera cuando tuvo que ponerla en su sitio, después de que intentara besarlo. La joven rubia era una enemiga temible, sobre todo cuando no se estaba sobre aviso.


Frunció el ceño y observó a Sabrina. Sonreía con confianza, y caminaba como una pantera que acabara de matar a una presa.


Al parecer, era perfectamente capaz de enfrentarse con éxito a Wendy. Pedro la observó con evidente interés, mientras la joven caminaba hacia el lado opuesto de la cafetería; pero, cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, apartó la mirada.


No podía creer que estuviera admirando su precioso cuerpo, ni el vestido de terciopelo que se ajustaba a sus curvas. Era una alumna, y la mayor parte de los estudiantes aún lo miraban con desconfianza por la falsa denuncia de Wendy. 


Lo sucedido le había afectado tanto que ya ni siquiera sonreía a las jóvenes; y, desde luego, no las tocaba nunca ni permanecía a solas con ellas en ninguna habitación.


Una vez más, se apoyó en la pared y miró a su alrededor. 


Casi esperaba que alguien lo estuviera mirando con desaprobación, pero sólo se encontró con la mirada de Carolina, que arqueó una ceja. Pedro hizo un esfuerzo por controlar su incomodidad y miró a Bruce Logan antes de volver a mirar a su hermana. Estaba buscando alguna excusa para librarse de Bruce, un niñato rico con fama de mujeriego que no quería que se acercara a su hermana.


En todo caso, Carolina entendió el mensaje y apartó la mirada. 


Carolina había dejado bien claro que no quería que interviniera en sus relaciones personales en el instituto, pero Pedro no estaba dispuesto a pasar por alto que estuviera comiendo con semejante canalla.


A pesar de todo, Pedro se relajó. Esta vez había tenido suerte. Había salido con bien de la denuncia de Wendy, pero a pesar de todo sabía que pasaría bastante tiempo antes de que recobrara la confianza de los demás, y no podía poner en peligro su situación, sobre todo porque su hermana aún estaba en el instituto.


Sin embargo, se animó un poco al pensar en su futuro. 


Había enviado un guión a Irving Greensbloom. La secretaria del agente le había comentado que normalmente contestaban a los autores de guiones no solicitados en un plazo de seis a doce semanas, y estaba dispuesto a esperar.


Pedro se apartó de la pared y comenzó a dar la vuelta habitual por el comedor. Mientras caminaba, pensó que no debía hacerse ilusiones. Aunque el agente de Los Ángeles decidiera responderle, las posibilidades de vender el guión de Free Fall eran muy escasas. De todos modos, estaba preparado y sabía que podría soportar una negativa. En cambio, no estaba preparado para algo que había descubierto recientemente: enseñar ya no le divertía. En el pasado, la enseñanza lo había sido todo para él; pero sólo quedaba un rescoldo, y débil, de aquella pasión.


A escasa distancia vio que un chico estaba lanzando patatas fritas al aire. Era Tim Williams, pero Pedro decidió no intervenir y pensó que el alumno tenía suerte de que estuviera cansado de ser el malo de la película.


Poco después, un cabello rojizo llamó su atención. Su pulso se aceleró, algo que le disgustó en extremo; y aún se sintió más incómodo cuando se dio cuenta de que, por alguna razón, no podía variar la trayectoria. Se sentía irremisiblemente atraído por Sabrina, aunque intentó justificar su actitud pensando que sólo estaba preocupado por Eliana. 


La joven estudiante estaba comiendo con la recién llegada.


Parecía que mantenían una conversación interesante. Al menos, Sabrina estaba hablando. Eliana se limitaba a escuchar, con una mirada sospechosamente brillante. La joven asintió en determinado momento, y para desesperación de Pedro, derramó una lágrima que resbaló lentamente por una de sus mejillas.


Sabrina tomó las manos de Eliana, se echó hacia delante y dijo:
—Hazme caso.


Eliana asintió de nuevo, sonrió con debilidad y acto seguido hizo algo que Pedro no esperaba: rió. No fue una carcajada en toda regla, pero su juvenil rostro se iluminó.


Pedro miró la sonrisa de Sabrina, igualmente brillante, y sintió algo en su interior que no pudo definir. Algo muy intenso.


Se dio la vuelta con rapidez y se dirigió, de nuevo, a la pared. Sólo faltaban diez minutos para que terminara su turno; entonces podría comer. Su madre le había preparado un asado el día anterior, y llevaba una buena ración en un recipiente de plástico. Valeria lo hacía porque necesitaba sentirse útil, y su hijo lo sabía.


Aunque su madre cocinaba muy bien, Pedro habría preferido cocinar y encargarse de las labores de la casa personalmente; de ese modo, habría podido pasar más tiempo con Carolina. Su hermana estaba en una edad problemática, y necesitaba que la apoyaran.


Pero a pesar de la preocupación que sentía por su familia, el profesor se sorprendió, de nuevo, mirando a Sabrina.


Una vez más, apartó la mirada con rapidez y decidió que saldría al exterior y que comería en algún lugar tranquilo y apartado. Necesitaba tiempo para pensar, tiempo para examinar sus emociones y para recordarse a sí mismo que debía respetar el código deontológico de todo profesor. Tenía que recobrar la compostura y su expresión inescrutable.


Y debía hacerlo antes de entrar en la clase de Sabrina.




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