jueves, 24 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 37





Tenía que marcharse. Casi era media noche y no quería que Carolina y su madre sospecharan algo raro, cosa que seguramente harían si volvía por la mañana, a tiempo de dirigirse al instituto. 


Si lo hacía, tendría que responder a demasiadas preguntas. Y ya tenía suficientes problemas con la venta del guión.


La luz de la luna se filtraba entre las ramas del roble que había junto a la ventana, dando un tono plateado a la mujer que dormía a su lado. 


Paula parecía una escultura clásica, muy distinta de la joven pelirroja y llena de energía que había conocido. La observó durante unos segundos con la admiración de un asiduo visitante de museos, pero con el apasionamiento de todo amante.


Era perfecta.


Su mirada recorrió todo el cuerpo de Paula, hasta llegar a su precioso perfil, para volver a bajar más tarde a la estrechísima cintura que cabía entre sus manos. Entonces notó que estaba excitado otra vez. Su prolongada abstinencia, empero, no podía justificar el insaciable deseo que sentía hacia aquella mujer. Había imaginado que las relaciones sexuales con ella serían maravillosas, pero no había imaginado que fueran tan intensas.


Durante unos minutos se limitó a observar su respiración, escuchando el sonido, un sonido que podría oír todos los días si se marchaba a Dallas con ella en lugar de dirigirse a Los Angeles.


Pedro apartó la mirada y volvió a mirar por la ventana. Sentía un intenso vacío, y no estaba seguro de haber tomado la decisión acertada.


Carolina y Valeria tendrían una situación económica muy acomodada, y Paula tenía razón en lo relativo a su relación. 


Dependían demasiado de él, y en cierto modo había resultado contraproducente. Su marcha les dolería, pero aprenderían a vivir por su cuenta.


En cuanto al instituto, sabía que la dirección tendría problemas para encontrar a otro profesor cuando sólo faltaban tres meses para que terminara el curso, pero no era la primera vez que se marchaba un profesor y siempre habían solucionado los problemas.


No obstante, la perspectiva de marcharse sin ver cómo terminaban los estudios sus alumnos le resultaba demasiado dolorosa. Pero, tal y como Paula había insinuado, les había dado todo lo que podía darles. Y tal vez merecieran librarse de sus estrictas normas. Tal y como la propia Paula había comentado en otra ocasión, Pedro sentía celos de ellos, celos de su juventud y de su libertad.


Pero, en realidad, su verdadero dilema se encontraba más cerca, a su lado, en aquella cama. No creía que llegaran a odiarse si decidía permanecer con ella; sin embargo, tampoco quería arriesgarse a cometer un error. 


Lamentablemente, sospechaba que su corazón no resistiría la separación de Paula.


Entonces la miró y vio que se había despertado y que lo estaba observando con una sonrisa.


La excitación de Pedro se desató de inmediato. 


Quería hacerlo otra vez, pero tenía que contenerse. Habían hecho el amor muchas veces durante la noche, y Paula ya no podía más.


—No tienes prisa por marcharte, ¿verdad? —preguntó ella.


—Bueno...


Paula se levantó de la cama y abrió la puerta del dormitorio.


—Espera, Pedro.


La mujer desapareció en el interior del cuarto de baño, y apareció segundos más tarde con una sonrisa maliciosa en los labios.


—He pensado que podríamos usar esto, si estás dispuesto a colaborar.


Pedro estaba tan concentrado en la belleza del cuerpo de Paula que tardó más de lo normal en entender lo que decía. 


Entonces vio el pequeño frasco que llevaba en una mano, un pequeño frasco con una etiqueta en la que se veían unos melocotones. Se acercó y vio que era aceite para dar masajes.


Acto seguido, Pedro levantó la mirada, excitado, y sonrió.


—Desde luego. No tengo ninguna prisa.




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