miércoles, 7 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 15



Por supuesto, su madre quedó encantada con Pedro. Pero Constanza habría aceptado a cualquier persona que Paula hubiera elegido, siempre y cuando su aspecto fuera decente y sus intenciones honradas. Pero fue la actitud de su padre lo que realmente sorprendió a Paula: le llevó toda la noche, pero al fin Pedro consiguió cautivar a Joel Chaves, hasta el punto de que empezó a tratarlo como a un nuevo yerno.


Los dos hombres estaban sentados en el salón, contemplando atentamente un viejo álbum de fotos. Desde la cocina, Paula podía oír sus voces, enfrascadas en una agradable charla.



Su padre no era un hombre fácil de complacer. Bastaba con preguntar a cualquiera de sus siete hijos. Pero, de alguna forma, Pedro se las había arreglado para causarle muy buena impresión.


Vestido convenientemente para la ocasión, lucía una camisa blanca entallada con pantalones tostados de pinzas, que añadían prestancia a su atractiva figura.


Había sido fascinante verlo en acción aquella noche. Había hecho exactamente lo que le había dicho que haría, y de una forma tan sutil que nadie se percató del engaño.


Para su madre, era el novio amante y el yerno atento y servicial. Ante su padre había desempeñado el papel de futuro marido, protector y responsable. Y ambos estaban gratamente sorprendidos por el joven.


Mientras introducía uno a uno los platos en el lavavajillas, Paula se prometió no dejarse embaucar de nuevo por los encantos de Pedro. No sabía cómo podía haberla afectado de aquella forma el asunto del anillo. En realidad, no quería comprometerse de nuevo. Pero debía reconocer que sintió algo muy especial cuando notó el anillo en el dedo. A pesar de que habían pasado ya siete años, el recuerdo de Ruben seguía vivo en su mente…


Qué diferente había sido la noche de la pedida con él. Ruben había llegado a su casa con una docena de rosas en la mano y le había jurado amor eterno. Entonces, los dos pensaban que aquella promesa duraría para siempre.
Incluso después de que Ruben rompiera el compromiso, Paula siguió llevando el anillo, y no se lo quitó hasta que tuvo que venderlo para abonar las cuantiosas facturas del hospital.


Cerró el lavavajillas, y se apoyó en él, pensativa. No debía dejar que aquello removiera los dolorosos recuerdos del pasado.


-Así que estás aquí –Constanza entró en la cocina con una bandeja de tazas de café vacías-. Te dije que dejaras los platos para más tarde.


Forzando una sonrisa, Paula tomó la bandeja.


-Quería ayudar, mamá.


-Gracias, cariño –dijo su madre, abrazándola-. Soy tan feliz… Pedro es un chico encantador. Desde el primer momento en que os vi supe que había algo especial entre vosotros. Y no me refiero a la atracción física. No le dije nada a tu padre de… Bueno, lo de que Pedro pasara la noche en tu casa.


-¡Mamá!


-Oh, vamos, cariño. A mi edad ya no sorprendo de nada. Además, al fin y al cabo, vais a casaros. La forma en que te mira es tan romántica… me recuerda a tu padre, cuando éramos novios.


A Paula le hizo gracia que Constanza encontrara a su padre y a Pedro parecidos. No podía haber dos hombres más diferentes. Su padre era varios centímetros más bajo y, antes de que su cabello se llenara de canas, era pelirrojo, como Jeronimo y Christian; no tenía, como Pedro, el pelo negro y denso, con aquellos rizos tan sensuales que le caían por la frente. Cuando era joven, su padre había sido un hombre bien parecido desde un punto de vista convencional; nada había en su aspecto que recordara la viril atracción que Pedro despertaba.


Pero al margen de las evidentes diferencia físicas estaban, sobre todo, las distintas personalidades. Su padre era un hombre tranquilo, conservador en sus ideas, y escrupulosamente honrado. Si llegara a sus oídos que su presunto futuro yerno era un policía secreto trabajando de incógnito, Pedro rodaría escaleras abajo y ella se encontraría encerrada en su habitación hasta el fin de sus días.


-Pedro ha comentado que ha perdido el trabajo –Constanza continuó con la conversación-. Es una lástima. Ocurre demasiado a menudo últimamente.


-La empresa le ha dado una generosa indemnización –se apresuró a explicar Paula.


-Sí, ya nos lo ha dicho. Ahora que tiene tiempo libre, ¿crees que podría echarle una mano a Agustin? Ya sabes que tu hermano está pensando en comprar un ordenador para la empresa.


-Vale, se lo preguntaré.


-Oh, no hay prisa; ya tendremos tiempo de aprovechar sus habilidades cuando sea miembro de la familia. Por cierto, ¿te importa si le pido a Pedro que nos eche una mano con la boda de los Fitzpatrick?


-¿Qué?


-Va a ser un gran banquete, y vamos a necesitar ayuda. Además, Pedro comentó que estás tan ocupada últimamente que apenas tienes tiempo para él. Si nos ayuda en la boda, pasaréis el día juntos –explicó su madre-. Igual que tu padre y yo cuando empezamos a salir. Éramos inseparables.


Paula no daba crédito a lo que estaba oyendo. Todo estaba saliendo demasiado bien.


Aunque ya sabía por experiencia lo bien que se le daba a Pedro conseguir que los demás hicieran lo que él quería.


-Sí; sería muy agradable –contestó Paula.


-¿Tú crees que puede molestarle que le ofrezcamos trabajo?  –dudó Constanza-. Quiero decir que quizá no es un buen momento, ahora que lo han despedido. No me gustaría que se sintiera ofendido.


-No te preocupes, mamá –sonrió Paula-. Estoy segura de que a Pedro le gustará tu idea.


-Estupendo –concluyó su madre, tomando un plato de galletitas y dirigiéndose al salón-. Esta misma noche lo comentaré con tu padre.



***** 


Los guardias de la verja de entrada iban armados. Por eso llevaban chaqueta, a pesar del calor. No había duda respecto a los sospechosos bultos bajo la axila que afeaban su aspecto. Paula, probablemente, no se habría dado cuenta si Pedro no la hubiera advertido. Pero ahora que lo sabía le parecía muy evidente.


Un guardia se aproximó al vehículo mientras hablaba a un micrófono que llevaba incorporado al aparato receptor instalado en la oreja.


-¿Nombre? –les preguntó con voz fría.


-Pedro Alfonso y Paula Chaves –contestó Pedro con una sonrisa en los labios-. Somos de la Chaves Catering. La señorita Fitzpatrick nos espera.


El guardia volvió a hablar por el micrófono.


-Esperen aquí.


Por la esquina apareció un segundo guardia, que se dirigió directamente a la puerta trasera de la furgoneta.


-¿Qué llevan ahí?


Paula miró a Pedro, un tanto asustada. Él sonrió y la atrajo hacia sí.


-Relájate –le susurró al oído-. No pasa nada. Mientras no hagamos nada sospechoso no nos harán nada. Para ellos es pura rutina.


Luego se dirigió a la parte trasera y abrió la puerta al guardia, que entró a inspeccionar la furgoneta. Después de cerciorarse de que no había nada sospechoso, dio por concluido el registro y salió del vehículo.


-Mi madre me habló de esto –dijo Paula, vigilando los movimientos de los guardias por el rabillo del ojo-. Pero no me imaginaba que el lugar estuviera tan… protegido.


Tras la valla se vislumbraba un enorme edificio de cemento, con estrechas hendiduras a modo de ventanas. Tenía el aspecto de un búnker inexpugnable.


El primer guardia se les acercó de nuevo.


-Está bien. Pueden entrar. Conduzca hasta el final del camino. No detenga el coche hasta que haya llegado.


-De acuerdo –contestó Pedro, sonriendo amablemente.


El guardia tecleó una combinación de números en el mando a distancia y se abrieron las puertas.


-Y ahora, ¿qué? –preguntó Paula, con un hondo suspiro.


-Iremos directamente hasta el final del camino, tal y como nos ha dicho el guardia –contestó Pedro, colocando la furgoneta justo en el centro del camino, y manteniendo la velocidad a veinte kilómetros por hora-. ¿Te importa apoyarte un poco en la puerta?


-¿Para qué?


-Estás bloqueando la cámara.



-¿Qué?



-Tranquilízate y actúa con naturalidad. Hay una cámara de circuito cerrado que nos apunta desde el abedul de la derecha.


-¿Y por qué no quieres que bloquee la cámara? No lo entiendo…


-Quiero que te comportes de forma natural para la cámara del árbol –contestó Pedro, manteniendo una sonrisa y hablando entre dientes-. Lo que quiero es que no me tapes la cámara que llevo en la furgoneta.


-¿Cuándo has puesto una cámara en la furgoneta?


-Anoche. Es uno de los juguetitos de Bergstrom.


Paula reprimió el impulso de mirar a su alrededor para buscarla, pero se reclinó en la puerta en silencio, mientras Pedro seguía conduciendo.


-¡Claro! Por eso conduces tan despacio, para que la cámara pueda registrar sin problemas todo el camino.


-Exactamente –confirmó Pedro.


Guardias armados, cámaras en los árboles y en la furgoneta… Por supuesto; aquél era el verdadero motivo de la presencia de Pedro junto a ella. Trabajo. Había estado tan ocupada convenciendo a todo el mundo de su compromiso que había olvidado de nuevo el verdadero objetivo del asunto.



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