jueves, 29 de marzo de 2018

POR UNA SEMANA: CAPITULO 21




En sólo diez minutos de visita, Paula ya estaba comenzando a sentir lástima por Lucas. El pobre hombre estaba impaciente por complacer a su hijo. La casa brillaba, y había preparado té y café. Incluso les había servido una porción de tarta de limón. Pero cuanto más trataba Lucas de agradar, más reservado se mostraba Pedro


Sólo contestaba con monosílabos, y no hacía comentario alguno a menos que le preguntaran.


A su favor, en cambio, había que decir que se mostraba muy atento con Paula. Pedro estaba sentado a su lado en el sofá, con un brazo estirado sobre los cojines a su espalda. Sus dedos no dejaban de tocarla y de dibujar caminos por su nuca, pero sin ánimo de excitarla. La intimidad de aquel gesto, no obstante, la hacía estremecerse. Paula cruzó los brazos por delante del pecho y Pedro comenzó a jugar con el lóbulo de su oreja. Entonces contuvo el aliento. Pedro debería de prestarle atención a su padre, se dijo.


—¿Tienes un poco de limón? —preguntó Paula a Lucas tratando de quedarse unos momentos a solas con Pedro.


En cuanto él salió de la habitación, Paula se volvió hacia Pedro.


—Por favor, no me toques así. Me estás poniendo nerviosa —susurró.


—¿Nerviosa? —Repitió Pedro mirándola a los ojos—. ¿O caliente?


—Deberías de prestarle más atención a tu padre.


—Prefiero pensar en ti —contestó Pedro con ojos nublados y expresión indescifrable.


—Me estás seduciendo —susurró ella.


—¿Y crees que me gustará cuando te consiga?


Paula torció la boca tratando de reprimir la risa. 


Aquella respuesta automática por su parte la irritaba, pero antes de que pudiera decir nada, Lucas volvió con el limón.


—Gracias —dijo Paula sonriendo con sinceridad.


—Maliciosa —susurró Pedro en su oído.


—¡Compórtate! —ordenó Paula en voz alta.


Pedro hizo una mueca. Lucas los miró confuso, y Paula se inclinó hacia delante para meter una rodaja de limón en la taza.


—Tiene usted que perdonar a su hijo, está un poco juguetón esta noche. Así que, ¿le gusta Bedley Hills?


—No salgo mucho, pero parece una ciudad bonita —contestó Lucas—. Por supuesto, cuando Pedro apareció por aquí, me pareció aún mejor.


—A mí me ocurrió exactamente lo mismo —dijo Paula sin pensar. Pedro le golpeó la pierna y ella levantó la vista para mirar a Lucas—. Es decir, yo no sabía que usted vivía aquí. Pedro no me contó que su madre le había escrito hasta el otro día. Según creo fue ella quien se lo dijo, yo ni siquiera sabía qué quería hacer en Bedley Hills.


Pedro suspiró aliviado.


—¿Y vas a irte con él a Alemania? —preguntó Lucas.


Paula no sabía la respuesta a esa pregunta. 


Dejó la taza sobre el plato y puso la mano sobre la pierna de Pedro a una altura lo suficientemente escandalosa, presionándola de modo que él lo notara. Su rostro debió encenderse de inmediato. Pedro se enderezó en el sofá y Paula no se atrevió a comprobar qué más cosas había provocado su contacto.


—Tu padre te ha hecho una pregunta, cariño. No estarás dormido, ¿verdad? —añadió volviendo a presionarle la pierna.


—Estoy despierto —contestó Pedro agarrándola de la muñeca y mirándola con una expresión como de advertencia—. Cada centímetro de mi cuerpo está despierto.


Pedro sufre de sonambulismo —continuó Paula volviéndose hacia Lucas—. Camina dormido, ¿sabe? A veces está soñando y nadie se da cuenta. Esa es la razón por la que no dice ni una palabra aunque tenga los ojos abiertos. No obstante, en cuanto lo toco, se despierta.


—Esa debe de ser la pura verdad —musitó Pedro aún con el ceño fruncido.


Paula lo miró preguntándose por qué su comentario había sonado tan sincero. 


Quizá Pedro fuera mejor actor de lo que había pensado, se dijo. Lucas estaba a punto de echarse a reír cuando Pedro puso un gesto de mal humor.


—No, ríase, ríase —lo alentó Paula—. Pedro ha aprendido a vivir con ese problema, aunque a veces, cuando es el centro de las miradas, se enfada. Yo no dejo de decirle que sería mejor que fuera mecánico en lugar de piloto. Así no correría peligro de dormirse mientras vuela. Además todo el mundo sabe que los mecánicos son muy importantes para las fuerzas aéreas.


—Paula —la interrumpió Pedro en un tono áspero, como advirtiéndola de que estaba yendo demasiado lejos.


—Pero Pedro insiste en ser piloto, por eso nunca me olvido de pagar su seguro de vida. Las Fuerzas Armadas dan a las viudas unas pensiones estupendas.


Lucas se echó a reír a pesar de que Pedro hizo una mueca de disgusto.


—Espera a que lleguemos a casa, señorita —dijo Pedro medio gruñendo.


—Estoy impaciente —contestó Paula inclinándose para besarlo en la mejilla y dándole unas palmaditas en la rodilla—. Pedro se toma a sí mismo demasiado en serio, ése ha sido siempre su problema. Pero no te preocupes, Lucas, estoy tratando de corregirlo.


—Creo que conocerte es lo mejor que le ha podido ocurrir nunca a Pedro —afirmó Lucas en voz baja.


—Es cierto —confirmó Pedro.


Aquella respuesta pilló a Paula por sorpresa. Su corazón dio un vuelco y se ruborizó. Luego, temiendo suponer demasiado por aquel sencillo comentario, se volvió hacia Lucas y añadió:
—Bueno, le habías preguntado a Pedro a dónde iba a ir, ¿no?


—¿Él sólo? —preguntó Lucas extrañado.


Otro desliz, se dijo Paula. Hacerse pasar por esposa no era tan fácil como había imaginado.


— Sí, solo. Es una misión secreta —improvisó comprendiendo que Pedro no quería contarle a su padre a dónde iba a ir—. No le permiten decir a dónde va, pero como a mí me encanta Bedley Hills creo que me quedaré hasta que regrese de su siguiente misión — explicó volviéndose hacia Pedro—. ¿Te parece bien, cariño?


Pedro alargó los brazos y tiró de ella para atraerla hacia sí. 


Luego la besó largamente en los labios y hundió los dedos en sus hombros. El deseo derritió a Paula. Tenía que luchar por recordar dónde estaba y por qué.


Lucas se aclaró la garganta y se disculpó, saliendo de la habitación. Era exactamente lo que Pedro esperaba que hiciera.


—¿Con que una misión secreta? —susurró—. ¿De qué diablos estás hablando? Si quisiera que Lucas supiera a dónde voy se lo diría. No te pedí que te inventaras historias para hacerlo feliz, sólo tienes que fingir que eres mi esposa y que estás enamorada.


—Perdona, pero olvidaste darme el guión —se disculpó Paula temblando al ver el modo en que él se había apartado de ella. Sus miradas se encontraron—. Puede que tengas algo que demostrarle a tu padre, pero después de todo es un ser humano.


—Tú sólo compórtate como una dulce esposa, ¿quieres?


—Entonces compórtate tú como el hombre feliz que se supone que eres.




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