martes, 26 de diciembre de 2017

LA VIDA QUE NO SOÑE: CAPITULO 27




Regreso a Buckhead como en una nube. Conducía demasiado deprisa. Sabía que era una imprudencia, pero necesitaba poner distancia entre ella y lo ocurrido en el parque con Pedro. Debía de haber perdido la cabeza. Había ido allí para decirle sin tapujos que la dejara en paz, ardiendo de cólera. No estaba segura de lo que había esperado, pero sin duda no era al hombre que encontró allí.


No estaba preparada para su bondad. Ni para su beso. Por primera vez en mucho tiempo, pensó en sí misma. En sus propias necesidades y en lo maravilloso que había sido ese beso.


Se llevó la mano a la boca. La sensación seguía allí, se había asentado, despertando algo que llevaba demasiado tiempo helado.


En los últimos años, había habido momentos en los que creía haberse convertido en un robot emocional, que sólo soportaba el día a día porque nunca se permitía el lujo de analizar sus deseos y necesidades. Había permitido que se apagaran, como la luz de una vela que llegara al final de la mecha.


Sin embargo, no podía negar que él había socavado la armadura que había construido a su alrededor, y la emoción, inesperada y bella, se había filtrado al interior.


Durante un momento, había reconocido su existencia, había dejado que fluyera por ella, cálida y real. Imaginó ser una mujer distinta, que pudiera responder a esas emociones, admitir la atracción.


Pero nunca pasaría de ser algo imaginario. No volvería a ocurrir. Porque ya nunca volvería a verlo.



****


Cuando Audrey se marchó, Pedro regresó a su coche, dejó que Lola subiera al asiento del pasajero y luego se sentó ante el volante, pensando en las personas a las que había fallado a lo largo de su vida: Mary Ellen Moore. Sus padres. Su hermana.


Se preguntó si era eso lo que lo empujaba hacia Paula Chaves. La oportunidad de redimirse. La oportunidad de solventar al menos una de las maldades del mundo en el que vivía.


Era posible, en cierto nivel.


Pero había más. Estaría mintiéndose a sí mismo si dijera lo contrario.


Sentía una docena de cosas distintas cuando la miraba. Por debajo de las capas de compasión y miedo por su seguridad, afloraba algo que nunca había sentido antes. Un lío de emociones que lo llevaba a desear haberla conocido mucho tiempo atrás.


Otra mujer. Otra vida. Ésas habían sido sus palabras. ¿Era ésa su respuesta definitiva?


Giró la llave y puso el coche en marcha.


Tal vez debería serlo.


Pero, de alguna manera, supo que no lo sería.



****


No había nada que distinguiera la mañana de ese viernes de cualquier otra mañana en la que Jorge partiera en viaje de negocios, usualmente para ver alguna propiedad que le interesaba adquirir. Paula no le preguntó por qué iba a República Dominicana. No le importaba el por qué. Sólo que se iba.


Su despertador sonó a las cuatro y Paula se quedó en la cama, escuchando el sonido de la ducha, con los ojos muy abiertos y el corazón latiendo a toda velocidad. No había dormido en toda la noche, pendiente de cada respiración, contando los segundos que faltaban para que llegase la hora.


El vuelo salía a las siete de la mañana y Jorge odiaba llegar tarde. Saldría de casa a las cinco menos cuarto, concediéndose tiempo suficiente para superar cualquier imprevisto.


La luz del baño se apagó. Él cruzó el dormitorio y se acercó a la cama.


—¿Paula?


—¿Humm? —alzó la cabeza y parpadeó como si acabara de despertarla.


—Me marcho.


—De acuerdo.


—Le he pedido a Ramiro que pase todos los días a ver cómo estáis Santiago y tú. Tiene mis números de teléfono, por si necesita ponerse en contacto conmigo.


Paula captó la amenaza velada que escondían sus palabras.


—No es necesario que lo haga —respondió, como si Jorge lo hubiera planificado con el cariño y preocupación normales en un marido que iba a dejar a su mujer sola cinco días.


—He dejado mi itinerario encima de la mesa de la cocina. Excepto hoy y el martes, podrás localizarme en los teléfonos que he apuntado.


Ella asintió, no se atrevía a hablar, por si algo en su voz provocaba sus sospechas y le hacía cambiar de idea respecto al viaje. Eso era impensable.


—Te veré el martes —la besó en la frente.


—De acuerdo —ella se arrebujó, como si pretendiera seguir durmiendo.


Él salió del dormitorio y ella se quedó tumbada en la oscuridad, escuchando el sonido de la puerta del garaje, del coche saliendo y alejándose.


Se obligó a permanecer en la cama cuarenta y cinco minutos más, por si acaso él regresaba a por algo. Cada minuto le pareció una semana. Esperó hasta que el despertador marcó las cinco y media. Entonces se levantó y empezó a hacer el equipaje.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario