jueves, 15 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 43




En el momento en que salieron del ascensor, Constanza se abalanzó sobre su hija, envuelta en sollozos. Pedro estaba a su lado. Sabía que no era bien recibido allí, pero se negaba a dejar sola a Paula en unos momentos tan difíciles.


Por lo menos, era lo que intentaba creer, pero no conseguía engañarse. Sabía perfectamente que Paula no estaba sola. Nunca lo estaría. Tenía a su familia y no lo necesitaba.


-¿Cómo está? –preguntó Paula a su madre.


-No ha habido ningún cambio en las últimas horas –dijo-. Espero que se ponga bien. Tiene que luchar.


Judith se acercó, con la preocupación escrita en el rostro.


-Estoy segura de que saldrá adelante. Todavía le queda mucha vida por delante.


Paula miró a su alrededor.


-¿Dónde está Jeronimo? ¿Está bien?


-Esta con Geraldine.


Constanza se levantó las gafas para secarse las lágrimas.


-No se ha separado de ella ni un minuto. La adora. No sé qué haría si le ocurriese algo.


-Pase lo que pase, lo afrontaremos juntos –dijo Paula-. ¿Cómo está el niño?


Constanza se sonó la nariz mientras esbozaba una débil sonrisa.


-Perfectamente. Es una preciosidad.


-¿Por qué no vamos a verlo? –propuso Judith-. Me alegro de verte, Pedro –añadió.



Durante un momento pareció que iba a decir algo más, pero de repente apartó la mirada y se alejó.


Mientras Pedro seguía a Paula por el pasillo hacia la sala de maternidad se percató de la presencia de Joel y Christian entre un grupo de personas que se encontraban frente al nido. 


La última vez que la familia Chaves se había reunido en un hospital había sido por Paula. 


Pedro recordó la sensación de desesperación que había vivido. No quería perderla. Se sentía responsable por lo que le había sucedido, y sentía un gran afecto por ella.


Sin embargo, en pocos días desaparecería de su vida para siempre. Cuando Paula hubiera testificado, su trabajo habría concluido. Con el caso cerrado no tendría ninguna excusa para seguir junto a ella.


Era inevitable. Siempre había vivido solo. Estaba acostumbrado a la independencia. Pertenecían a mundos distintos. Merecía a alguien mejor; él sólo conseguiría hacerle más daño.


Dos semanas antes todo le parecía muy evidente. Había razones, buenas razones, para que su relación con Paula no continuase. En el aspecto físico, las cosas marchaban viento en popa, pero no se sentía preparado para afrontar la cercanía emocional con alguien.


Apretó fuertemente los puños al recordar que ella le había dicho que, si no perdía la virginidad con él, no sabía con quién iba a perderla. 


Intentaba apartar aquellos pensamientos de su mente. Simplemente porque había sido la primera vez para ella se sentía en cierto modo atado para siempre. No soportaba la idea de que otra persona la tocara o la rodeara con los brazos, mientras dormía. Ni que la saludara por la mañana al despertarse. Ni que disfrutara de sus sonrisas cuando descubría figuras extrañas en las nubes. Ni que estuviera a su lado para secarle las lágrimas.


-Pedro –murmuró Paula, mirando a su sobrino por la ventana del nido-. Es precioso.


Una enfermera estaba entregando a un recién nacido de cara sonrosada a una mujer que estaba sentada en la mecedora.


-¿No es esa una de tus cuñadas? –preguntó Pedro.


-Sí, es Esther –dijo Paula- . No sé qué hace en el nido.


-Hemos echado a suertes quién vendría a darle de comer –dijo Joel Chaves, aproximándose a ellos.


Dio a su hija un rápido abrazo y se giró hacia Pedro.


-Detective Alfonso… -añadió con formalidad.


Pedro saludó cortésmente. Esperaba que el señor Chaves no hiciese la situación más difícil pidiéndole que se marchara. Porque, por mucho que Paula quisiera a su padre, no iba a permitir que nadie lo echara de allí.


Sin embargo, cuando su trabajo hubiera concluido, no tendría mucho sentido que permaneciera allí.


-Ya veo que el teniente Jones os transmitió mi mensaje –dijo Joel Chaves.



-Paula insistió en venir.


-Ya me lo imagino. Siempre ha querido estar cerca de la gente a la que quiere –se giró para mirar a su nuevo nieto-. Jeronimo aún no ha puesto nombre al niño. Está esperando a que Geraldine decida.


-Estaban muy ilusionados con el hijo que esperaban –murmuró Paula-. Tiene que ponerse bien.


-Tenemos que ser fuertes, hija.


-Lo sé, papá. Lo que pasa es que es muy injusto.


-En esta vida nada tiene garantía, Paula –su expresión se tornó pensativa-. Geraldine no nos dijo que estaba arriesgando su vida con este embarazo.


-¿Qué? No sabía nada de eso.


-Parece ser que tampoco le dijo nada a Jeronimo. Ahora se siente culpable, pero no tiene sentido. No sabía el riesgo que corría su mujer.


Pedro volvió a mirar al bebé. El niño estaba tranquilo, tomando el biberón en brazos de su tía, ajeno a la conmoción que había provocado su nacimiento. Y así debía ser; el niño era completamente inocente. No tenía la culpa de la situación en la que ahora se encontraba su madre. Nadie era responsable de las circunstancias de su nacimiento.


Unas pocas semanas atrás, Paula le había dicho a Pedro aquellas mismas palabras, pero realmente no había comparación entre aquel niño y el niño que había sido Pedro. A él nadie le dio la bienvenida al mundo. Nadie se había echado a suertes el privilegio de darle el biberón. Él no había nacido como fruto del amor. 


Ni siquiera había recibido ningún amor. No era extraño que no llegara a entender en qué consistía aquel sentimiento.


Paula acercó su mano a la de Pedro. Con una enorme ternura, él entrelazó los dedos con los de ella, acercándola hacia sí.


Joel se cruzó con su mirada por encima de la cabeza de Paula. Era una mirada inescrutable, como siempre. De repente, miró hacia otro lugar, y se quedó muy pálido.


-¿Jeronimo?


Pedro giró apresuradamente. Jeronimo se acercaba hacia el nido con pasos acelerados. Todos se quedaron mirándolo, esperando a que dijera algo.


Christian fue el primero en reaccionar. Se levantó y se acercó hacia él, pasándole el brazo por los hombros.


-Jeronimo…


-He venido a buscar a mi hijo –anunció.


-¿Qué?


-Mi hijo –intentó tragar-. Se lo quiero llevar a Geraldine. Está preguntando por él.


-¿Está despierta?


-Desde hace quince minutos.



Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas mientras esbozaba una enorme sonrisa.


La imagen de Jeronimo sinceramente emocionado recordó a Jeronimo cómo se había sentido él un mes antes.


-El médico dice que se va a volver a poner bien –añadió Jeronimo.


Paula estaba rebosante de alegría y abrazó fuertemente a Pedro.


Su hermano sonreía lleno de felicidad, mientras se dirigía a la puerta del nido.


-Además –continuó-, me ha dicho que si no le llevo nuestro hijo en menos de treinta minutos bajará ella a buscarlo.


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