jueves, 29 de marzo de 2018
POR UNA SEMANA: CAPITULO 22
Ese era el problema, y Pedro lo sabía. Había estado callado y taciturno porque sabía que nada de aquello podría nunca ser cierto. Ni era feliz, ni Paula era su mujer. Tenía que salir de allí, se dijo. Se puso en pie y se marchó. Paula se quedó mirándolo atónita. Justo entonces Lucas entró y vio que Pedro se había ido. Se dejó caer sobre el sillón y enterró la cara entre las manos.
— ¡Deseaba tanto que Pedro me perdonara! —exclamó con voz débil—. No es feliz, ¿verdad? Ni siquiera contigo, ni con su profesión. Aún le torturan los recuerdos.
Paula se sintió culpable. Deseaba confesar la verdad, pero era posible que Pedro no volviera a ver a su padre. Era mejor que Lucas siguiera creyendo que su hijo tenía una buena esposa, reflexionó. Pero tenía que hacer algo. Se puso en pie, se acercó a Lucas y se inclinó sobre él dándole unas palmaditas en la mano. Lucas se reincorporó y recuperó el control. Paula sabía que aquel hombre podría soportarlo, podía leerlo en su rostro. Por muy débil que hubiera sido en el pasado había cambiado, pensó.
—¿Ha cambiado tu vida para bien, Lucas ¿Estás mejor? —Lucas asintió—. Entonces, quizá entre tú y yo podamos ayudar a Pedro —continuó sin saber siquiera si aquello era verdad—. Por favor, insiste en aquello que has logrado, no te dejes vencer por culpa de Pedro.
—No lo haré —contestó Lucas asintiendo despacio.
—¿Tienes idea de dónde puede estar el hermano de Pedro?
—No —contestó Lucas mientras un brillo de esperanza cruzaba su mirada—. He estado buscándolo, pero no se lo digas a Pedro.
—No se lo diré.
—Si encuentro a Guillermo quizá eso le ayude.
—O quizá no —contestó Paula en voz baja—. Pedro necesita curarse, Lucas, pero nadie puede hacerlo por él.
Guillermo podía haber cambiado mucho, recapacitó, podía haber dejado de ser la persona a la que Pedro había conocido años atrás. Quizá ambos hermanos no tuvieran ya nada que compartir excepto lazos de sangre y malos recuerdos.
—Tú sí que eres buena para él.
—Para lo que le sirve —contestó Paula con lágrimas en los ojos—. Pedro se marchará pronto, y yo no puedo ir con él. Esperaba que hiciera las paces contigo y consigo mismo antes de marcharse —añadió mirando hacia la puerta—. Será mejor que me vaya.
—Te está esperando, ¿verdad? —Preguntó Lucas poniéndose en pie y retirándose el pelo de la cara en un gesto muy similar al de Pedro—. Si no, yo te llevaré.
—Sí, me está esperando —contestó Paula segura. Apretó la mano de Lucas una vez más y añadió—: Trataré por todos los medios de que vuelva a verte.
—Gracias.
Paula asintió y se dirigió hacia la puerta. Pedro estaba en el coche esperándola.
—Lo siento —se disculpó nada más subir ella—. Supongo que lo he echado todo a perder, ¿verdad?
—¿Por qué te has ido?
Pedro giró la llave de contacto e hizo una mueca sin mirarla.
—¿Estaría sonámbulo? —bromeó.
—Ya sé, ya sé —contestó Paula con un gesto de la mano.
—Sólo era una buena broma. Te has reído.
Pedro parecía decidido a ignorar los sentimientos que había hecho aflorar aquella visita, a seguir bromeando. Bueno, se dijo Paula, podía aceptarlo por el momento.
—Debería de haberle dicho a tu padre —añadió después de una pausa—, que aprendiste a echarte cabezaditas rápidas en la cárcel.
—Ha sido fantástico tenerte por esposa, mucho mejor de lo que nunca hubiera imaginado.
—Bueno, cometí un par de deslices, pero manejé bien la situación.
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