domingo, 11 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 31




Pedro estrujó el vaso de papel que tenía en la mano y lo aplastó contra la pared de la sala de espera. Se preguntaba qué demonios hacían allí. Debía haber entrado con ella. No debería haber permitido que los médicos se la llevaran. 


Ella era su responsabilidad. Todo era su responsabilidad. Su culpa.


-Todo saldrá bien. Paula es una luchadora.


Pedro tenía los puños apretados cuando Joel Chaves se paró frente a él y le puso la mano en el hombro. No parecían darse cuenta de que Pedro no merecía su consuelo. Él había mezclado a Paula en todo aquello, y no había conseguido protegerla. Ahora era él el responsable de que tuviera una bala en el pulmón.


-Tiene que salvarse –repetía Constanza una y otra vez mientras se limpiaba los ojos con un pañuelo mojado.


Joel la atrajo hacia sí, apretando la mejilla contra la cabeza de su mujer.


Pedro recordó que no era la primera vez que los veía así. En el jardín de su casa, cuando se enteraron de la desaparición de Jimmy, Joel había abrazado a su mujer de la misma manera. 


Los dos tenían miedo, pero así se daban fuerza mutuamente. Aquello era lo que hacían dos personas cuando se amaban. Y ahora estaban preocupados por Paula.


Estaba muy pálida. Tenía que haberse dado cuenta antes de que estaba sangrando. Tenía las manos y la ropa empapadas de sangre.


Cerró los ojos y se los frotó enérgicamente, pero no conseguía hacer desaparecer aquella imagen de su cabeza. Estaba muy afectado. No era la primera vez que veía a una persona herida. 


Había visto heridas de bala mucho peores. Pero aquélla era la primera vez, la única vez, que era alguien que le importaba.


Era duro para él reconocerlo, pero era así, Paula le importaba, y mucho. Le gustaba estar con ella. Le gustaba su sentido de humor, su amabilidad y su aire de inocencia. Estaba claro que no eran las personas adecuadas para formar una pareja, pero aquello no impedía que sintiera un profundo afecto por ella.



Se dijo que era él quien merecía haber recibido la bala. Paula no quería involucrarse en el asunto desde el primer momento, pero él la convenció de que no había ningún peligro. 


Javier le había suplicado que llevara un micrófono por si se presentaba alguna complicación, pero él había sido demasiado arrogante como para escucharlo, convencido de que él solo era capaz de resolver cualquier problema.


Por lo menos, no había dejado de pensar en el trabajo. Aunque se había distraído. Tenía que haber sacado a Paula de allí tan pronto como Fitzpatrick y Hasenstein se marcharon. Pero no, sólo había pensado en sí mismo, en su necesidad de besarla por última vez. Y entonces, cuando se dieron cuenta de que había problemas, en vez de salir corriendo de allí, se quedaron al aire libre.


-Estoy segura de que saldrá adelante.


Pedro se apartó las manos de la cara cuando Judith lo rodeó con sus brazos. Tenía los ojos brillantes.


-Dios mío, ¿cómo puede ser la vida tan cruel? No puede morirse ahora que había encontrado un poco de felicidad. Tenemos que ser fuertes –dijo Judith entre sollozos.


-Deberían habernos dicho algo ya –dijo Pedro, preocupado-. ¿Por qué tardan tanto?


-Estás muy cansado. Ya te informaremos si no enteramos de algo, ¿de acuerdo?


-No me pienso ir –contestó Pedro.


Judith parpadeó. Una lágrima se deslizó por su mejilla.


-Claro, no puedes abandonarla. La amas.


Volvió a sentirse culpable. Ninguno de los parientes de Paula sabía que su noviazgo era una farsa. Aquello era lo que más lo preocupaba cuando llamó a la ambulancia. Y luego, cuando se dirigían hacia el hospital, le pareció que no era el mejor momento para revelar la verdad. 


Sólo podría quedarse cerca de Paula en aquel momento si fingía ser su prometido. Después, cuando se encontrara fuera de peligro, tendría que hablar con su familia.


Pedro intentó apartar de su mente la posibilidad de que no saliese adelante. No podía soportar la idea de no volver a verla, de no volver a escuchar su voz, de no volver a sentirla cerca.


Pero cuando ella le preguntó si podían volverse a ver, él le había contestado que no. Ella se le había entregado, como él deseaba, y al final la rechazó. Por eso ella le había pedido que se marchara, que la dejara sola.


Culpable, era culpable. Aquel pensamiento retumbaba en su cabeza.


Apartándose de Judith, se incorporó metiéndose las manos en los bolsillos y se dirigió hacia el pasillo.


La puerta del ascensor se abrió en el momento en que él pasaba por ahí.


-¿Alfonso?



Pedro se giró inmediatamente. Javier Jones salía en aquel momento del ascensor y se dirigía hacia él. Estaba demasiado aturdido. No estaba en condiciones de pensar en otros asuntos. Por primera vez desde que había ingresado en el cuerpo, se había olvidado de su trabajo. No le había dado importancia. Todo parecía insignificante cuando Paula estaba tumbada en una camilla, en manos extrañas.


-¿Cómo se encuentra la señorita Chaves? –preguntó educadamente.


-Está en el quirófano –contestó Pedro con preocupación.


-¿En qué estado se encontraba cuando se la llevaron?


-Mal. Ha perdido mucha sangre.


-¿Ha dicho algo?


-Ya estaba inconsciente cuando ha llegado.


-Tenedme informado cuando recobre la consciencia. Necesito hacerle unas preguntas.


-No creo que pudiera ver nada. No oímos los disparos. La música estaba alta, aunque no demasiado, por lo que la pistola debía llevar un silenciador.


-Falco está muerto. Un disparo al corazón. Hemos comprobado que, desde el sitio donde encontramos el cadáver, vosotros os encontrabais a tiro.


-¿Falco? Nosotros escuchamos una discusión entre Fitzpatrick y él, pero no pudimos ver nada.


-Bergstrom tampoco. Su campo de visión estaba bloqueado por el garaje. Es posible que la bala que hirió a la señorita Chaves fuera una bala perdida, pero por otro lado, también podría ser que fuera la misma. De todas maneras, es un trabajo mal hecho. No es el estilo de Fitzpatrick dejar a uno de sus hombres así. Estoy convencido de que, si no nos hubieses llamado a tiempo, el cadáver no hubiera aparecido por ningún lado.


Pedro se detuvo frente a la ventana del final del pasillo, con la vista perdida en el cielo oscuro. Lo único que veía era la cara de Paula, sus ojos cerrados, sus labios apretados por el dolor. Una imagen surgió ante él. Recordó que segundos antes de recibir el disparo, Paula había elevado el mentón con otro tipo de dolor muy distinto.


Había dicho que no quería hacerle daño. Las mentiras se sucedían todo el rato.


-Pedro, ¿me estás escuchando?


Con un fuerte suspiro, Pedro intentó aclarar sus pensamientos.


-Quiero protección para ella. Colocar a una persona que vigile su habitación las veinticuatro horas del día.


-Pero si has dicho que ninguno de los dos visteis nada.


-No quiero correr más riesgos.


-Probablemente haya sido un disparo accidental. No creo que disparasen contra vosotros de forma intencionada. Teniendo en cuenta dónde estabais situados, si alguien hubiese querido mataros, los dos estaríais muertos. A no ser que haya sido testigo de algo, no hay motivo suficiente para ponerle vigilancia.


-Entonces, me quedaré yo.






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