viernes, 16 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: EPILOGO





-Por aquí no se va a mi restaurante –dijo Paula, girándose en el asiento para mirar a Pedro-. ¿Adónde vamos?


Pedro le dedicó una de sus adorables sonrisas.


-Vamos a dar una vuelta. Has estado muy ocupada preparando las cosas para la inauguración, la semana que viene, y he pensado que ésta es la única manera de poder estar a solas contigo esta noche.


-Eso es un secuestro, Pedro –protestó, riendo.


-Pues llama a la policía –respondió él con una sonrisa maliciosa.


Paula estalló en una carcajada.


Habían pasado tantas cosas en las semanas siguientes al juicio que aún no se podía creer los cambios que había experimentado su vida. 


Habían declarado a Fitzpatrick culpable de sus cargos y se hallaba entre rejas. Su red de blanqueo había desaparecido, y la compañía de seguros había entregado la recompensa justa a tiempo para que Paula cerrara el contrato de compra del restaurante de sus sueños.


Y, hablando de sueños, su restaurante no era el único sueño que se había hecho realidad. Cada noche que pasaba con Pedro. Cada mañana que despertaba en sus brazos. El amor que compartían. El amor era una auténtica aventura.


Pedro accionó el intermitente y giró por una calle conocida.


Paula levantó las cejas con asombro.


-Pero ésta es la casa de Christian.


-Has acertado.


-¿Y qué hacemos aquí?


-Recoger la cena.


-¿Por qué?


-Yo no sé cocinar. Espera aquí.


Como en un sueño, Paula se quedó mirándolo mientras pasaba entre un mar de furgonetas de catering, hacia la entrada de la cocina. Esther y Judith debían estar esperándolo. Le entregaron una fiambrera envuelta en plástico. Después saludaron con la mano a Paula mientras él volvía al coche.


Paula siguió observando a Pedro mientras depositaba la comida cuidadosamente en el asiento.


-Bueno. ¿Qué te pasa ahora? Ya te lo he dicho. No sé cocinar, por eso he contratado los servicios de Chaves Catering para que nos hagan la comida.


-¿Has contratado a mi familia? ¿Y Christian ha accedido?


-Ha pasado mi llamada a Esther. Judith estaba allí en ese momento y la ha ayudado a preparar la comida.


A juzgar por el aroma que inundaba el coche, las dos mujeres se habían esmerado.


-Siento lo de Christian. Espero que no haya estado desagradable.


-No espero que cambie su actitud hacia mí de la noche a la mañana –dijo Pedro, encogiéndose de hombros-. Lo mismo sucede con el resto de tus hermanos. Tienen razones para no aceptarme.


-Será mejor que se hagan a la idea de que estamos juntos –dijo Paula con firmeza-. No estoy dispuesta a tolerar que…


-No te preocupes –dijo Pedro, poniéndole la mano en la rodilla-. No van a conseguir echarme.


Paula suspiró. Además de querer protegerla tanto como de costumbre, sus hermanos seguían enfadados por el engaño del falso compromiso.


-¿Con quién hablabas por teléfono esta tarde?


-Con Javier. Creía que estabas trabajando en los presupuestos.


-Ya están hechos. ¿Estás planeando ya tu próximo caso?


-No. He solicitado un traslado.


-¿Por qué? Creía que te gustaba trabajar con Javier.



-Así es, pero él está de acuerdo con mi decisión. Voy a empezar a trabajar en el departamento de delincuencia juvenil –la miró con seriedad-. Creo que puedo ayudar bastante a los jóvenes delincuentes.


Por fin pensaba de forma positiva de sí mismo. 


El trabajo con los delincuentes juveniles lo ayudaría a superar su propia juventud. Era el ejemplo ideal de que las cosas se podían cambiar, de que podía haber un futuro para ellos.


La idea de correr riesgos ya no la asustaba. El amor tenía sus riesgos, pero también tenía sus compensaciones.


Se acomodó en el asiento y sonrió, mirando a Pedro, que conducía entre el tráfico nocturno. De repente, su sonrisa se borró cuando supo adónde se dirigían.


-¿Qué hacemos aquí?


-Recoger provisiones –respondió mientras aparcaba frente a la casa de los Chaves-. Ahora mismo vuelvo. Tu madre me ha dicho que lo dejaría junto a la puerta.


Cuando Paula quiso reaccionar, Pedro ya había salido del coche y se dirigía a la entrada. Vio, con extrañeza, que poco después regresaba con una caja de cartón, una mesa plegable y dos sillas. Guardó todo en el maletero y, sin ninguna explicación, arrancó el coche.


Tres manzanas después paró de nuevo, esta vez en el parque que había cerca del colegio. La sorpresa de Paula continuó en aumento cuando vio que Pedro se bajaba del coche y sacaba todo lo que había ido recogiendo por el camino. 


Paula recordaba claramente la última vez que habían estado allí. Había sido justo antes de la primera cena en casa de sus padres. Habían dado un paseo hacia el sauce. En aquel momento, Pedro se dirigió hacia el mismo lugar.


Al cabo de un rato regresó junto a ella y la invitó a seguirlo.


La condujo por la hierba hasta una mesa, bajo el sauce. Paula observó con incredulidad todos los detalles, desde el mantel blanco hasta el par de velas encendidas.


-Pero ¿qué es todo esto?


-La gente suele tener esta oportunidad una vez en la vida –dijo Pedro, sentándose junto a ella y llenándole la copa con vino-. Recuerdo que la última vez que hice esto pensé que no era apropiado, que debería hacerlo de otra manera.


El corazón de Paula empezó a latir aceleradamente.


-Oh, Pedro


-Pero, como tú dices, no podemos cambiar el pasado. A partir de ahora, quiero concentrarme en nuestro futuro.


-¿Nuestro futuro? Me gusta.



-No quiero medir el tiempo en días, Paula. Quiero mucho más –tomó su mano y se la llevó a los labios-. Lo quiero todo. Quiero que tengamos todo lo que fingimos tener. Una familia. Un futuro.


-Yo también, Pedro.


Se llevó la mano de Paula a los labios y fue besando sus dedos uno a uno.


-Quiero estar junto a ti el resto de mi vida –dijo Pedro, con la mirada tan firme como las palabras-. Ya sé lo que piensas del matrimonio, pero espero ser capaz de convencerte de que cambies de opinión.


-¿Qué intentas decir?


Pedro se metió la mano en el bolsillo y sacó un anillo. Lo colocó cuidadosamente en el dedo de Paula.


-Esta vez no quiero que sea una farsa. Quiero que todo sea verdad.


Paula contuvo la respiración y se miró la mano. La luz de las velas iluminaba la alianza de oro, con flores de manzano talladas.


-¿Qué…? ¡Es mi anillo!


-Siempre ha sido tuyo.


-Pero ¿cómo…? Creía que lo habías devuelto.


-Por algún motivo, siempre se me olvidaba. Creo que, en cierto modo, supe desde el principio que no iba a permitir que esto terminara –sonrió-. Bueno, Paula, ¿quieres casarte conmigo?


-Sí, Pedro. Sí quiero, pero con una condición.


-Dime cuál es. Haré cualquier cosa que me pidas.


Paula apoyó los brazos en la mesa y rodeó la cara de Pedro con las manos.


-Esta vez el noviazgo no será tan largo.


FIN



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