viernes, 5 de enero de 2018

EN LA RIQUEZA Y EN LA POBREZA: CAPITULO 7






Pau siguió trabajando, pero necesitó de toda su fuerza de voluntad para mantenerse callada. Deseó volverse y decirle que ella lo podía arreglar todo. Podía hacer que les instalaran un dormitorio principal y un par de baños abajo y podía contratar a todo el personal que fuera necesario. O podía comprar la granja por el dinero que fuera necesario para que la anciana pareja viviera donde quisiera sin problemas. Y Pedro tendría ese lugar para hacer con él lo que quisiera.


Nada de eso representaba una cantidad significativa para su familia, ni siquiera para la herencia que recibió de su abuelo cuando cumplió los veintiún años.


Pero recordó que los Alfonso mantenían a sus mujeres y no permitían que ellas los mantuvieran.


Se ruborizó.


¿Sus mujeres?


¡Cielo Santo, estaba pensando en ella misma como si fuera la mujer de Pedro! ¡La mujer de un hombre al que apenas hacía una semana que conocía! ¡Pedro, que no le había dado ninguna señal… ni siquiera la había besado!


No, no era su mujer, así que no era necesario que se preocupara por eso. Pero de otra forma, ellos lo podían considerar como caridad y sabía que nunca lo aceptarían tampoco.


De todas maneras, debía haber algo que ella pudiera hacer. 


Hablaría con Jeronimo.


—¿Has terminado con todo eso? ¡Buena chica! Has sido una auténtica ayuda. Deja que termine yo.


Pau se dio cuenta entonces de que la señora Alfonso se había marchado y de que Pedro, habiendo terminado con lo suyo, se hacía cargo del trabajo de ella. No parecía en nada lo preocupado que había pensado que estaría.


Pedro, he oído lo que te ha dicho tu abuela y lo siento.


Él se encogió de hombros.


—Es inevitable. Y probablemente sea mejor ahora que más tarde. Sobre todo si hubiera plantado árboles y levantado invernaderos.


Ella lo miró fijamente.


—Ya veo lo que quieres decir.


—Sí. Es estúpido dedicarle mucho trabajo a algo que puede ser vendido en cualquier momento.


—Me doy cuenta —repitió ella, pero no dejaba de pensar en que tenía que hablar con Jeronimo.


—Lo que realmente me preocupa son mis abuelos. Necesitan ayuda. Podrían irse a vivir con mis padres, pero son demasiado orgullosos como para hacerlo. De todas formas, por lo que dice mi abuela, estarían muy bien en una residencia, ya que algunos de sus amigos están ya allí. Mañana me pondré en contacto con un agente de la propiedad.


Y ella tendría que ponerse en contacto con Jeronimo.


—Ahora será mejor que vaya a echar un vistazo a mis rosas. ¿Por qué no vas con la abuela?


—No, te ayudaré.


Pau se sorprendió ante lo grande que era el campo de rosas.


—Hay diferentes variedades —le explicó él—. Todavía no tengo el invernadero para que crezcan durante todo el año, pero es de aquí de donde saco los principales beneficios durante los meses de verano.


Ella se percató de un pequeño campo de rosas que estaba a alguna distancia de los demás.


—¿Por qué esas están separadas?


—Estoy haciendo un experimento —dijo él y frunció el ceño antes de continuar—. Espero poder terminarlo antes de que vendan la granja.


—¿Qué puedo hacer yo?


Pedro dejó sus herramientas en el suelo y la tomó de las manos.


—Son hermosas —dijo mirándoselas durante un largo instante—. Y quiero que sigan así.


Luego se las besó y añadió:
—Así que. ¿Por qué no te quedas por aquí y me haces compañía mientras yo trabajo?


Ella deseaba ser una buena compañía y sacó a relucir todas las anécdotas que pudo recordar y que le pudieran alegrar el trabajo. Mientras tanto se dedicó a observarlo, fascinada por la precisión con que trabajaba.


Cuando llegó el momento, fueron a cenar a la casa. Fue una cena simple, pero deliciosa y nadie habló de ventas ni de enfermedades.


Después de cenar, cuando Pedro fue a cargar la furgoneta, Pau lo siguió.


—Será mejor que me dejes a mí hacer esto —dijo él—. Algunas de estas macetas son pesadas.


—Tonterías —dijo ella y se puso a trabajar a su lado.


—Voy a tener que envolver algunas —dijo Pedro cuando tuvieron medio llena la furgoneta—. A los de la floristería les gusta hacerlo, pero los de las demás tiendas a las que se las llevo quieren tenerlas ya listas.


—No me parece que se te dé muy bien empaquetar —le dijo ella cuando lo vio pelearse con el papel de colores—. Yo me ocuparé de ello.


Mientras trabajaban, se dio cuenta de que hacían un buen equipo, ella embalando y él cargando los paquetes.


—No te conozco desde hace mucho, Pedro Alfonso —le dijo Pau cuando terminaron—. Pero este domingo he averiguado por lo menos una cosa de ti.



—¿Cuál?


—Nunca paras de trabajar.


Pau vio como su mirada reflejaba la risa.


—Ya veo —respondió él—. Y yo he descubierto también algo sobre ti.


—¿Qué?


Pau contuvo la respiración. ¿Qué pensaba Pedro de ella?


—Que eres la compañera más trabajadora, encantadora, y alegre que uno pueda tener.


—Vaya, gracias, señor.



—Y me gustaría que supieras más de mí.


—¿Oh? ¿Qué?


—Esto.


Fue entonces cuando él la besó. Y allí mismo, en ese establo un fuego ardiente la recorrió por dentro. Un fuego apasionado y ansioso que no parecía que se pudiera apagar nunca. Una llama deslumbrante de deseo. Pero había algo más que pasión en esos fuertes brazos que la rodeaban, más que deseo. Había un mensaje, un conocimiento cálido y seguro. Había llegado a casa… A algo maravilloso.


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