sábado, 28 de enero de 2017
LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 7
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Paula al ver que la mesa de su jefe estaba ocupada por Pedro—. Ésta es la oficina de Martin.
Las oficinas Chavesco solían estar vacías a aquellas horas de un lunes por la mañana y, desde luego, no esperaba ver a Pedro allí.
—Creo que el estimado director de Recursos Humanos está en una conferencia en Sydney esta semana —contestó Pedro sin apartar su mirada del montón de papeles que estaba estudiando—. Y cuando regrese, se irá por baja de paternidad. Los obreros tienen que remodelar el despacho del décimo piso donde voy a trabajar, por lo que estaré aquí de momento.
Paula no lo quería allí, pero se mordió los labios y no lo dijo.
Sólo lo separaba de su oficina el espacio ocupado por Cynthia, la secretaria que Martin y ella compartían. Pedro estaba demasiado cerca.
—No puedes trabajar aquí —dijo ella y él levantó la cabeza.
—Seguramente no habrá problema —dijo él con voz impaciente.
Paula bajó la vista y se mostró inquieta. ¿Por qué se sentía tan abrumada?
Pedro tomó un sobre y la observó. Movida por la curiosidad, Paula se acercó a él.
—Quiero mostrarte algo. Ábrelo —dijo él y sus dedos se rozaron.
Paula lo abrió. Su respiración se detuvo al observar la foto y los cortes que había en el lugar de su rostro.
—Creo que alguien quiere hacerte daño.
Paula no sabía qué decir.
—Esto es por lo que Pascal y tu padre están preocupados y por lo que yo estoy en esta oficina —dijo Pedro señalando la foto masacrada.
Ella tragó saliva.
—¿Por qué tú?
—Porque rechazaste tener un guardaespaldas.
—No quiero que seas...
—¿Por qué no?
—Porque... —comenzó ella, pero no supo encontrar las palabras adecuadas.
No lo quería cerca de ella a todas horas del día y de la noche. Especialmente ahora que sabía que Pedro ya no estaba casado y que no era culpable de aquella terrible traición a su hermana. ¿En qué estaba pensando Catalina para hacer tal acusación? No podría hablar con su hermana hasta que regresara de la luna de miel. Quería mirarla a los ojos y ver su expresión para saber si le decía la verdad.
Pero en el fondo de su corazón, creía a Pedro. No había otra explicación para su ira y para las extrañas palabras de su hermana en el teléfono y que ahora tenían sentido.
Los Chaves, en efecto, habían traicionado a Pedro. Pero a pesar de sentir lástima por él, no lo quería cerca de ella todo el día.
—No necesito un protector —dijo ella, observándolo.
—Yo diría que esa foto es la prueba de que sí lo necesitas —dijo él reclinándose en el sillón—. Pero lo tendrás como quieras. Si no quieres un guardaespaldas, me tienes a mí.
—No te quiero aquí. No confío en ti —dijo ella ruborizándose.
Él se quedó pálido.
¿Acaso se refería a...?
—No. No por esa razón. No confío en ti porque buscas venganza. ¿De veras crees que voy a ser tan estúpida como para proporcionarte modos de acrecentarla? —dijo ella.
—¿Acaso me culpas? —dijo él con la mirada perdida—. Necesito el puesto en el consejo de Chavesco —añadió tras unos segundos de silencio.
Paula sintió que su corazón se encogía. Aquel hombre había perdido muchas cosas por culpa de su familia.
—Ese puesto en el consejo me dará la oportunidad de volver a comenzar y recuperar mi reputación. Una vez que tu padre me nombre director ejecutivo, no hará falta que me dé la compensación económica que me ha ofrecido —dijo Pedro.
—Pobre Manuel, qué sorpresa le espera. Pero a ti también. Mi padre no va a dejar que le digas lo que tiene que hacer —dijo ella sonriendo tristemente.
—Sí que lo hará, princesa. Puedo hacer lo que quiera —dijo él con una mirada totalmente inexpresiva.
Ella lo miró incrédula y se percató de que estaba hablando en serio. Pedro extendió su mano para tomar la foto y la guardó de nuevo en el sobre.
—Sólo recuerda que no soy tu guardaespaldas. Tienes que tener cuidado. Tengo un trabajo que me llevará tiempo y atención. Trataré de mantenerte a la vista porque Pascal y tu padre están preocupados por tu seguridad. De esta forma mata dos pájaros de un tiro. Me deja comenzar en Chavesco sin tener que darle salida a Manuel aún y asustar a ese loco al mismo tiempo. Así de simple —dijo él.
—¿Crees que lo asustarás? —preguntó ella.
—Bueno, tu padre y Pascal están seguros de que doy miedo —respondió él.
Paula observó la triste sonrisa que cruzaba aquel rostro, el cuerpo alto y fornido, y no se sorprendió. También la asustaba a ella.
Alfonso era peligroso. Mucho más peligroso que cualquier matón. Y su padre y Arturo le estaban confiando su seguridad.
Paula suspiró.
—Está bien. Puedes quedarte. Tampoco tengo otra opción —dijo finalmente.
La tensión en los hombros de Pedro cedió un poco.
—Te llevaré a casa. Y desde mañana te recogeré de la casa de tus padres todos los días.
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