martes, 13 de febrero de 2018
BAILARINA: CAPITULO 39
—Cenaremos en el club náutico —le dijo Pedro por teléfono.
Era un lugar privado, pero estarían rodeados de gente, de modo que Pedro podría mantener la tranquilidad y hablar con la mayor claridad posible. Se vería menos inclinado a estrecharla entre sus brazos y verse sumido en la intoxicante sensación de su cuerpo contra el suyo, suave y lleno de deseo.
Sentados a una mesa en el club, supo que el lugar no importaba. La invitación a abrazarla seguía estando allí, en aquellos ojos azules que lo ahogaban en un magnetismo que anulaba todo pensamiento. Se concentró en la lista de vinos y pidió la cena. Luego, evitando sus ojos se decidió por ir directo al grano.
—¿Sigues pensando en marcharte de la ciudad?
—Sí.
—¿Por qué?
Paula dio un respingo.
—El motivo es... personal.
—¿Tiene algo que ver con el escándalo?
—¿El escándalo?
¿De qué estaba hablando?
—La estafa de Eric Saunders.
—Oh —exclamó Paula. Tenía que darle alguna razón y aquella era tan buena como cualquier otra—. Sí, en parte. Me siento responsable.
Así que era ella.
—¿Fuiste tú la que aprobó el préstamo?
—Sí.
Como jefa de la oficina de préstamos, ella tenía que dar el visto bueno a todos ellos.
Pedro se puso tan furioso que tenía ganas de sacudirla, para que se diera cuenta de lo que había hecho.
—¿Por qué lo hiciste? Doscientos mil dólares es un préstamo demasiado alto para una empresa falsa. Tenías que saber que era falsa —dijo y se inclinó hacia delante deseando que lo negara todo—. ¡Tenía que haber sido tan obvio para ti como para los que lo están investigando ahora!
—Bueno, supongo que... —se interrumpió Paula. ¿Por qué había sacado el tema de Saunders? Nunca habían hablado de él. Incluso en aquella conferencia...
—¿Y bien? —insistió Pedro—. ¿No estás de acuerdo en que doscientos mil dólares es un buen puñado de dinero?
—Sí.
Se sintió desfallecer al ver la furia en sus ojos acerados. La misma mirada que le había dirigido aquella noche en el bar de Spike. Y doscientos mil sólo eran la mitad de lo que había obtenido de él, pensaba. Si llegaba a saber...
—Sé que fue un error —dijo—. Pero entonces, estaba tan ocupada que...
Que se limitó a firmar, pensó, al recordar cómo había ocurrido. Dos trabajos, visitas continuas al hospital, el temor por la vida de su madre.
—En aquellos días tenía muchas preocupaciones.
«Preocupación de que te atraparan», pensó Pedro, pero su furia se suavizó. Una mujer con aquella mirada tan dulce e inocente, con tan gran corazón... sí, fácil de seducir por un canalla como Saunders.
—¿Estás pensando en otras actividades que puedan salir a la luz?
Paula asintió.
—Cuando alguien a quien quieres está en peligro —dijo—, te olvidas de todo lo demás y no siempre te das cuenta de lo que haces.
Se interrumpió, sorprendida, había estado a punto de contárselo todo. De hablarle de su madre, del bar de Spike y de los cuatrocientos mil dólares, pero no podía hacerlo. No podía, porque nunca la perdonaría.
«Alguien a quien quieres», aquella era la clave. ¿Qué había dicho Brian? «Un hombre lleno de atractivo para las mujeres». Sí, Paula, que sólo veía lo bueno de todos, era muy vulnerable. Si se enamoraba...
Aquello lo explicaba todo. La razón de que, a pesar de la pasión que latía entre ellos, siempre se apartara en el momento crítico. Era un mujer honesta capaz de guardar fidelidad a un hombre, que haría cualquier cosa por el hombre al que amaba.
Y se había enamorado de un canalla que la estaba utilizando, y arruinándole la vida. Si pudiera ponerle las manos encima a aquel hijo de...
Paula le acarició el puño cerrado y se quedó desconcertado y la miró. Tenía una mirada culpable y llena de dolor.
—Por favor, no te enfades —le dijo ella—. Fue un gran error. Entiendo muy bien que el resto de la prensa y tú queráis la sangre de la agencia y de la mía, pero...
—No, te equivocas. No sé lo que opina la prensa, pero yo no quiero la sangre de nadie, y menos la tuya —dijo Pedro, y al decirlo se daba cuenta de que era verdad. Lo único que quería era—... Sólo quiero ayudarte, si me dejas.
—Gracias. Espero que hables bien de la agencia. Y como fue un error mío, mi marcha hará más fácil...
— ¡No te vayas! Mira, podemos resolver esto.
De alguna manera la sacaría de aquel lío.
Paula negó con la cabeza. No podía hablar, pero tampoco podía dejar de mirarlo, absorbiendo el amor que... ¿Era amor lo que veía en sus ojos? Le palpitó el corazón y le ardieron las venas. Sólo deseaba estar en sus brazos. Si sólo...
Apartó la mirada.
—Tengo que irme —susurró. No podría soportar ver cómo aquella mirada se convertía en odio.
—¿Por qué?
—No es sólo el escándalo —dijo y se detuvo para tragar saliva—. Hay algo más.
—Dime.
—No puedo. Tal vez, en otras circunstancias. Con el tiempo, quizá, cuando haya...
«Cuando haya pagado mi deuda», pensó, y perdió la voz, incapaz de mirarlo.
—Lo siento —dijo—. Yo... no... Por favor, llévame a casa.
Pedro vio las lágrimas que corrían por sus ojos. No podía presionarla en aquel momento.
—Claro —le dijo y llamó al camarero.
Cuando la dejó en su casa, ella deslizó algo en su bolsillo. El apenas se dio cuenta. Más tarde, al quitarse la chaqueta, se cayó al suelo. La pulsera, y una nota.
Gracias por el detalle, más valioso que la pulsera, que, debido a ciertas circunstancias, no puedo aceptar.
Leyó la nota dos veces. Ciertas circunstancias. ¿Un novio celoso?
¿Demasiado valiosa?
Era de risa. Una mujer que había estafado cuatrocientos mil dólares no aceptaba un regalo de dos mil. Aquello no encajaba
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