domingo, 11 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 30




Además de la confusión, Paula sentía una gran humillación. Se preguntó dónde estaba su orgullo. Se había entregado totalmente y él la rechazaba. No sabía qué hacer para atraerlo. Pedro había sido muy claro.



-Por favor –dijo, en un último intento de mantener la dignidad-. Ya he cometido suficientes errores esta noche. No me hagas sentir aún peor con tu compasión.


-No te compadezco.


-Vete, por favor. Déjame sola.


De repente, sintió una explosión a su espalda. 


Se olvidó de lo que estaba diciendo. El cristal de su furgoneta acababa de romperse en mil pedazos. Algo la golpeó en el costado, dejándola sin respiración. Aturdida, empezó a tambalearse.


Pedro se aproximó rápidamente a ella, rodeándola con sus brazos en el preciso instante en que caía al suelo desvanecida.


Un líquido caliente corría por su pecho. Era sangre. Paula estaba sangrando.


Pedro se preguntaba qué había sucedido para que la ventana de la furgoneta hubiese estallado de aquella manera. Rápidamente cargó a Paula sobre su espalda y la llevó junto al vehículo.


-Mantén la cabeza agachada –le dijo, cubriéndola con su cuerpo.


-¿Qué? –preguntó ella, intentando respirar-. ¿Qué está sucediendo?


-Parece que hay un tiroteo.


-Pero, ¿por qué? –preguntó aturdida.


Con la música de la orquesta no habían podido oír los disparos hasta entonces.


-La discusión que hemos escuchado hace unos minutos ha debido desembocar en algo más serio. No sabría decir de dónde venían los disparos.


Paula levantó la cabeza para mirar por encima de Pedro. Pudo ver a dos hombres en la esquina del garaje. Uno de ellos estaba apuntando al otro con una pistola. Movió los labios, intentando advertir a Pedro que mirara a los hombres que tenía tras de sí, pero no consiguió emitir una sola palabra. Intentaba tragar, pero le requería más esfuerzo del que podía realizar.


La escena se desarrolló ante sus ojos como una película de terror a cámara lenta. La pistola se disparó. Un hombre se desplomó y el otro, simplemente, se guardó la pistola bajo la chaqueta y desapareció. El pelo rojo del hombre resaltaba bajo la luz de las farolas de la carretera, pero, en cuestión de segundos, se desvaneció entre las sombras.


Pedro depositó a Paula en el suelo, junto a la furgoneta.


Paula era consciente de que había sucedido algo importante, pero no tenía fuerzas para pensar en ello. Dejó caer la cabeza contra el suelo. Jadeaba, haciendo muecas provocadas por el agudo dolor que sentía. La zona dolorida estaba ardiendo, pero no sentía aquel calor, ya que el resto del cuerpo estaba frío.


Pedro se agachó junto a ella y Paula pudo ver una gran preocupación en su cara.



-Vamos, te voy a llevar a algún sitio seguro y desde allí pediremos ayuda.


Su respiración era apresurada. Una mirada hacia sus manos le hizo percatarse de que estaban manchadas de sangre.


-Pero estás sangrando.


-Habrá sido algún cristal –dijo Paula, sintiendo que sus párpados pesaban cada vez más.


-Dios mío, Paula, no estaba previsto que esto sucediera.


No, nada de aquello estaba previsto, pensó entre sueños. Aquello le pasaba por haberse enamorado.



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