miércoles, 28 de marzo de 2018

POR UNA SEMANA: CAPITULO 18





—Entonces llegaremos hacia las siete esta tarde, ¿te parece bien?


—Estupendo —contestó Lucas Alfonso agarrando el auricular con manos temblorosas.


No quería colgar el teléfono. Había pasado una semana, y casi había perdido la esperanza de volver a tener noticias de su hijo. Pero Pedro no dijo nada más, de modo que Lucas tuvo que colgar. Se dejó caer sobre el sillón y recapacitó. De modo que se llamaba Paula. En cuanto la conociera y estuviera seguro de que Pedro era feliz soportaría que su hijo se apartara de su vida, pensó. Aunque fuera definitivamente. Rogaba a Dios para que no lo hiciera, pero lo comprendería.


Lucas ordenó las revistas sobre la mesita del café y comenzó a limpiar. Pedro había permanecido en contacto con su madre, y eso era buena señal. Algún día, si conseguía encontrar a Guillermo, quizá Pedro lo perdonara por arruinar sus vidas, recapacitó. Y si Pedro lo perdonaba, quizá entonces él se perdonara a sí mismo.


Pedro y Paula pasaron más de hora y media aquella tarde preparando la historia que iban a contar. Él había llamado a Lucas en cuanto Paula le comunicó que tenía la tarde libre. 


Deseaba ardientemente terminar con todo aquello para poder marcharse al día siguiente, y así se lo había dicho a Paula.


Pedro cerró la puerta de su casa y se dirigió hacia la de ella. 


Al contarle a Lucas que su mujer se llamaba Paula había sentido una tremenda felicidad, comprendió. Cuánta, era algo que no estaba dispuesto a admitir ni siquiera ante sí mismo, pero había colgado sonriendo.


Se estaba dejando llevar, se dijo. En una hora, poco más o menos, todo habría terminado. Después se marcharía a Virginia y esperaría a que llegara el momento de reincorporarse, o quizá se tomara unas vacaciones en Hawai. Sería libre de su pasado, pensó. Quizá no feliz, pero eso no importaba. No tendría ninguna preocupación, excepto por su incansable deseo de encontrar a Guillermo...y quizá, también... olvidar aquel rostro ovalado y aquellos enormes ojos marrones que dejaba atrás, en Bedley Hills.


Caminó hacia la puerta de Paula maldiciendo. Tenía que dejar de pensar de ese modo, se dijo, no tenía nada que ofrecerle. 


Su alma estaba tan vacía de emociones que nunca podría llegar a ser un buen compañero para ninguna mujer, y menos aún para Paula, que regalaba el amor a manos llenas. Ni siquiera sabía qué significaba el amor, se dijo.


Paula abrió la puerta y sonrió ampliamente. Calor, pensó Pedro. Cada vez que estaba cerca de ella sentía calor.


—Y dime, ¿por qué exactamente estás tan feliz?


—Estoy actuando —contestó Paula sin dejar de sonreír—. Finjo que estoy felizmente casada contigo. ¿A que merezco el premio de la Academia?


Pedro reprimió una sonrisa. Le sorprendió sentir desilusión en lugar de tensión.


—Tienes una forma extraña de ver las cosas.


—Se llama optimismo —contestó ella sonriendo con sinceridad—. Bueno, es cierto, me gusta ayudar a los vecinos necesitados.


Pedro la miró con un brillo sugerente en los ojos que le hizo a Paula contener el aliento.


—¿Y hasta dónde eres capaz de llegar para ayudar a tus vecinos?


—Ni la mitad de lo que a ti te gustaría, supongo — bromeó ella alzando una mano para darle una palmadita amistosa en la mejilla. En el mismo instante en que puso la mano sobre su rostro, Paula comprendió que aquello era un grave error. No había nada de amistoso en el deseo que recorría todo su cuerpo. Se apresuró a retirarla y añadió—: Ten cuidado. Puede que tengas mucha práctica gastando bromas, pero te puede salir el tiro por la culata.


—¿Y crees que sería interesante eso... de que me saliera el tiro por la culata?


—Puede ser.


—Estoy impaciente.


Era posible que no tuviera que esperar mucho, se dijo Paula. 


Por la forma en que se sentía a su lado, oliendo su fragancia y contemplando aquellos ojos oscuros y sexys de mirada provocativa, estaba comenzando a pensar que era una estúpida. Se sentía tan embargada por su atractivo y su sexualidad que... era evidente que se estaba volviendo loca.


—Estás muy guapa —comentó Pedro.


No había nada que deseara más que entrar y cerrar la puerta detrás de sí. Por un momento, Pedro tuvo que tragar para evitar hacerlo o sugerírselo.


—Tú también estás muy bien —contestó Paula deseando lo mismo.


«Resiste», sé dijo Paula suspirando fuerte. Pedro escuchó aquel suspiro y se preguntó si Paula estaría tensa por el encuentro de aquella noche o si sencillamente padecía la misma excitación sexual que él. Tenía un plato de cartón cubierto con papel de estaño en las manos. Pedro lo señaló y preguntó:
—¿Qué es eso?


—Le he preparado a tu padre una tarta de limón.


—¿Y por qué? —preguntó sin poder evitar sentir celos.


—Porque vamos a visitarlo y se supone que soy tu mujer —sonrió Paula ampliamente—. Y porque nunca voy a casa de un extraño con las manos vacías.


—¿Pero has conocido alguna vez a algún extraño? —preguntó Pedro levantando el papel de estaño para oler el pastel


—No, sólo a gente extraña —contestó Paula bromeando—. ¿Listo?


Habían acordado ir en el coche de Pedro. Paula lo observó por unos segundos mientras caminaban. Contempló cada detalle, desde el pelo revuelto y oscuro hasta los poderosos hombros. El hecho de que no mostrara nerviosismo alguno ante la visita no la sorprendía. Mientras se ponían de acuerdo sobre la historia, Paula había tenido la sensación de que él actuaba por puro instinto en relación a su padre. Era el tipo de persona para el que resultaba más fácil actuar que sentir, se dijo. Había vivido demasiados años en soledad, ésa tenía que ser la causa.


De pronto, recordando su infancia de abandono, Paula sintió miedo por él. Le preocupaba que al terminar la visita, él no fuera capaz de seguir manteniendo enterradas las emociones que durante tanto tiempo había ignorado. De hecho, tras aquellos ojos oscuros, se ocultaba ya demasiada intensidad, pensó. Pedro no iba a poder mantener aquella fachada de frialdad durante mucho tiempo, algo debía de estar a punto de estallar. Sólo rogaba por que no fuera él.


—Ah, se me ha olvidado cerrar la puerta —comentó Paula dándole la tarta—. Sujétame esto.


—¡Vaya! —exclamó Pedro con ojos brillantes mirando la tarta.


Paula volvió a tirar del plato. Su cuerpo se derretía al contacto de Pedro.


—Tienes la misma expresión en la mirada que Frankie cuando se propone hacer travesuras.


—¿Que Frankie? —Repitió Pedro incrédulo, abriendo mucho los ojos—. No es posible que un chico tan inteligente tenga ningún defecto.


—Sólo pretendía decir que le gusta comer —protestó Paula.


—Si me dejas olería, te prometo que no me la comeré. Por mi honor de preso fugado —Paula gruñó—. Lo siento, nunca fui boy scout, así que no puedo prometértelo por ninguna otra cosa.


—Bien, pero lo has prometido —contestó Paula dándole el pastel.


—¿Te ha dicho alguien alguna vez lo crédula que eres?


—Sí, pero nadie me dijo que podía ser un problema. ¿Es que vas a obligarme a lamentar el hecho de ser tan confiada?


—No quiero obligarte a lamentar nada, Paula — contestó Pedro tomando el plato.


Pedro estaba hablando en serio, con sinceridad, de modo que Paula le quitó el plato y añadió decidida:
—En ese caso tengo que decirte que lo de esta noche es un error. ¿Qué podría hacer para hacerte cambiar de opinión?


—Eso depende, ¿en qué habías pensado? ¿Un pedazo de pastel... —sonrió despacio mirándola a los ojos— me dejarías comerme mi parte?


Pedro no estaba hablando de la tarta, reflexionó Paula. Por su forma de mirarla se sintió como si fuera la única mujer del mundo a la que él pudiera desear, y aquella idea le resultaba tremendamente erótica. De pronto, Paula fue consciente de cada parte de su cuerpo y comenzó a imaginar cada detalle del de él. Pedro dio un paso adelante para tomar el plato.


—Creo que me reservo mi respuesta hasta que tú me des la tuya —contestó Paula en voz baja.


—Mi respuesta es que vamos a llegar tarde... — dijo Pedro inclinándose. Paula comprendió que él no quería posponer la visita y eso la desilusionó, pero se lamió los labios saboreando de antemano el beso que esperaba de él. Sin embargo, Pedro se puso serio y añadió—... a menos que me des esa tarta y cierres la puerta ya.


—¡Qué gracioso! —Contestó soltando la tarta y sacudiendo la cabeza—. ¡Eres todo un desafío!


—Por eso es por lo que me soportas. Apuesto a que creías que iba a besarte.


—¡No! —gritó Paula alejándose para evitar que pudiera leer en su rostro y pillarla en una mentira.


—Pero lo deseabas —gritó Pedro a su vez.


El hecho de que Pedro tuviera razón la irritaba. 


Buscó las llaves y apretó los labios. Él estaba demasiado seguro de ella, pensó, y si no lo ponía en su sitio de inmediato conseguiría llevársela a la cama en un abrir y cerrar de ojos.


Pedro contempló los hombros desnudos de Paula mientras se alejaba. Tragó y trató de resistirse a la tentación de besar su piel de seda a todo lo largo, hasta el escote del vestido. 


Quería escucharla suspirar de placer como unos segundos antes, sólo para él. Abrió la puerta del coche. Tenía que olvidarla, se dijo. A pesar de la atracción mutua aquella relación no funcionaría, y nunca soportaría el hecho de que alguien lo amara y luego lo abandonara.


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