miércoles, 23 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 35




Dos horas más tarde, Paula salió del cuarto de baño y se dirigió a la cocina para prepararse una taza de té. Era su hora preferida del día. La tensión de tener que ver a Donna y a Pedro en el instituto ya había quedado atrás, al igual que sus paseos y carreras. Se había lavado el pelo y se sentía refrescada y relajada.


Al menos, todo lo relajada que podía estar sabiendo que el hombre que amaba, y que su mejor amiga, la evitaban como si tuviera la peste. No obstante, había algunas cosas buenas en su vida. Se había ganado el afecto y la gratitud de Carolina, y Fred se había convertido en el héroe de todo el instituto.


Sonrió al pensar en su compañero, llenó la tetera con agua y la puso al fuego. En cierto modo, el éxito de Fred era su éxito. Cuando terminara con él, la fama de Fred rivalizaría con la de Tony Baldovino. Pero para eso tenía que contar con su cooperación. Y si la obtenía, se lo agradecería cuando sus descubrimientos en informática dieran la vuelta al mundo.


Justo entonces, sonó el teléfono.


La señora Anderson le había entregado su teléfono móvil, reparado, el día anterior; Donna se había encargado personalmente del asunto, y se lo había dejado al ama de llaves para que se lo diera.


—¿Dígame?


—Paula, soy Pedro.


Paula no dijo nada.


—Mira, llevo un rato dando vueltas en el coche, y no sé cómo me las arreglo, pero siempre termino pasando por delante de tu casa. Ahora estoy en la tienda que hay junto al instituto. ¿Te importaría abrirme la puerta de la propiedad? Tengo que hablar contigo y no quisiera molestar a la señora Kaiser.


—Muy bien, pero no es necesario que vaya a abrirte. Te daré el código de seguridad y podrás entrar tú solo.


Paula se lo dio y Pedro le dio las gracias.


—Estaré ahí dentro de cinco minutos. Hasta ahora.


—Hasta ahora.


Sólo tenía cinco minutos, de manera que Paula corrió al dormitorio para mirarse al espejo. Tenía el pelo mojado y se había quitado el maquillaje. No tenía tiempo para cambiarse de ropa y ponerse algo más elegante, pero podía hacer algo para que, por una vez, Pedro la viera como a la mujer de veintisiete años que era.


Rápidamente, se maquilló y se pintó los labios. Acababa de secarse el pelo cuando oyó el sonido de la puerta eléctrica de la propiedad. Apagó el secador y se miró al espejo, intentando tranquilizarse un poco. No quería hacerse falsas esperanzas.


Sin embargo, no pudo evitar que su corazón comenzara a latir más deprisa cuando oyó el timbre de la puerta. Caminó hacia la entrada y abrió.


Pedro llevaba una camiseta gris y una chaqueta negra, y se había apoyado en el marco de la puerta.


—Hola —dijo él, con suavidad.


—Hola.


—¿Puedo entrar?


—Claro, adelante.


Paula se apartó para permitir que pasara. 


Estaba muy nerviosa, pero el súbito pitido de la tetera le dio una excusa excelente para recobrar la compostura.


—Estaba a punto de tomar un té. ¿Quieres una taza, o prefieres café?


—Prefiero café, si no es molestia.


—No, no es ninguna molestia, sólo tardaré un momento —dijo, mientras cerraba la puerta de la casa—. ¿Qué ocurre, Pedro?


—Nada malo. Acabo de recibir una oferta de trescientos mil dólares y una oferta para adaptar el guión. Ya es oficial. He hablado esta tarde con Irving, desde el instituto.


—¡Pedro, eso es maravilloso! Oh, Dios mío... deberíamos tomar champán, no café.


Paula corrió al frigorífico y abrió, como si esperara que apareciera una botella de champán por arte de magia.


—Lástima —continuó—, no tengo nada excepto refrescos sin calorías. Pero supongo que preferirás café.


Paula cerró la puerta del frigorífico y lo miró de nuevo, sonriente y mucho más relajada.


—Venga, cuéntamelo todo —siguió hablando—. ¿Qué es eso de que estabas dando una vuelta en coche y de que pasabas una y otra vez por delante de la casa? ¿No les has dado la buena noticia a Carolina y a tu madre? Se alegrarán mucho por ti, Pedro.


—No lo creo —dijo, con seriedad.


—Oh, vamos... estoy segura de que se alegrarán.


—Lo dudo. El director quiere que vaya a Los Ángeles y que empiece a trabajar a finales de la semana que viene. Si aceptó, tendré que vivir allí por tiempo indefinido.


—Ah.


—¿Qué debo hacer, Paula?



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