martes, 26 de diciembre de 2017

LA VIDA QUE NO SOÑE: CAPITULO 29




El avión inició el descenso hacia el aeropuerto de Heathrow a las siete de la mañana del sábado.


Como viajaban con pasaportes reales, Paula había recibido instrucciones que primero los llevarían a Zurich. Desde allí seguirían en tren, cambiando varias veces, hasta finalizar en Italia. En Europa debía pagar todo con dinero en metálico, para no dejar un rastro de compras con tarjetas de crédito que pusiera a alguien sobre su pista.


Santy estaba sentado en el asiento de la ventanilla. Paula, a su lado, le daba la mano.


—¿Eso es Londres, mamá?


—Aja. Es difícil verlo con tanta niebla, ¿verdad?


—¿Siempre es así?


—No, no siempre.


—¿Es aquí donde vamos a quedarnos?


—Sólo unas horas.


—¿Y después tendremos que volver a casa?


—No, cariño —le acarició la carita—. Después tomaremos otro avión.


—¿Vamos a vivir en un sitio distinto?


—Sí, muy distinto —habían practicado el juego casi todo el camino. Santy le hacía las mismas preguntas de distinta manera, como si no pudiera creer que le decía la verdad. Y no podía culparlo. Ya lo había intentado antes y había fracasado.


—Suena muy bien —Santy la miró.


Ver su sonrisa triste e incrédula hizo que le doliera el corazón.



***


Tenían seis horas de espera en Heathrow. Paula casi estaba enferma de nerviosismo. La idea de comer le daba náuseas, pero Santy necesitaba hacerlo. En el aeropuerto había una inmensa zona comercial con un McDonald's, el favorito de Santy.


—¿Estás segura, mama? —preguntó el niño, con !a frente arrugada de preocupación.


Jorge le había prohibido que lo llevara a McDonald's o a cualquier otro restaurante de comida rápida. Paula sospechaba que más por negarle a Santy algo de lo que disfrutaba, que por evitar que comiera cosas que podrían no ser buenas para él.


—Más que segura. De hecho, apuesto a que soy capaz de comer más patatas fritas que tú.


—Apuesto a que no —rió él.


Paula sintió un alivio tan intenso cuando por fin embarcaron a la una de la tarde, que se sintió agotada. Santy ya estaba dormido, con la cabeza apoyada en su hombro. Ella se recostó, cerró los ojos y rezó en silencio: «Por favor, Dios, acompáñanos. Guíanos hasta este nuevo hogar. Por favor no permitas que vuelva a decepcionar a mi hijo».


La lógica le decía que no se preocupase. Incluso si Ramiro había llamado a Jorge para decirle que Paula no estaba en casa, poco podría hacer desde la República Dominicana. Le llevaba ventaja.


Pero hasta que no aterrizaron en Suiza tres horas después, recogieron el equipaje y subieron al tren, Paula no permitió que se encendiera en su alma la más mínima llamita de esperanza. Pero de pronto surgió como los narcisos que alzan la cabeza tras una nevada de primavera, insistiendo en vivir.


Había hecho un esfuerzo por aparentar seguridad y confianza en su plan delante de Santy. Llevaba cinco meses reuniendo tanto dinero como podía, definiendo cada paso de su huida y revisando una y otra vez cada punto débil, buscando cualquier cosa que pudiera provocar el fracaso.


Desde que habían salido de la casa, Santy no había preguntado ni una sola vez por qué. Eso, por sí solo, era bastante para convencerla de que había hecho lo correcto. 


De que debería haber conseguido hacerlo antes.



***


El viaje se hizo más pesado con cada cambio de tren. 


Santy estaba agotado. Paula lo percibía en sus hombros caídos, en la pesadez de sus ojos. Pero él no se quejó en ningún momento. Eso incrementó aún más su deseo de protegerlo, le dio fuerzas para seguir, aunque ella misma estaba a punto de derrumbarse de cansancio.


En Innsbruck, Austria, cambiaron de tren otra vez. El viaje hasta Roma era lo bastante largo para permitirles dormir un poco. Paula había comprado billetes de coche-cama y vio el alivio de Santy cuando entraron a un compartimiento donde los esperaba una cama-litera.


—¿Arriba o abajo? —le preguntó, sonriente.


—¿Puedo quedarme la de arriba?


—Desde luego que sí —sacó su pijama de la maleta y lo ayudó a desvestirse. Él subió por la estrecha escalerilla. Lo arropó y besó su mejilla—. Te quiero.


Pero el niño ya tenía los ojos cerrados y estaba profundamente dormido.



****

Paula no se molestó en desvestirse. Se tumbó y se durmió tan rápidamente como había hecho Santy. El agotamiento la rindió por fin.


Despertó con la horrible sensación de que algo iba mal. Se sentó de golpe, con el corazón tan acelerado que sintió un mareo. La luz se filtraba entre la cortina, anunciando el amanecer.


Miró a su alrededor, frenética. Se levantó a mirar a Santy.


Estaba dormido. Comprobó el cerrojo de la puerta y miró dentro del diminuto cuarto de baño. Todo estaba bien. 


Estaban a salvo.


Paula abrió el grifo, mojó una toalla y la sujetó contra su rostro. La asaltó la pregunta de si sería así durante el resto de su vida. El terror acechando detrás de cada puerta.


No podía hacerle eso a Santy. Iban a empezar de nuevo. 


Viviría como si el pasado no existiera. No miraría hacia atrás. 

Porque en otro caso no conseguiría que Santy creyese que estaba a salvo. Que vivirían para siempre en paz.


Pensó en todas las cosas que habían dejado atrás. Sus padres. Los amigos de Santy. Su colegio, las cosas que le habían proporcionado cierta estabilidad en su corta vida.


Y pensó en Pedro. En esos minutos en el parque cuando él la había besado y le había hecho desear algo para sí misma.


Dejó la toalla y miró su reflejo en el espejo. Tocó sus labios, recordando la sensación de su boca en la de ella.


Esos sentimientos ya no tenían cabida en su vida. Pedro no podía haberlo sabido. Simplemente había elegido a la mujer errónea. Lo que había existido entre ellos nunca había pasado la etapa de posibilidad, pero eso también lo había dejado atrás.




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