miércoles, 27 de diciembre de 2017

LA VIDA QUE NO SOÑE: CAPITULO 30





Santy se despertó con un ruido extraño.


Abrió los ojos de par en par, esforzándose por ver en la oscuridad. El corazón le repiqueteaba en el pecho. 


Respiraba demasiado rápido, como si acabase de dar una vuelta entera a la pista de atletismo del colegio.


Escuchó el extraño chu-chu-chu. Entonces recordó que estaban en un tren y cerró los ojos.


Estaba acostumbrado a despertarse con miedo y oír ruidos que al principio no entendía, para luego comprender que eran cosas horribles que preferiría no haber escuchado. Y anhelaba poder simular que no eran más que un mal sueño.


Pero su madre había dicho que iban a empezar una nueva vida en otro sitio.


Se preguntó si funcionaría esa vez. O si acabarían volviendo, como las otras.


En la oscuridad, su corazón se fue tranquilizando. Santy deseaba que su familia fuera como las demás. Quería un padre que pensase que las cosas que hacía eran importantes. Bobby, su amigo, tenía una familia así. Bobby hablaba de su papá todo el tiempo. De cómo lo llevaba a pescar el fin de semana. O a esquiar en invierno.


A veces, Santy se preguntaba qué había hecho mal. Durante mucho tiempo había intentado ser perfecto. Hacer todo exactamente como debía. Pero no creía que su papá se hubiera dado cuenta. Y no por eso se enfadaba menos con él.


Sabía que su padre estaba más enfadado con mamá. Pero no recordaba que le hubiera dicho, ni una sola vez, que había hecho algo bien. Ni le sonreía.


Santy había querido a su papá. Pensaba que era una especie de héroe. La gente lo miraba con respeto. Y él había creído que era porque tenía éxito y era listo.


Pero ya había comprendido que era una de esas personas que consiguen lo que quieren, sin importarles la manera.


Santy no quería ser así nunca.


Asomó la cabeza por el borde de la cama, para asegurarse de que su madre dormía abajo. Después volvió a acomodarse en la litera, mirando al techo. Ahora que sabía dónde estaba, el ruido del tren era agradable. El rítmico chu-chu hacía que sus ojos se cerraran. Quería dormir, pero le daba miedo despernarse después y descubrir que todo era un sueño. Que en realidad no iban un sitio distinto, a empezar una nueva vida.


Una nueva vida. Esas palabras le hacían feliz. La esperanza que había intentado controlar desde que su madre y él salieron de la casa le llenó el pecho.


No quería ver a su padre nunca más.



***


Cambiaron de tren en Roma.


Esa vez iban en un vagón de pasajeros normal. Santy estaba sentado junto a la ventana y la excitación que reflejaba su carita desbordaba el amor que sentía Paula por él. Ya percibía la diferencia en él, en ese corazón joven dispuesto a aceptar que la vida podía cambiar tan rápido, que lo malo se podía dejar atrás. Rezó para no fallarle.


—Mira, mamá —dijo—. ¿Puedes decirme qué árboles son ésos?


—Olivos.


—Parecen muy viejos.


—Supongo que lo son. Pronto les saldrán hojas de un verde plateado muy bonito.


El tren redujo la velocidad cuando faltaban unos minutos para llegar a su destino. A Paula se le contrajo el estómago, como cada vez que llegaban a un sitio e imaginaba a Jorge esperando para llevarlos de vuelta a rastras. Por fin, el tren llegó a la estación.


—Firenze —anunció el revisor. Las puertas se abrieron.


—¿Hemos llegado, mamá? 


—Sí, cariño, ya estamos aquí.


Vio en la expresión de Santy que esas palabras significaban tanto para él como para ella.







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