miércoles, 7 de marzo de 2018

EN LA NOCHE: CAPITULO 16





Frente a ellos apareció la casa, impresionante. Las ventanas reflejaban los rayos de sol vespertino.


No era un edificio ostentoso, pero emanaba la sensación de poder y dinero en grandes cantidades. Dinero sucio y poder corrupto.


Un hombre, vestido con un impecable traje negro, que, sin embargo, lucía también la marca de la pistola bajo la axila, dirigió las maniobras de Pedro para aparcar frente a la casa.


-Todo lo que tienes que hacer es mantenerte serena y actuar con naturalidad –le recordó Pedro, con un susurro, mientras aparcaba junto a una limusina negra.


-Vale –dijo Paula, secándose una vez más las palmas de las manos en la falda.


-Ojalá podamos inspeccionar la parte trasera de la casa en esta visita, pero si no surge la ocasión no la forzaremos; sería absurdo poner el plan en peligro. De momento, seguiremos nuestro instinto.


-Odio esa palabra.


-No hace falta que te pongas histérica –le dijo Pedro, arqueando una ceja.


-¡Por supuesto que no! –protestó ella.


-No dejaré que te pase nada, Paula –dijo en voz baja.


Otro hombre vestido de negro, más alto y musculoso si cabía que los anteriores, los precedió a la entrada de la casa. Los condujo a una cómoda habitación que daba a un pequeño jardín interior. Paula guardó silencio mientras esperaban, repasando los distintos menús que había preparado para someterlos a la aprobación de la familia.



Diez minutos después se abrió la puerta que daba al jardín, dando paso a una joven de pelo rojo y estatura baja.


-Perdón por el retraso –dijo mientras se sacudía los pantalones cortos, manchados de tierra-. Espero no haberos hecho esperar mucho tiempo.


Paula levantó la cabeza de sus notas y la miró sorprendida.


-¿Es usted la señorita Fitzpatrick? –preguntó.


-Tuteadme, por favor –repuso la muchacha, quitándose los guantes de jardinero y cruzando la habitación para presentarse-. Gracias por venir. Tú debes de ser Paula. Tu madre me dijo que traerías una lista de posibles menús –añadió, mirando a Pedro.


-Éste es Pedro Alfonso, mi novio –se apresuró a decir Paula.


Marion apenas prestó atención a la presentación de Pedro; se dedicó de lleno a estudiar los menús con Paula y planear los detalles. En cuestión de minutos, las dos estaban enfrascadas en la conversación, discutiendo sobre el color adecuado de los manteles y la variedad de los canapés.


Poco a poco, Paula empezó a relajarse. Para ser la hija de un criminal, Marion Fitzpatrick era una muchacha muy agradable; parecía tan emocionada por el acontecimiento como cualquier otra novia. Juntas, repasaron las notas que Paula y su madre habían preparado. No sólo los Chaves iban a servir la comida, sino que también iban a encargarse de las bebidas en el baile que seguiría a la comida. 


Ciertamente, era un encargo muy importante para Chaves Catering, que iba a ganar mucho dinero con ello.


Pero Larry Fitzpatrick era un delincuente, lo que quería decir que el suyo no era dinero limpio. Paula se preguntaba hasta qué punto estaría enterada Marion Fitzpatrick de los negocios de su padre. Pedro había dicho que le mafioso se enorgullecía de mantener separada la familia de los negocios, así que era más que probable que su hija no supiera nada.


-Me gustaría que celebráramos la fiesta en el jardín –dijo Marion, señalando la ventana-. Siempre ha sido mi lugar preferido de la casa.


-No me extraña. Es precioso –asintió Paula.


-He intentado disuadirla, pero veo que es imposible.


Un hombre de mediana edad, corpulento y de buena presencia irrumpió en la habitación, con una apacible sonrisa en los labios. Se colocó junto a Marion y, con delicadeza, la besó en la mejilla.


-¿Qué tal van las cosas, cariño?


-Bien, papá. Creía que tenías una cita.


-Y la tengo. Sólo quería despedirme de ti antes de irme.


Marion se volvió hacia Paula y Pedro.


-¿Conocéis a mi padre?


Paula ahogó un grito de sorpresa. De modo que aquel hombre era Larry Fitzpatrick, el peligroso delincuente. Tenía que tratarse de un error; aquel señor tan agradable no podía ser un mafioso.



-Mi padre no quiere que hagamos la fiesta en el jardín; dice que sería un desastre si hiciera mal tiempo.


-Entiendo perfectamente que el tiempo le preocupe, señor, pero no creo que esta ola de calor vaya a durar demasiado, y contamos con protectores con barras y sombrillas para las mesas en caso de que llueva. Además, las carpas son impermeables.


-¡Eso es genial! –exclamó Marion, volviéndose hacia su padre.


A Fitzpatrick no pareció gustarle demasiado la idea. Durante un instante, la apacible expresión cambió y Paula vislumbró una mirada tan dura como el acero tras su sonrisa imperturbable.


-Sí, eso lo arreglaría todo. Podríamos colocar las mesas y lo demás en la parte este de la casa.


-Gracias, papá –respondió Marion, entusiasmada.


Pedro esperó hasta que el señor Fitzpatrick abandonó la habitación para continuar la conversación.


-Si nos enseñas el lugar podremos empezar a proyectarlo todo –dijo a Marion.


-Vale. ¿Hemos acabado ya con los menús? –preguntó a Paula.


-Sí, lo tengo todo. De todas formas, si surge algo te llamaré inmediatamente.


-Genial –contestó Marion, conduciéndolos al exterior.


La limusina negra abandonaba en aquellos momentos la propiedad, y Pedro vigiló atentamente su marcha.


-Después de echar un vistazo al jardín será mejor que continuemos la gira hasta la cocina –observó Pedro-. Así podremos hacernos una idea de lo que vamos a necesitar.


-Con la cantidad de invitados que esperamos, vamos a tener que habilitar un lugar en el jardín donde podamos preparar los platos y organizar las cosas –añadió Paula.


-Ah, y no queremos molestar, así que si no enseñas las partes de la propiedad que debemos evitar.


-Oh, bueno, eso es lo más sencillo. Mi padre tiene sus oficinas en el ala de la casa que da al otro lado del garaje. El acceso a esa parte de la casa está prohibido a los invitados; el resto es todo vuestro.


Durante la siguiente media hora, Marion se dedicó a enseñarles la propiedad. Aunque sus gestos eran relajados y su mirada tranquila, Paula era consciente en todo momento de la intensa actividad cerebral de Pedro, que registraba cada detalle en su mente.


El recorrido finalizó en la cocina, una inmensa estancia, acondicionada con todas las novedades en electrodomésticos del mercado. Aquel lugar iba a hacer las delicias de Esther y Christian.


Marion echó un rápido vistazo al reloj de pared que colgaba frente a ellos.



-Lo siento, pero tengo que darme prisa. He quedado con mi novio en menos de media hora, y necesito cambiarme de ropa… -dijo, contemplando sus pantalones manchados de tierra.


-Gracias por dedicarnos tanto tiempo. Va a ser una boda preciosa –dijo Paula, estrechándole la mano.


-Gracias por todo –respondió Marion-. Os acompañaré a la puerta.


-Oh, no te preocupes. Sabemos salir –interrumpió Pedro.


En cuanto Marion hubo desaparecido, Pedro avanzó en dirección contraria.


-Por ahí no se sale –le advirtió Paula.


-Ya lo sé. Quédate aquí y disimula. Si viene alguien, ponte a contar cacerolas, o algo así.


-Pero has dicho que no íbamos a arriesgarnos –protestó Paula.


-He dicho que seguiríamos nuestra intuición. Y ésta es una oportunidad demasiado buena para desaprovecharla.


Paula lo había seguido por el pasillo, hacia la puerta que separaba las oficinas del resto de la casa.


-Vuelve a la cocina y espérame.


-No.


-Paula…


-No me voy a quedar en la cocina esperándote, con todos esos gorilas merodeando. Me quedo contigo.


-No tengo tiempo para discutir –susurró Pedro-. Sígueme y estate callada.


Ambos se introdujeron en una habitación que tenía la puerta entreabierta. Un pequeño recibidor permitía el acceso a un par de puertas cerradas. Pedro trató de abrir una de ellas, sin éxito.


-Éste debe ser su despacho –comentó.


Luego lo intentó con la siguiente, que se abrió fácilmente, mostrando lo que parecía una anticuada sala de espera, con un inmenso sofá y dos sillones a juego. Pedro echó una mirada, inspeccionando la habitación, y volvió al recibidor para continuar con el recorrido.


Había una tercera puerta al final de la sala, que le había pasado desapercibida; con precaución, Pedro inspeccionó la manija de la puerta para introducirse en ella, y Paula lo siguió.


Un repentino movimiento en la pared de enfrente hizo que Paula contuviera la respiración, hasta que fue consciente de que era su propio reflejo en un espejo. Sorprendida, miró a su alrededor. Las paredes de toda la sala estaban cubiertas de espejos, creando una sensación de infinitas habitaciones que se abrían interminablemente.


-¡Bingo! –exclamó Pedro.



-¿Qué?


-Esta es la sala de reuniones. Espejos en las paredes y la mesa de cristal transparente. Así nadie puede esconder armas, grabadoras o casa así. Supongo que Fitzpatrick se sienta en la silla que está frente a la ventana, con la lámpara detrás.


-¿Qué haces? –preguntó Paula, sorprendida con las idas y venidas de Pedro.


-Comprobar a qué parte de la casa de esta ventana. Creo que da justo al otro lado; la parte más separada e independiente de la propiedad.


De pronto, Paula se dio cuenta del peligro que corrían.


-Pedro, date prisa, puede venir alguien.


-No te preocupes. Si nos sorprenden, buscaremos alguna excusa.


-Creo que deberíamos marcharnos ya.


Paula miró hacia la puerta. Con las prisas no la había cerrado convenientemente. Y quizá fuera su imaginación, pero había creído oír el sonido de unos pasos. Pedro se llevó el dedo a los labios para pedirle que guardara silencio.


En efecto, una sombra se reflejó en uno de los espejos de las paredes.


No había ningún lugar donde esconderse en aquella habitación y, si los encontraba allí alguno de aquellos fornidos guardaespaldas, cualquiera sabe de qué sería capaz.


Pedro se movió con rapidez. Tomando a Paula por la cintura, la subió a la mesa. Sin decir una palabra empezó a desabrocharle la blusa y subirle la falda.


Desconcertada, Paula le dejó hacer, sin entender a qué venía todo aquello. De pronto, comprendió sus intenciones.
“Si nos sorprenden, buscaremos alguna excusa”.


No debería haberse sorprendido, pero lo hizo. Pedro, el intrépido investigador, no se arredraba ante nada.


Con una sacudida se quitó las sandalias, prestándose a colaborar en la parodia. Le rodeó la cintura con las piernas y lo atrajo hacia sí. Con la falda subida había muy pocas cosas entre el cuerpo de Pedro y el suyo. Podía sentir perfectamente cada centímetro de él.


La puerta se abrió, y Paula empezó a gemir, quedamente al principio, y con toda la fuerza de la pasión que representaba al poco tiempo.


-Sí, por favor, sigue.


-¿Así, cariño? –preguntaba Pedro, empujando con la pelvis.


-Sí, sí… -suspiraba Paula.


-Cariño, me vuelves loco…


Paula vio de reojo que un guardia armado entraba en la habitación y se apoyaba en la pared, mirando la escena con los brazos cruzados.


Pedro la tomó por las caderas, alzándola ligeramente para encajarla con más firmeza en su cuerpo, y ocultar con la falda lo que estaban haciendo. O, en realidad, para ocultar que no lo estaban haciendo.


Ambos aceleraron el ritmo de los gemidos, acoplándose al movimiento de caderas. Paula suspiró en lo que a ella le pareció una buena imitación de una mujer en pleno éxtasis, y Pedro la imitó al cabo de unos segundos. Reclinándose sobre ella, Pedro le susurró al oído:
-Gracias –consiguió articular, casi sin aliento-. Creo que se lo ha tragado.


Incorporándose, Paula se miró en el espejo de la pared. 


Apenas se reconocía en aquella mujer de cabellos sueltos y revueltos y camisa arrugada. Sus ojos relucían de excitación y deseo. Parecía una mujer desinhibida.


De pronto, fue consciente del riesgo que estaban corriendo.


-¿Habéis terminado ya, muchachos?


Paula fingió una sorpresa que estaba lejos de sentir.


-¡Dios mío, Pedro! –gritó, abrazándose a él.


Pedro continuó abrochándose el cinturón, como si nada hubiera pasado.


-Eh, amigo, no te importa, ¿verdad?


No había asomo de sospecha en el rostro sonriente del guardia.


-No, hombre –contestó mientras los escoltaba hasta la furgoneta-. Claro que no le importa.


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