lunes, 12 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 32






Pedro se pasó la mano por la cabeza, impaciente, mientras el ascensor empezaba a subir. Hacía casi dos horas que había dejado a Paula en el hospital. Antes de irse había dejado el número de su teléfono móvil a las enfermeras y al padre de Paula, y había llamado dos veces para ver cómo se encontraba mientras estaba en la comisaría con Javier, pero nadie le informaba.


En el mismo instante en que Pedro salió del ascensor fue consciente de que algo no marchaba bien. Judith y Constanza estaban todo el rato junto a la sala de enfermeras, con las cabezas juntas y hablando en voz baja. Judith echó una rápida mirada a Pedro, mezcla de tristeza y lástima, cuando pasó junto a ellas. No debería haberse apartado de ella, ni siquiera un minuto. Pero las normas del hospital sólo permitían entrar al personal del hospital y a la familia.


Aún no habían encontrado ningún indicio de que el disparo hubiese sido intencionado.


Antes de que pudiese llegar a la habitación de Paula, se abrió la puerta y salió Joel Chaves, seguido de los gemelos. Sus rostros mostraban el mismo gesto.


-¿Qué ha sucedido? –preguntó Pedro, nervioso-. ¿Está bien? ¿Qué pasa?


Joel miró a sus hijos antes de responder.


-Paula se ha despertado hace una hora, pero ahora está durmiendo.


-¿La ha visto ya el médico?


-Sí. Ha dicho que no espera que haya ninguna complicación.


-Gracias a Dios.


-Está muy débil. Necesita descansar.


-No la despertaré. Sólo me sentaré junto a su cama –dijo abriendo la puerta de la habitación.


De forma instantánea, Jeronimo y Christian le impidieron el paso.


-Lo siento, pero no puedes entrar.


-Bueno, agradezco que hayáis estado pendientes de ella mientras he tenido que salir, pero necesito verla.



-Paula no quiere verte.


-¿Cómo dices?


Christian hizo un gesto y miró a Pedro a los ojos.


-Ha sido ella la que ha pedido que no la veas.


-¿Que ella ha dicho eso? –preguntó Pedro, mirando la puerta cerrada.


-Sí. Ha sido ella –confirmó Jeronimo.


Pedro miró con incredulidad a uno y luego al otro, al tiempo que una sensación de debilidad hacía temblar sus piernas. Había frialdad en sus miradas. Su expresión era muy diferente a la que tenían dos horas antes. No hacía falta ser un genio para adivinar cuál era el motivo de aquel cambio.


-Creo que será mejor que vayamos a sentarnos, Pedro –dijo Joel-. Hay varias cosas de las que me gustaría hablar contigo. ¿O tengo que llamarte detective Alfonso?


Pedro acompañó a los tres hombres hasta la cafetería. Tomaron asiento en una mesa situada en una esquina. La atmósfera era espesa y la tensión creciente.


No era la primera vez que Pedro se encontraba en una situación similar, una vez que el caso se había cerrado y tenía que confesar la verdad a las personas que se habían visto involucradas. 


Nunca le había importado hasta entonces. Pero aquella vez era diferente. Había llegado demasiado lejos. Había desoído las advertencias de Javier y había dejado que sus sentimientos se mezclaran con el trabajo.


Los Chaves le habían dado la bienvenida a su casa. Le habían otorgado su afecto. Habían creído todas sus mentiras. Y ahora, Paula yacía en una cama de hospital con un agujero de bala en el pulmón. Aquella vez no estaba seguro de que el hecho de estar cumpliendo su trabajo fuese una excusa aceptable para aquellas personas inocentes.


Pedro se introdujo la mano en el bolsillo de los pantalones, sacó la placa y la puso encima de la mesa. Después les contó todo, desde su plan para infiltrarse en la boda hasta la discusión entre los invitados de Fitzpatrick, que derivó en el asesinato de Falco. Cuando terminó, se cruzó de brazos y se recostó en el respaldo de la silla, preparado para recibir todo tipo de preguntas.


Durante un par de minutos, nadie habló. Joel removió el azúcar de su café con movimientos deliberadamente controlados, mientras Jeronimo y Christian miraban a Pedro en un silencio pétreo.


A lo largo de los años, Pedro había podido ver todo tipo de reacciones en situaciones similares, desde la incredulidad hasta la ira. Pero la silenciosa actitud condenatoria de los Chaves lo afectaba de forma mucho más profunda de lo que nunca hubiera imaginado.


Por supuesto, Pedro siempre había sabido que era un impostor y que no merecía la aceptación de una familia respetable y unida como aquélla. 


Tomó de nuevo la placa y se aclaró la garganta.



-Os pido disculpas por este engaño. Si deseáis hacer más preguntas, os daré el nombre de mi superior.


-Tú sabías que este hombre, Fitzpatrick, era un delincuente peligroso, y sin embargo, no te importó el riesgo que todos corríamos –dijo Christian.


-Era un riesgo calculado. No esperábamos que se produjese ningún altercado en la boda de su hija.


-Sí, pero estabas equivocado, ¿no es cierto?


-Efectivamente, he cometido un error en mi juicio –reconoció Pedro.


-Y Paula es la que está pagando por ello.


Pedro movió la cabeza, sin intentar defenderse. 


Se merecía aquellos reproches por el dolor que Paula estaba padeciendo.


-¿Has dicho que Paula recibió un disparo por accidente cuando ese hombre fue asesinado? –preguntó Jeronimo.


-Estoy convencido. El departamento de balística ha confirmado que las balas proceden de la misma pistola.


-¿Cómo sabes que se trató de un accidente? ¿Cómo puedes estar seguro de que no le pegaron un tiro deliberadamente?


-Sabré más cuando pueda hacer algunas preguntas a Paula.


-Ya has hecho demasiado. No voy a permitir que te acerques a Paula, bastardo –dijo Christian, clavándole los dedos en el brazo.


-En ese caso, tendrá que venir otro agente a tomarle declaración.


-De acuerdo. Siempre que no seas tú.


-Cuanto antes pueda declarar, será mejor. Estoy intentando asegurar su protección –insistió Pedro.


-Mis hermanos y yo nos encargaremos de protegerla. ¿Tienes algún sospechoso?


-Estamos trabajando en ello.


-¿Han encerrado a Fitzpatrick?


-Aún no, pero ya hemos averiguado lo suficiente para sacarlo pronto de la circulación.


-De forma que el asesino sigue suelto y una mujer inocente está en el hospital –dijo Christian, mirando a Pedro con odio.


-Dime, detective. ¿Consideras que esta acción encubierta ha tenido éxito?


Las continuas acusaciones de culpabilidad que estaba recibiendo no podían herirlo más que las que se hacía él mismo.


-No puedo deciros cuánto lo siento.


-Eres un incompetente –dijo Jeronimo, dando un puñetazo en la mesa.


Pedro apretó los dientes para contener el impulso de defenderse. Se merecía todos los reproches.


-El hecho de que decidieses involucrar a Paula sólo demuestra tu falta de juicio. Paula, nada menos, ha tenido que ser ella entre todos la que ha tenido que verse mezclada en una investigación encubierta. Es la persona más inocente del mundo. Sería incapaz de hacer daño a una mosca –le reprochó Jeronimo, alzando la voz.


-Paula ha tenido siempre una vida protegida. Es una persona que no sabe hacer frente a los problemas. Todo este asunto la va a afectar demasiado –añadió Christian.


-Espera un momento –dijo Pedro-. Puedes decir lo que quieras de mí, pero no voy a permitir que critiques a Paula. Ella es una mujer excepcional, inteligente y capaz de enfrentarse ella sola a sus problemas.


-Tú, que has permitido que disparasen a nuestra niña, ¿te permites criticarnos ahora a nosotros?


-Sí. Ella tiene una opinión muy alta sobre todos vosotros. Una cosa es que la protejáis y otra que la subestiméis. No confundáis la falta de experiencia con la falta de competencia. Paula no es ninguna niña indefensa a la que haya que tratar como si no pudiera valerse por sí misma –dijo Pedro, enojado.


-No he dicho nada de eso.


-Es una mujer que merece nuestro respeto. Es capaz de enfrentarse a tragedias como ésta con valentía, cuando ninguno de vosotros es capaz siquiera de aceptarlo.


-¿Cuánto tiempo hace que la conoces? ¿Un mes? ¿Seis semanas?


-El tiempo suficiente para conocerla mejor de lo que vosotros creéis.


-¿Qué quieres decir con eso? –preguntó Jeronimo, levantándose de la silla.- ¿Hasta dónde has llevado esta relación? Espero que no le hayas puesto tus sucias manos encima.


-Chicos. Ya es suficiente.


Joel cortó la conversación con una voz dura y autoritaria. Hasta aquel momento se había limitado a observar en silencio el diálogo entre Pedro y sus hijos.


-Ésta es una situación delicada, pero creo que será mejor que nos calmemos antes de decir algo de lo que nos podemos arrepentir –añadió.


Jeronimo asintió. El rubor de la ira invadía su rostro. En aquel momento, sin decir una palabra más, se levantó de la silla y se marchó. 


Transcurrió un tenso minuto más hasta que Christian se levantó y se fue tras él.


-Señor Chaves, lamento el cariz que han tomado las cosas, pero le aseguro que siento el mayor respeto por su hija –dijo Pedro son tono sincero.


Joel tomó una servilleta de papel y limpió el café que había saltado de su taza cuando Jeronimo se puso de pie y movió la mesa.


-¿Te refieres a la mujer excepcionalmente inteligente, llena de recursos y madura que tengo por hija?


-Sí.


Cruzándose de brazos, Joel se reclinó en la silla y clavó la mirada en Pedro con dureza. Al contrario que sus hijos, él había mantenido sus pensamientos ocultos tras su expresión.



-A nadie le gusta que le mientan, Pedro.


-Estoy de acuerdo.


-Paula y tú nos teníais a todos convencidos de la sinceridad de vuestra relación.


-Paula no se sentía a gusto ocultando la verdad a su familia. Yo soy el único responsable.


-Desde luego, ha sido una actuación impresionante. La forma en que fingías estar preocupado mientras operaban a Paula, la forma en que insistías en pasar la noche junto a ella… Te comportabas como un hombre de sentimientos profundos.


-Tus hijos tienen razón, Joel. Ha sido culpa mía por haber consentido que Paula corriese peligro.


Joel continuó observándolo. La expresión de su cara era grave, impasible.


-Cuando Paula ha despertado, lo primero que ha hecho ha sido preguntar si te encontrabas bien.


-¿Qué? –preguntó Pedro, impresionado.


-Probablemente se encontraba aún confundida por la anestesia. Tengo que felicitaros. Sois los dos unos excelentes actores.


Joel se puso de pie con intención de marcharse. 


De repente se detuvo. Se sacó algo de bolsillo y lo puso encima de la mesa.


-Toma. Creo que es tuyo.


Pedro observó el brillo del oro. Esperó hasta quedarse solo para alargar el brazo y tomar el anillo. Pasó el dedo por el brillante, en la forma en que había visto hacerlo a Paula cientos de veces. Aquel anillo era sólo el símbolo de algo que había sido simulado, no había motivos para aquello fuera cierto.


Tomando el anillo, se llevó el puño a la boca y cerró los ojos.



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