jueves, 4 de enero de 2018

EN LA RIQUEZA Y EN LA POBREZA: CAPITULO 5






Pau no podía dormir. Estaba demasiado agitada y seguía dándole vueltas a la velada más excitante que había pasado desde hacía años.


Se rió de sí misma. ¿Qué tenía de excitante estar sentada en un restaurante abarrotado luchando con un plato lleno de espagueti?


Sólo charlar. Habían estado charlando todo el rato y en el camino de vuelta hasta la casa, donde él la había acompañado a la puerta. Protector y cortés. Demasiado cortés. No la había besado.


¿Por las luces del exterior? ¿Porque no había querido?


Se sentía como si la hubiera besado. Viva, tanto como después de una noche de hacer el amor.


¿Era porque él le había preguntado cuándo la podía volver a ver? Demonios, todos los hombres con los que había salido le habían preguntado eso mismo. ¿Por qué era diferente Pedro Alfonso? ¿Por qué había querido gritarle que al día siguiente, al otro, en cualquier momento. En cualquier parte. 


Le había dicho que no llamara a la casa porque no estaba segura de lo que le diría la señora Cook. Había pensado hablar con ella. Se conocían desde hacía mucho tiempo y siempre se habían llevado muy bien, pero también le era leal a su padre. Durante el episodio de Gaston nunca había sabido de qué lado estaba. Mejor era no confiar en ella.


¿Confiar? Cielo Santo, aquello no era una conspiración ni nada por el estilo. Iba a contarle a Pedro todo sobre sí misma, ¿no?


¿Cuándo?


Pronto.


¿Cómo de pronto?


Cuando se conocieran mejor. Bueno, cuando no importara.


¿Importaba ahora?


Para ella sí. Porque le gustaba a Pedro. Le gustaba ella, no lo que era ni lo que tenía.


De cualquier manera, él le gustaba a ella. Tanto que no pudo soportar verlo marcharse sin saber cuándo lo iba a volver a ver.


Así que había sido ella la que dijo:
—¿Qué vas a hacer mañana por la noche?


Luego deseó morderse la lengua porque él pareció muy sorprendido. Y ella también. Normalmente era su acompañante quien estaba ansioso por salir con ella.


—Tengo clase —dijo él—. Me he saltado la de esta noche y no me puedo permitir perderme muchas. ¿Qué te parece el domingo?


—Muy bien —dijo ella decepcionada al darse cuenta de que faltaban cuatro días—. Podemos ir de excursión. Yo haré el almuerzo.


Pedro pareció avergonzado.


—Me refería al domingo por la noche. Ya ves, el domingo es mi único día libre y el único que tengo para trabajar en la granja.


—No estabas de broma, ¿verdad?


—¿En qué?


—En que no tienes tiempo para salir.


—No hasta que te he conocido —dijo él con tanto énfasis que a ella se le cortó la respiración.


¡Aquello significaba que le gustaba de verdad!


—¿El domingo por la noche? Podríamos ir al cine y luego a bailar. A donde tú quieras.


—Me has dicho que trabajas en la granja. ¿Qué haces ahí todo el día?


—Muchas cosas. Y, bueno, ahora tengo listas varias lilas para la Muestra de Primavera. Tengo que prepararlas para mandarlas el lunes.


—¿Necesitas ayuda?


—Ahora eres tú la que estás bromeando.


—No, no lo estoy. Yo te puedo ayudar a plantar cosas… lo que sea. Además, quiero ver el jardín de rocas de tu abuela.


Él se quedó un momento en silencio y Pau no supo lo que estaba pensando. Suspiró aliviada cuando dijo por fin:
—No sabes en lo que te estás metiendo. Pero… de acuerdo. ¡Trato hecho!


Y ahora ella estaba tan excitada que no de podía dormir. Se levantó de la cama y se acercó a la ventana. ¿Cómo iba a poder esperar hasta el domingo?


E iba a tener que confiar en la señora Cook. No había otra manera de que pudiera explicar que la iban a recoger en una furgoneta el domingo temprano por la mañana.



****

—¡Maldita sea! Conseguiste el coche, ¿no? Dijiste que prepararías el terreno y…


Pedro apartó el teléfono del oído, pero la voz de Leandro le llegaba aún alta y clara.


—No te dije que lo fuera a hacer este fin de semana.


—Dijiste que cuando yo estuviera listo. Y lo estoy.


—Oh, vamos, Leandro. Tengo una cita… O algo así.


—¿Qué quieres decir con algo así?


—¿Otra cita, Pedro? —intervino Rosa.


—Ah, hola, Rosi. No sabía que estabas también al aparato.


—Hola. Acabo de descolgar para llamar a mamá y os he 
oído discutir. Vaya, Pedro, tuviste una cita la otra noche. ¿Y otra hoy? Eso está bien. Hace meses que no sales con ninguna chica. ¿Es la misma o…?


—¿Quieres dejar el teléfono, Rosi? Este cerdo está tratando de escaquearse del trato que hicimos. ¡Ya lo has oído! ¡Dice que…!


—De acuerdo, de acuerdo. Mañana. Temprano.


Luego Pedro colgó el teléfono. No tardaría más de media hora con la pequeña huerta de Pedro. Con todo, iba a perder tres horas de trabajo en la granja, ya que no le parecía bien despertar a Pau al amanecer. A pesar de todo, estaba tremendamente excitado por la perspectiva de estar todo el día con Paula.


Aunque seguía teniendo la impresión de que ella no encajaba en su furgoneta.




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