miércoles, 7 de marzo de 2018
EN LA NOCHE: CAPITULO 17
-Desde luego, el azul es el color que mejor te sienta –dijo Judith, mientras descolgaba otro vestido-. Mira cómo te resalta el color de los ojos.
-A mí me gusta el rojo de seda –dijo Geraldine-. Con esa figura que tienes, estarías impresionante. Aprovéchala mientras te dure.
-Vamos, Gelraldine –protestó Judith-. Es tu primer hijo, y el embarazo es la parte más fácil.
-¿Fácil? ¿De verdad te parece fácil el embarazo? Aún me queda un mes, y hace varias semanas que no me veo los pies.
-Adelgazarás en muy poco tiempo.
-Estás muy guapa –intervino Paula-. Rebosas felicidad.
-Tonterías. En fin, esto me pasa por casarme con un hombre atractivo.
La sonrisa de Paula se convirtió en risa.
-Lo siento, pero a pesar de las pruebas, no puedo considerar atractivo a mi hermano.
-Menos mal. Hablando de hombres atractivos, ten cuidado con Pedro. Iba a quemar mis vestidos de premamá en cuanto diera a luz, pero los guardaré para ti –se llevó una mano a la boca-. Oh, Dios mío, Paula, ¿estás…?
-¿Qué?
-No tiene nada de malo, por supuesto. Estas cosas pasan.
-¿Crees que…? –Paula sacudió la cabeza-. No, no estoy embarazada.
Geraldine levantó las cejas.
-¿Estás segura?
-Completamente.
-Tienen prisa porque están enamorados, eso es todo –dijo Judith-. ¿No te has fijado en que Pedro no le quita las manos de encima?
-Ah, recuerdo aquellos días –suspiró Geraldine-. Jeronimo era tan apasionado… Probamos todos los muebles de la casa.
Paula cerró los ojos. Pedro y ella habían estado tumbados juntos en la cama y en el suelo, y sabía que a él no le importaría probar la cocina. De repente, se imaginó debajo de Pedro en la mesa de cristal. Se preguntó una vez más qué ocurriría si no estuvieran fingiendo.
Se lo había preguntado muchas veces durante aquella semana, desde que visitaron la propiedad de Fitzpatrick.
Ninguno de los dos quería hablar de la forma en que había terminado la visita. Al margen de felicitarla por su capacidad de improvisación, Pedro no había hecho ningún comentario.
Era un asunto de negocios. Ni siquiera la había rozado.
Ya no sabía si aquello era o no lo que ella quería. Aquella situación se le estaba escapando de las manos. Quería que su familia aceptara su compromiso y a la vez le sentaba mal su entusiasmo. Quería que Pedro se mantuviera alejado de ella y se sentía frustrada cuando cumplía sus deseos.
No entendía cómo era posible que no hubiera significado nada para él. Noche tras noche, la escena se repetía en su mente. La fría superficie de la mesa, los espejos que reflejaban su imagen, el cuerpo de Pedro sobre el suyo.
Pero en sus sueños no tenían público, y ninguno de los dos fingía.
-¿Te has puesto colorada, Paula? –preguntó Judith.
-Aquí hace mucho calor –explicó apresuradamente, mientras volvía a colgar la prenda que había sacado su cuñada-. Ese vestido es demasiado extravagante. No suelo ponerme esas cosas.
-De eso se trata. No te ofendas, pero hace varios años que estoy buscando la ocasión de intentar convencerte para que cambies el vestuario.
-Mi ropa no tiene nada de malo.
-No, pero eres tonta –contestó Judith, riendo.
-No te entiendo.
-Debajo de esas cosas tienes una figura impresionante, pero no dejas que nadie lo note.
-La ropa suelta me resulta más cómoda.
-¿Y por qué no llevas el pelo suelto?
-Se me caería en la comida al cocinar.
-Judith tiene razón –intervino Geraldine-. Has estado empeñándote en ocultar que eres una mujer atractiva porque no querías atraer a ningún hombre.
-Eso es ridículo.
-No te critico. La verdad es que, teniendo en cuenta lo que pasaste con Ruben, es perfectamente comprensible que no te atrevieras a volver a acercarte a un hombre.
Lo que había dicho Geraldine era tan cierto que Paula se sintió incómoda.
-No se me había ocurrido pensarlo. No me había dado cuenta de que os avergonzáis de ir por la calle conmigo.
-No me importa tu forma de vestir –dijo Judith-. ¿No te das cuenta? Lo que me preocupa es el motivo por el que vistes así.
Geraldine asintió.
-Te queremos como a una hermana, y queremos verte feliz.
-No soy infeliz.
-¿No te das cuenta de que has estado escondiendo el corazón, igual que escondes el cuerpo? Ahora que estás con Pedro, ya no tienes motivos para seguir comportándote así.
-Pero…
-No es sólo el embarazo lo que hace que Geraldine esté rebosante de felicidad. Es el amor. Atrévete a disfrutar de esos sentimientos, Paula. No hay nadie que lo merezca más que tú.
-Oh, no –murmuró Geraldine, sacando un pañuelo del bolso.
Paula se arrodilló junto a su cuñada al ver que estaba llorando.
-¿Qué te pasa?
-No te preocupes. Es por las hormonas. Últimamente lloro por cualquier cosa.
-Sí, está insoportable –bromeó Judith-. No la puedo llevar a ningún sitio.
-Quizás te sentirías mejor en casa –dijo Paula-. Con todo el trabajo que tengo que hacer, podríamos salir de compras en otra ocasión.
-Nada de eso –protestó Geraldine, enjugándose las lágrimas-. No te vas a escapar tan fácilmente. Tengo una misión, y voy a cumplirla.
-¿Una misión?
-No vamos a salir de aquí hasta que no te hayas comprado un vestido que deje sin aliento a Pedro.
-Pero…
-Ya lo sé, ya lo sé. Probablemente ya lo has dejado sin aliento, a juzgar por las miradas que te lanza.
-Te has vuelto a poner colorada –dijo Geraldine, riendo-. ¿En qué piensas?
-Déjalo para después –declaró Judith, entregándole varios vestidos y empujándola al probador-. Cuando salgamos de aquí tenemos que ir a la peluquería.
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buenisimos, Pepe se muere cuando la vea a Pau
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