jueves, 4 de enero de 2018

EN LA RIQUEZA Y EN LA POBREZA: CAPITULO 6





Te encanta la granja, ¿no? —le preguntó Pau cuando siguieron camino.


—Sí. Es como… el principio de todo lo que tengo planeado.


El rostro se le iluminó cuando se puso a contarle todo lo que había pensado hacer.


—Es una tierra muy rica. El lugar perfecto para un vivero y estoy ansioso por empezar con él. Pero tengo que ir despacio. Se necesita un cierto capital para montarlo bien.


—Puedes pedir un préstamo —dijo Pau pensando que todos los negocios que había hecho su padre habían sido con dinero de los demás, no con el suyo.


—No se puede pedir sin unos avales.


—El terreno…


—Es de mis abuelos y es lo único que ellos tienen. El abuelo se metió en deudas los últimos años, pero nunca pidió un préstamo. Creo que lo lamentaron cuando no salió la venta, pero con las leyes actuales, no producirían lo suficiente como para mantenerlos. Así que me la han alquilado por casi nada, pero yo pretendo compensarlos cuando pueda.


Su voz demostró una completa confianza en sí mismo y sus posibilidades y a Pau no le cupo la menor duda de que podría bien pronto.


—¿Pasas mucho tiempo aquí?


—No tanto como me gustaría. Tengo una habitación en el pueblo cerca de donde recibo clases y de mis trabajos.


—¿Pero no preferirías estar en la granja?


—Claro. Y me quedo aquí siempre que puedo. Todavía sigo teniendo mi antigua habitación.


—¿Pasabas mucho tiempo aquí cuando eras niño?


—Todos los veranos.


—¿También tus hermanos?


—Sólo yo. Francisco y Leandro se dedicaban al baloncesto y no dejaban la ciudad y Maria era demasiado pequeña.


—¿Maria? —preguntó Pau dándose cuenta de que era la primera vez que él le mencionaba que tuviera una hermana.


—La pequeña de la familia y la única chica. Ahora va a la universidad. Estudia Arte Dramático, lo que le fastidia enormemente a mi padre.


—¿Por qué? Si a ella le gusta…


—Le parece que eso lo hace gente no muy apropiada para su pequeña. Supongo que debe estar influido por esa leyenda negra de los actores y su mala vida.


—Oh.


Pau se preguntó si la familia de Pedro vivía realmente en el siglo veinte. Sus abuelos debían ser como de otro mundo. Y estaba a punto de conocerlos…


Poco después, Pedro le dijo:
—Ya estamos.


Tomaron un camino a la sombra de unos árboles hacia una casa de dos pisos que parecía pequeña debajo de tres enormes robles. Estaba rodeada por una marquesina y un gran perro echó a correr para recibirlos.


A ella le dio la impresión de llegar a su hogar, algo cálido, sólido y duradero. Era extraño. Trató de comprenderlo cuando salió para acariciar al perro, que no paraba de ladrar excitadamente.


De repente esa pacífica escena se vio alterada por la voz de una mujer que gritó nerviosamente:
—¡Pedro! ¡Gracias a Dios! ¡Ven aprisa!


Pedro corrió hacia la casa y Pau lo siguió. Cuando entró, Pedro estaba de rodillas al lado de un hombre grande que estaba tirado en la parte baja de una escalera empinada. A su lado había arrodillada una mujer pequeña.


El hombre estaba maldiciendo mientras el perro se puso a lamerle la cara.


—¡Maldita sea! Estoy bien. ¡Abajo, Cocoa! ¡Maldita sea, Pedro, quítame de encima a este animal!


—Quédate quieto. ¿Está herido? —le dijo la mujer a Pedro ansiosamente.


Él parecía tratar de averiguar si tenía algo roto.


—¡Demonios, ya te he dicho que no! Si alguien me quitara de encima a este maldito perro y me diera la mano…


Pau le quitó de encima al perro, que trató de volver con su amo.


—Muy bien, abuelo. Tómatelo con calma. Apóyate en mí.


La mujer se apartó y Pedro lo ayudó a ponerse en pie.


—¿Estás bien, abuelo? —Le preguntó Pedro—. ¿Quieres que haga algo?


—Métele un poco de sentido común en la cabeza —dijo la señora Alfonso irritada, pero se enjugó las lágrimas con una mano temblorosa—. Es tan terco como una mula. Sabe que necesita ayuda para bajar esas escaleras.


Pau, dándose cuenta de que estaba a punto de desfallecer, se le acercó.


—¿Por qué no se sienta? Y tal vez… Pedro, ¿hay algo de coñac?


—Oh, querida, no necesito nada —dijo la mujer dándose cuenta por primera vez de la presencia de Pau—. Por Dios, saque de aquí a Cocoa.


Pau se dio cuenta de que se refería al perro. Corrió con él en brazos hasta la puerta y lo dejó fuera. Cuando volvió, Pedro le estaba llevando un vaso de agua a los labios del anciano.


El señor Alfonso le dio un trago y luego lo apartó.


—¡Deja de mimarme, chico! ¡No soy ningún tonto inútil!


—Eso es exactamente lo que eres. No paro de decirte que no debes tratar de bajar esas escaleras sin…


—¡Maldita sea, no iba a bajar! Iba a subir a por mis otras gafas. ¿Y a qué viene tanto lío? Cualquier idiota se puede resbalar.


La señora Alfonso pareció dispuesta a continuar regañándolo, pero Pedro intervino.


—No te preocupes, abuela. Está bien. Mirad, esta es Paula Chaves ha venido expresamente para ver el jardín. ¿Por qué no vas a enseñárselo? Yo iré a por las otras gafas del abuelo y me llevaré esas para que se las arreglen mañana —dijo señalando a las que estaban rotas en el suelo.


Después de un momento de duda, la señora Alfonso se llevó a Pau al jardín.


—Antes no había nada aquí salvo hierba y ese viejo manzano, pero Pedro lo ha arreglado muy bien. Es pronto, pero algunas de las flores están abriéndose ya. A mediados de verano es algo espectacular.


—Ya lo es —respondió Pau.


Una gran extensión de hierba verde estaba rodeada por parterres de flores. Las rocas y flores se conjuntaban armoniosamente por todo el lugar. Se dirigieron a un banco metálico y se sentaron en él.


—Todo es muy natural —dijo Pau—. Es como si las plantas crecieran en estado salvaje entre las rocas.


—La mayoría son flores silvestres, pero cada una de ellas fue cuidadosamente plantada por Pedro. Cada roca y cada tubería de drenaje. Dijo que, si no se drenaba bien, la tierra siempre estaría empapada. Así que estudió todos esos libros y eso fue lo que le dio la idea de estudiar arquitectura de jardines.


—Eso me dijo.


Luego pasaron un buen rato disfrutando del panorama y hablando de Pedro.


Más tarde, cuando la señora Alfonso fue a ver cómo estaba su marido, Pau fue en busca de Pedro.


La señora Alfonso le dijo que estaba en el establo y, cuando llegó allí, se detuvo en la puerta, cautivada por lo que vio. Aquello estaba lleno de plantas por todas partes y de todos los colores.


—Oh, Pedro, son preciosas —exclamó—. ¡Y cuantas…! Debe haber miles.


—No tantas. Tal vez unas trescientas. Y creo que tengo suficientes pedidos para todas. Llevo cuidando las lilas desde el otoño. Voy a empezar los envíos mañana y esto —dijo señalando un contenedor—, las mantendrá frescas y vivas toda la estación.


—Esto te llevará toda la tarde. ¿No tienes otro contenedor?


—¡Así que de verdad me vas a ayudar! De acuerdo.


Pedro llenó otro contenedor, pero la miró dudosamente cuando se lo pasó.


—¿Puedes con él?


—Soy más fuerte de lo que te crees.


La verdad es que aquello no era nada para una chica que había tirado de la escota en las regatas con el barco de Jeronimo


Los dos estaban muy ocupados trabajando cuando la señora Alfonso apareció en el establo.


Pedro, tengo que hablar contigo.


Pau dejó en el suelo el contenedor que estaba llenando.


—Saldré fuera.


—Oh, querida, sigue trabajando, sé que Pedro quiere tener esto listo mañana y me alegro de que estés ayudando.  Desde que Jose lo dejó, Pedro lo está haciendo todo solo, de todas formas, puede que esto sea cosa de familia, pero no es privado. Todos hemos estado conteniendo la respiración con las nuevas leyes… Lo siento, Pedro, hubiera querido esperar, pero no puedo. Necesitamos vender el terreno tan pronto como sea posible. El hombre de la compañía de bienes raíces llamó la semana pasada. No nos ofrece lo que queremos, pero tal vez debiéramos aceptar lo que nos ofrece.


Pau tomó el contenedor y se dio la vuelta. No quería ver la cara de Pedro, pero oyó cada palabra de la conversación que siguió.


—Ya has visto a tu abuelo —continuó la anciana—. No puede con esas escaleras y ya sabes que el baño está arriba. No nos podemos permitir instalar otro abajo ni contratar a alguien para que nos ayude, a no ser que vendamos esto. No le he dicho nada a Al. Va a ser difícil convencerlo para que nos marchemos de aquí. Para mí también, Pedro. A los dos nos encanta esto y querríamos conservarlo para ti.


Pedro la abrazó entonces.


—No te preocupes por mí. Durante toda vuestra vida me habéis estado dando cosas. Ahora ya es hora de que nos preocupemos de vosotros. Por supuesto que debéis vender y tal vez consigáis un buen precio. Mañana mismo iré a ver a otros agentes de la propiedad. No te preocupes, ya sabíamos que tal vez tuvierais que vender yo también estoy preocupado por el abuelo.


Luego siguió diciéndole que todo se arreglaría para todos y, mientras tanto, él dejaría su habitación en el pueblo y se quedaría allí para ayudarla con el abuelo.


—Me quedaré aquí todo el tiempo que pueda y todas las noches hasta que lo arreglemos todo.




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