viernes, 25 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 40





Paula corrió al vestuario femenino, dejó la bolsa de deporte en un banco y empezó a ponerse la ropa de gimnasia. Se había retrasado. Eliana ya estaba fuera, en la pista. Donna había convocado una reunión urgente para organizar la fiesta de fin de estudios. Sólo faltaban diez días para el acontecimiento.


La venta de entradas se disparó cuando corrió la voz de que Alan Chaney iba a asistir. El mago y humorista criado en Houston se estaba haciendo cada vez más célebre.


Nadie se podía creer que un cómico en plena ascensión al estrellato fuera a asistir a una fiesta de instituto. A fin de cuentas, había sido él quien poco tiempo atrás estampó contra el suelo la cámara de un fotógrafo. El mejor de sus trucos era el de parecer encantador y sincero, cuando en realidad era un canalla sin escrúpulos.


Con una sonrisa sarcástica, Paula se puso las zapatillas y se sentó para abrochárselas. Le encantaba que el momento adecuado, los conocimientos y la suerte se combinasen para que algo ocurriera. Se había puesto en contacto con el agente de Alan, haciéndose pasar por Donna, y lo había convencido de que tenía que contrarrestar la publicidad negativa. Los medios de comunicación de Houston divulgarían el acontecimiento por todo el país, y la gente tendría la impresión de que era una buena persona, dispuesta a trabajar gratis a cambio de proporcionar a los adolescentes de su ciudad natal una noche memorable.


Se alegraba de que la negociación y otros aspectos de la organización de la fiesta las hubieran obligado a Donna y a ella a trabajar juntas. Al final habían hablado de Pedro, y al darse cuenta de que Paula se sentía mucho peor que ella, Donna acabó por reconocer que no tenía derecho a esperar nada, que él había sido sincero y ella se había obstinado en negarse a darse cuenta de que no tenían futuro.


Se subió los calcetines y se dirigió a la pista. Su futuro era una gran interrogación. El lunes siguiente al baile empezaría el juicio por asesinato de John Merrit. Esperar hasta entonces no suponía ningún problema, pero llegar sana y salva al juzgado no sería fácil. Como no habían conseguido encontrarla por el momento, era probable que volvieran a intentar asesinarla entonces.


Contuvo un estremecimiento y salió al sol de la tarde, aliviada. Se detuvo para acostumbrarse a la claridad, e inhaló el aroma de la hierba recién cortada. El viento le agitaba el pelo.


Se sentía mucho mejor. Era difícil creer en el hombre del saco en un ambiente tan normal.


La pista roja estaba llena. Miró a Eliana. Con los brazos levantados, volviendo de vez en cuando la cabeza para intercambiar algún comentario con los demás corredores, no parecía la tímida adolescente que apenas conseguía dar dos vueltas en enero.


Para empezar, ya sólo le sobraban cinco kilos, aproximadamente. A medida que su estructura facial y sus curvas empezaron a salir a la luz, dejó de necesitar que alguien la motivara para hacer ejercicio y comer bien.


Pero eran sólo cambios estéticos, positivos para ganar la aceptación en una sociedad que prestaba demasiada atención al aspecto, aunque no suficientes para alcanzar la felicidad. Paula había trabajado con muchas mujeres bellísimas cuya vida era un desastre.


Se sentía muy orgullosa de la profunda transformación de su joven amiga. Tenía mucha más confianza en sí misma que antes. Ahora parecía ir por el mundo convencida de que merecía la pena conocerla, y no de que no valía nada, como antes.


Era una lástima que aún no tuviera suficiente valor para pedir a un chico que la acompañara al baile. Se negaba a ir sola, como había hecho Paula en su momento.


Se dijo, con sarcasmo, que no podía esperar otra cosa, después de haber dicho a Eliana lo mal que se sintió.


Ocupó su lugar junto a Eliana, olvidando la culpa de momento. Su amiga la saludó con una sonrisa retadora.


Paula empezó a correr lentamente para calentar. 


No tenía tiempo para ejercitarse más, pero no podía pasar por alto el desafío.


Cuando Eliana llegó a su lado, ya tenía los músculos desentumecidos.


—Hola —saludó, aumentando lentamente la velocidad—. ¿Cuántas vueltas has dado?


—Diez cuando llegue a la marca. ¿Quieres que hagamos una carrera en las dos que me quedan?


—De acuerdo. Pero si gano tendrás que ir al baile.


Eliana levantó las cejas.


—No estoy dispuesta a ir sola. Ya te lo he dicho.


—Y no estoy sorda. Yo te proporcionaré el acompañante, y te prometo que será presentable. ¿Qué te parece? Nos estamos acercando a la marca.


—No vas a dejar de darme la lata con ese baile, ¿verdad?


—No —contestó con una sonrisa.


—De acuerdo, pero si gano yo, no quiero oír ni una palabra más. ¿Trato hecho?


—Trato hecho. Los pies deben estar en contacto con la pista todo el tiempo. No te mates intentando ganar. Para si no tienes más remedio.


—Más quisieras.


La carrera había comenzado. Paula no estaba acostumbrada a perder apuestas, pero se dio cuenta de que Eliana no se lo iba a poner fácil. Tenía las piernas muy largas, lo que constituía una gran ventaja, y por supuesto, estaba en plena forma después de dar diez vueltas. Empezó a pensar que había cometido un error.


Pero no se daría por vencida tan fácilmente. Tal vez fuera más baja y tuviera los músculos más tensos, pero era mayor y estaba más acostumbrada al deporte que su rival.


Aceleró la marcha, decidida. Eliana tenía las piernas demasiado largas. Por cada paso que daba, Paula tenía que dar dos.


En la primera vuelta iban a la par. Paula sentía que le ardían los músculos, y no tenía los pulmones mucho mejor. Si aceleraba acabaría por desmoronarse antes de llegar a la meta. Había empezado a sudar, y lo que era peor, tenían espectadores.


La gente que había cerca empezó a gritar sus nombres, animando a una u otra. Eliana fue la que recibió más gritos de ánimo. Paula se concentró en su objetivo, haciendo caso omiso al dolor. Pero Eliana tenía las piernas muy largas.


Habían llegado al tramo final. Aquél era el momento. Si Paula no crecía quince centímetros en unos segundos, Eliana se quedaría en casa durante la fiesta del instituto y se perdería toda la diversión. No asistiría a un baile con el que todo el mundo soñaba. No podía permitir que ocurriera aquello.


Se dijo que había llegado el momento de comerse la lata de espinacas, de meterse en la cabina telefónica a colocarse el traje de Superman. Hizo acopio de fuerzas y consiguió situarse a la cabeza en el último tramo.


—He ganado —proclamó al llegar a la meta.



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