martes, 13 de febrero de 2018

BAILARINA: CAPITULO 42




AL llegar a su despacho a la mañana siguiente había nuevas noticias. Habían detenido a Eric Saunders en Chicago. Lo llevaron a California ese mismo día y había confesado que tenía un cómplice en la agencia, James Turner, que había abandonado la agencia en cuanto el préstamo de Saunders fue concedido.


—No podía creerlo —le dijo Paula cuando Pedro la telefoneó—. Era un hombre encantador. Y se marchó porque su madre estaba enferma en... en Canadá, creo.


—Una excusa.


—Sí, supongo que sí. Pero parecía muy preocupado por ella, por su madre, quiero decir. Y parecía honesto y sincero. No puedo creer que hiciera algo así.


Pedro hizo una mueca. Él lo había creído de ella.


—No importa —dijo—. Es un gran comienzo para el artículo que voy a escribir.


En realidad ya lo tenía escrito mentalmente. Eric Saunders era una desgracia, pero un solo caso fraudulento no podía oscurecer el excelente trabajo que estaba haciendo la agencia. La pequeña empresa jugaba un papel muy importante en la economía. Citaría casos sorprendentes de pequeñas empresas muy florecientes, alabaría el trabajo de la agencia, en particular el de la responsable de la concesión de préstamos, Paula Chaves, que examinaba a la gente tan cuidadosamente como sus negocios y había asumido riesgos que sólo reportaban beneficios para el estado.


No era mucho para compensar lo que había pensado de ella.


—Paula —dijo—, te quiero.


Pedro, oh, Pedro... —dijo Paula con un suave murmullo de amor, pero también de angustia—. Yo también te quiero Pedro.


Pedro sintió alivio y felicidad. ¿Pero cuál era el problema?


—Paula, me pasaré a buscarte esta noche, después del trabajo.


Paula dejó la mano apoyada en el teléfono cuando colgó.


«Te quiere, te lo ha dicho, te ha pedido que te cases con él, tendrías que poder decirle cualquier cosa:»


—Mira, tengo que decirte una cosa. Yo no soy quien tú crees que soy. Bueno, sí, lo soy, pero... Mira, nos conocimos siendo yo una bailarina en un antro llamado Spike's Bar. Y tú creías, eso es, yo hice que creyeras que...


«¡Dios mío! Una mentira es una mentira y cuatrocientos mil dólares es mucho dinero. Y no se lo debo a él, se lo debo a aquel hombre autoritario que estaba en casa de tu madre aquella noche y que no paró de hacerme preguntas. Como si pensara que Pedro no debía haberme llevado a la fiesta sin consultarlo antes con él. Y yo fui muy educada, pero si supiera...»


«Olvídalo, es a Pedro a quien amas».


«Pero él quiere a Paula Chaves, no a Deedee Divine».


«Dile que tu madre estaba enferma y que necesitabas...»


—Señorita Chaves —dijo un empleado que entró en su despacho después de llamar a la puerta—, ha venido un hombre de la oficina del fiscal del distrito, quiere ver el archivo de Saunders. ¿Le hago pasar?


—Por supuesto, y tráeme el archivo de Eric Saunders —dijo. ¿Cómo podía Turner haber puesto a la agencia en tales aprietos?


Pero lo recordaba bien...


—Sé que te hace falta personal, y odio tener que marcharme sin darte un plazo para encontrar a alguien, pero mi madre... Está enferma y...


La misma explicación que ella le daría a Pedro aquella noche. Al menos, no era mentira, por ese lado no debía sentirse avergonzada ni culpable, pero lo estaba.


—Buenas tardes —le dijo al hombre de la oficina del fiscal—. Siéntese.



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