jueves, 7 de diciembre de 2017

PRINCIPIANTE: CAPITULO 6





Pedro removió la taza de café con la cuchara. No había puesto azúcar, pero así tenía algo que hacer mientras esperaba a su contacto en la mesa del café Bookstore, unas cuantas manzanas al oeste del campus universitario.


Un hombre delgado, de pelo negro brillante y ojos marrones, se sentó enfrente de él poco después.


—¿Cómo te va por la universidad? ¿Has suspendido ya algún examen?


Pedro levantó la vista y sonrió a A.J. Rodríguez.


—Me va lo bastante bien como para conservar mi autoestima, pero no tanto como para que puedan rechazarme los juerguistas de la clase.


A.J. tomó un sorbo del capuchino que había llevado consigo.


—¿Te han invitado ya a alguna fiesta?


—Sí. Esta noche tengo una. Me han dicho que, si me paso por la habitación de atrás, podré conseguir algo más que cerveza.


Su compañero asintió.


—Bien. Recuerda, al principio no entres muy fuerte. Averigua quiénes son tus amigos. Si ves algo de anfetamina, quédate sólo con la persona que la tiene y procura ver si es para el consumo privado o si la vende.


Pedro se encogió de hombros.


—Haré mi trabajo. Sé que el teniente Cutler espera que meta la pata para negarme el ascenso, pero creo que me he ganado ya esa placa de inspector y no tengo intención de darle ese gusto.


A.J. levantó una mano en un gesto de rendición.


—Cutler es duro con todo el mundo. Y seguir las normas a rajatabla no es malo.


—Tú tienes las tuyas propias y eres inspector.


A J. sonrió.


—Porque yo soy un hispano guapo y la comisaría tiene que cumplir su cuota de trabajadores de minorías.


Pedro sabía que no era cierto, pero le siguió la broma.


—¿Quieres decir que si fueras rubio, de ojos azules y primo del capitán, seguirías en la calle?


—Si fuera rubio y tuviera ojos azules, en las calles donde yo estaba me habrían destrozado —A.J. tomó otro sorbo de café—. No acepté ser tu contacto sólo porque me lo ordenara Cutler. Respondo de ti ante tu hermano.


—Mauro ya no es policía.


—Eso no lo sabes.


—Mauro se fue del Cuerpo hace dos años. Ahora trabaja en seguridad privada.


—Si tú lo dices.


Pedro lo miró.


—¿Hay algo que quieras decirme? —preguntó.


A.J. terminó su capuchino y se limpió la espuma de los labios con una servilleta de papel.


—Lo que Mauro haga ahora es asunto suyo, pero fue mi compañero durante ocho años y, si tú quieres ocupar su puesto, es natural que yo quiera cuidarte.


—Yo no quiero ocupar el lugar de nadie —protestó Pedro—. Quiero hacerme uno propio.


A.J. asintió con la cabeza.


—Perdona. Cutler puede ser un hijo de perra, pero es justo. Si limpias la universidad de anfeta, te dará el ascenso —le pasó un trozo de papel—. En este número puedes localizarme a cualquier hora. Es una línea segura.


—De acuerdo. Si necesito apoyo, te llamaré


—Más te vale. No quiero tener que contarle a nadie de tu familia que te ha pasado algo —A.J. se puso en pie—. ¿Algún mensaje personal que quieras enviar?


Pedro pensó un momento.


—Saluda a mamá y dile que estoy bien.


—¿Dónde cree ella que estás?



—Le dije que iba a un seminario a Jefferson City.


A.J. Rodríguez le puso una mano en el hombro.


—Ten cuidado. En este tipo de trabajo no te puedes despistar. Las distracciones no son buenas.


—De acuerdo —suspiró Pedro.


Cuando se quedó solo, volvió a remover su café e intentó no comparar su color con el del pelo de Paula Chaves. 


Después de todo, no podía ser muy difícil evitar la distracción de la profesora. Sólo tenía que pensar en el padre desconocido del niño. El hombre que tenía derecho a tomarla en sus brazos y consolarla.




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