viernes, 16 de marzo de 2018
EN LA NOCHE: CAPITULO 44
-¿Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?
Paula apoyó la mano sobre la Biblia y mantuvo la mirada fija en Larry Fitzpatrick.
-Lo juro.
Después de haber pasado varias semanas preguntándose qué iba a decir, y después de haber empleado tanto esfuerzo en preparar su discurso, ahora le resultaba muy difícil prestar testimonio.
Ya la habían advertido de lo que iba a suceder, y del brutal interrogatorio que iban a realizar. Pero seguía recordando con absoluta claridad todo lo que había sucedido aquella noche. Lo único que tenía que hacer era decir la verdad.
No era tan difícil como había pensado. A pesar de que jamás podría olvidar que había presenciado un asesinato, al decir lo que había visto podría al menos estar tranquila con su conciencia. Fitzpatrick no se escaparía de la justicia esta vez. Su cuidada imagen pública había quedado destruida, y sus negocios de blanqueo de dinero se habían hundido. Incluso algunos de sus abogados lo habían abandonado, ahora que habían congelado todos sus bienes.
Marion y su reciente marido habían ido al juzgado. Parecía mucho mayor que la mujer que se había casado un mes atrás, y ya no sonreía cuando miraba a su padre. Circulaban rumores de que la hija de Fitzpatrick estaba intentando vender las propiedades de su padre, no para quedarse con el dinero sino para entregarlo a obras sociales. Paula pensó que, probablemente, era cierto. Siempre había pensado que Marion, era una buena persona.
Todo transcurría a la perfección. El juicio se acercaba al final. Todo había terminado.
Paula se levantó y bajó del estrado.
Pedro se reunió con ella en el vestíbulo del juzgado. Su imagen la estremecía de arriba abajo, como siempre lo había hecho. Pero, en aquella ocasión, no fue corriendo hacia él como habría hecho dos días atrás.
Parecía una persona distinta, con el pelo engominado y vestido con traje. Pero fue algo más que su aspecto lo que provocó su indecisión. Se había estado comportando de forma algo distante desde que salieron del hospital el día anterior. Era como si hubiera estado concentrado en una discusión interna que sólo él podía oír.
-Si quieres, te llevo a casa.
A pesar de que sólo iba a conseguir prolongar un poco más lo inevitable, Paula no puso ninguna objeción. Lo siguió hasta donde tenía aparcado el coche y se reclinó en el asiento.
Era consciente de lo cerca que estaban en aquel momento. Sin embargo, la distancia que se interponía entre ellos era cada vez mayor.
Pero aquello era lo que ellos habían decidido.
Estaba sucediendo como lo habían planeado. Él iba a ver a Fitzpatrick encarcelado. Ella iba a conseguir el dinero y la independencia que tanto deseaba. Sabía desde el principio que su relación era algo provisional. Se había dicho muchas veces que tenía que conformarse con lo que él estuviera dispuesto a darle.
Pero no estaba conforme. Después de todo lo que habían vivido juntos durante los últimos días, no había manera de hacer desaparecer todos los sentimientos. Al ver a Jeronimo y Geraldine con su hijo, su perspectiva de los planes que tenía para el futuro cambió considerablemente. A pesar de que su cuñada había estado muy grave y seguía demasiado débil para incorporarse siquiera en su cama, su cara de felicidad la había impresionado profundamente.
Como su padre le había dicho, no había garantías. Aquello lo había aprendido con Ruben. El riesgo y el amor parecían ir siempre de la mano. Amaba a Pedro, pero no se atrevía a correr el riesgo de perderlo confesándole su amor.
Llegaron al edificio en el que vivían cuando caían las sombras del atardecer. Pedro esperó a que Paula abriera la puerta e insistió en comprobar que no había nadie en la casa.
-Perfecto –dijo después de registrar todo el piso-. Todo parece estar tal y como lo dejamos.
Ella cerró la puerta a su paso y se guardó la llave en el bolso.
-Creía que, después de testificar en el juicio, ya no habría motivos para temer por mi seguridad.
-Sólo quería asegurarme –dijo Pedro.
-Así que era por eso por lo que querías acercarme a casa –dijo Paula, intentando disimular el dolor de su voz-. Se trata únicamente de tu trabajo.
-No puedo olvidar lo que te pasó. Ayer, en el hospital, y después en el juicio, mientras prestabas declaración, me parecía estar reviviendo esos momentos tan dolorosos. Debería haber podido protegerte mejor.
-No puedes seguir culpándote por ello. Fui yo quien decidió involucrarse en el caso.
Él se quitó la chaqueta y la dejó en el respaldo del sofá.
-Pero no fuiste tú quien decidió que te pegaran un tiro.
-Pensaba que ya habíamos superado todo esto. Pero quizás lo que tenemos que hacer es hablar sobre ello, en lugar de intentar fingir que no nos importa. Yo lo he estado haciendo mucho últimamente.
-¿Qué?
-Intentar esconder mis preocupaciones en vez de hablar de ellas. De una vez por todas. El disparo fue accidental.
-Si no hubiera sido por mí…
-Si no hubiera sido por ti, me habría muerto –dijo ella con firmeza.
-No, estás equivocada. Yo te metí en este asunto. Fue culpa mía que te hiriesen.
-Mi familia había aceptado el trabajo de la boda antes de que me dijeras quién era Fitzpatrick en realidad. Yo habría estado en esa boda aunque tú no hubieras ido. La reunión de Fitzpatrick también habría tenido lugar. Incluso Falco habría sido asesinado.
-Pero…
-Piénsalo, Pedro. Tú me tiraste al suelo. Llamaste a la ambulancia. Si no hubieses estado allí, Fitzpatrick me habría descubierto y se habría encargado de no dejar testigos –hizo una pausa para respirar-. O incluso habría muerto desangrada antes de que alguien se hubiese dado cuenta de que estaba herida.
-No –dijo Pedro con voz quebrada.
-Sí. No puedes mirar atrás e intentar cambiar las cosas. No hay manera de saber qué habría ocurrido si se hubiera hecho una cosa en vez de otra.
-No puedo imaginarme la vida sin ti –confesó Pedro.
-¿De verdad?
-No sé cómo lo consigue tu familia. Sois muchos y todos os adoráis. Siempre pueden pasar cosas. Como lo de Jimmy, o lo de Geraldine. O lo que te pasó a ti. Cuando uno está mal, todos estáis mal.
-Eso es amor, Pedro. Es arriesgarse.
-Es mucho más fácil estar solo.
-Antes, yo también pensaba lo mismo –dijo mirándolo a los ojos-. Pero nunca más volveré a sentir el dolor y la culpabilidad que sentí cuando Ruben se suicidó. Estaba equivocada.
-No sé nada sobre el amor –confesó Pedro.
-Sí que sabes –sonrió ella.
-Paula…
-Te amo, Pedro.
Él se quedó paralizado, mirándola con incredulidad.
-Te amo –repitió Paula-. Sé que no quieres oírlo, pero tú también lo has sentido. Nadie recibe medallas al valor por los riesgos que se corren al enamorarse. Vives rodeado de peligro y emoción en tu trabajo, pero el amor sí que es una auténtica aventura.
Paula le aflojó su corbata y se la puso sobre los hombros.
-Ya sé que es la primera vez para ti –continuó mientras le desabrochaba la camisa-. Yo te enseñaré.
-Paula…
La voz de Pedro sonaba apagada, sin capacidad de resistencia.
Dos semanas antes, Paula se habría sorprendido por su iniciativa. Pero ahora no. Lo tomó de la mano y lo condujo al dormitorio.
La penumbra del atardecer había invadido la habitación. Paula condujo a Pedro hasta la ventana.
-Aquí estabas, de pie, la primera vez que te vi –dijo Paula.
-Lo recuerdo.
Le quitó la camisa, dejándola resbalar por los brazos, y contempló su desnudez.
-Al principio pensé que era un sueño.
-Pues luchabas como una gata salvaje.
Paula le desabrochó el cinturón. Con la soltura que le confería la práctica, le bajó la cremallera.
-Estaba aterrorizada. Luego, cuando vi que no tenías ninguna intención de hacerme daño, me fascinaste. Me hiciste sentir cosas que no quería sentir.
Pedro levantó los brazos, impaciente por acariciarla.
-Espera –dijo ella.
-¿Qué te sucede?
-Esta vez lo voy a hacer a mi manera.
Le bajó los pantalones hasta los pies y a continuación hizo lo mismo con sus calzoncillos.
-¿Qué haces?
Ella no respondió. Se quedó mirándolo fijamente, embriagándose de su visión. Su cuerpo fuerte le resultaba ahora tan conocido como el suyo propio. Sin embargo, se quedaba sin respiración siempre que lo contemplaba. Él le había enseñado lo que era el sexo. Ahora le tocaba a ella enseñarle lo que eran los sentimientos.
-Te voy a hacer el amor.
Y aquello fue exactamente lo que hizo. Sin palabras. Guiada por los instintos de su cuerpo, le transmitió el amor y el deseo que sentía por él. Lo acarició con las manos, con los dedos, con el cabello, con los labios. Su pulso se aceleraba cuando él respondía a sus caricias.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario