jueves, 24 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 38





Había muchas cosas que no habían resultado fáciles a Paula a la hora de entrar en el instituto a los veintisiete años, como la estructuración del horario, los deberes y la actitud condescendiente de los supuestos adultos. Tampoco encajaba en la compleja jerarquía social que determinaba la felicidad de los alumnos. Todos aquellos factores, combinados con el miedo a que se descubriera su tapadera, habían hecho que los meses de enero y febrero le resultaran muy difíciles de sobrellevar.


Sin embargo, la clase de literatura era algo que siempre la animaba. Al principio porque era un cambio agradable en la rutina cotidiana, y más adelante, porque la hacía pensar y a veces la emocionaba. Era lógico que se hubiera enamorado.


Además, como había comprobado personalmente, la visión de Pedro no era simplemente agradable. Merecía figurar en un calendario. Durante las dos semanas transcurridas desde que hicieron el amor había pasado horas imaginándolo en doce poses distintas.


Tenía una noche de recuerdos maravillosos. 


Debería conformarse con aquello, porque los dos habían convenido en que no sería aconsejable repetir, aunque ninguno de ellos había explicado por qué.


Los motivos de Paula no tenían nada que ver con la ética, sino con el miedo. Pedro había decidido marcharse, y ella tenía que respetarlo. Ahora, por las noches, cuando se apartaba las mantas dispuesta a ir a casa de Pedro y meterse en su habitación por la ventana, cerraba los ojos y se imaginaba de rodillas en el suelo, rogándole que no se fuera. Aquello era bastante para disuadirla.


El último día de clase de Pedro, a finales de febrero, pensaba que estaba preparada para apartarse de él. Lo había animado a irse. Incluso había ayudado a organizar la fiesta de despedida.


Aunque los alumnos se quejaran de él por lo estricto que era, las notas que escribieron en la tarjeta denotaban afecto y respeto. La visión de Pedro Alfonso emocionado provocó una epidemia de ojos acuosos.


Hasta Tony se había puesto melancólico. Habría sido un buen anuncio si alguien lo hubiera fotografiado. Un momento casi tan impresionante como el de la despedida de Pedro y Paula.


Pedro estaba en el vestíbulo, con las cosas que había recogido de su mesa. Estaban rodeados de gente. Paula lo miró a los ojos y murmuró unas palabras que había olvidado en el acto.


Pero no olvidaría nunca la desesperación que había sentido al oír los escuetos buenos deseos de Pedro para el futuro, y su recomendación de que tuviera cuidado.


Tampoco olvidaría la angustia de verlo subir a su coche con intención de irse a Los Ángeles por la mañana. Los separaban tantos kilómetros de hielo que no se podrían derretir en toda una vida.


Creía que estaba preparada para separarse de él.


Pero se equivocaba.




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