sábado, 2 de diciembre de 2017

COMPROMISO EN PRIMERA PLANA: CAPITULO 24





—Tengo que deciros una cosa, pero no quiero que os enfadéis.


Paula y sus amigas estaban en el salón de belleza, las tres con los pies metidos en agua jabonosa, a punto de recibir una de esas nuevas pedicuras a base de chocolate y parafina. Como Amanda llevaba un mes trabajando diligentemente en el aniversario de la construcción del histórico edificio del 721 de Park Avenue, la alta rubia sabía lo que iba a decir. Julia, por otro lado, había estado en las Bermudas con su nuevo marido y no sabía lo que había ocurrido en la vida de Paula durante las últimas semanas.


—¿Tiene algo que ver con que no me hayas devuelto ningún correo mientras estaba de viaje?


—Algo así.


—Por cierto, Jules, no puedo creer que tuvieras tiempo de escribirle a nadie —intervino Amanda, mirando tonos de laca de uñas—. Estabas de luna de miel, mujer.


—¿Y qué?


—Deberías haber estado haciendo… las cosas que se hacen durante la luna de miel.


—Mi tripita empieza a ser una molestia —suspiró su amiga.


—¿Y no podéis hacerlo por de…?


—¡Amanda! —Julia soltó una carcajada.


Paula no podía soportarlo más y respirando profundamente, soltó su secreto:
—Me he casado con Pedro Alfonso.


Las dos mujeres olvidaron su conversación para mirarla; Amanda sonriendo porque ya lo sabía, Julia como si le hubiera crecido otra cabeza.


—¿Perdona? ¿Qué has dicho?


—Que me he casado con Pedro, mi vecino.


—¿Por qué? —preguntó Jules, atónita.


—Me he enamorado de él.


—¿Cuándo te has enamorado de él?


Paula dejó escapar un suspiro. Había esperado un interrogatorio, claro, sobre todo por parte de Julia, pero sabia que lo hacía con cariño. El problema era que no quería compartir los detalles de su matrimonio. Primero, porque la razón era vergonzante y, segundo, porque entonces tendría que admitir que no se había casado por amor… y era muy doloroso admitir eso.


Nadie tenía por qué saber cómo había empezado su matrimonio, sólo como era ahora.


—Mira, sé que suena absurdo, pero así fue. Me enamoré de Pedro.


Ahora estaba enamorada de él y eso era lo único que importaba.


Sí, era cierto, pensó, sintiendo un calorcito por dentro. 


Estaba enamorada de su marido.


—¡Con Pedro Alfonso!


—Esperaba que me dierais la enhorabuena —se lamentó Paula—. No porque seamos amigas, sino porque… ¡yo invito a esta sesión de pedicura!


Julia se arrellanó en el sillón, cruzándose de brazos.


—¿Y crees que vas a poder chantajearnos con una pedicura para que no te interroguemos?


—No es sólo una pedicura, también es un masaje —intentó bromear Paula.


—Creo que yo puedo perdonarte, Pau—dijo Amanda.


—Traidora —murmuró Julia.


Las tres se quedaron en silencio durante un rato, disfrutando del masaje, pero su obstinada amiga rompió el silencio:
—¿Y qué tal la vida de casada?


—La verdad, una agradable sorpresa —sonrió Paula.


Julia levantó sus depiladas cejas.


—Ah, qué definición tan interesante.


—¿Una sorpresa en qué sentido? —preguntó Amanda—. ¿Te deja notitas cariñosas debajo de la almohada o has encontrado un armario lleno de correas y látigos?


—Lo primero, tonta —rió Paula—. Pedro es muy cariñoso, me trata como a una reina. No es lo que yo había esperado.


Aunque se preguntaba qué pensaría él de su matrimonio. 


¿Se sentiría satisfecho? ¿Estaría en algún bar, hablándole a sus amigos de ella?


Seguramente no.


—Imagino que sabrías lo cariñoso que era antes de casarte con él. Supongo que es por eso por lo que te has casado.


—Sí, claro —murmuró ella, nerviosa—. Sólo digo que estoy viendo una cara nueva de Pedro. Como era tan mujeriego cuando nos conocimos, estaba un poco preocupada, la verdad… —Paula se calló para no seguir diciendo incoherencias.


—Ya, lo entiendo —dijo Julia.


—Pero ten cuidado —le advirtió Amanda.


—¿Por qué?


—No cometas el error de pensar que puedes cambiar a un hombre.


—No, eso ya lo sé.


—No quiero deprimirte, te lo juro. Pero es que en mi experiencia…


—¿Qué experiencia es ésa? —la interrumpió Paula, curiosa.
A pesar de ser una persona extrovertida, Amanda nunca les había contado nada de su pasado.


Pero ella se encogió de hombros y apartó la mirada.


—No nací ayer —se limitó a decir.


—A lo mejor Pedro era un tarambana porque estaba esperando a encontrar a la mujer de su vida —sugirió Julia.


—Eso espero —sonrió Paula.


—Por cierto, quiero que quede bien claro que fue idea mía que llamases a su puerta. Me debes a mí haberte casado con él.


—No, de eso nada —la interrumpió Amanda—. Yo también la animé.


—¿Tú? Pero si fue idea mía…


—Bueno, chicas —rió Paula—. Como estamos hablando de mi felicidad, dejad que os dé las gracias a las dos porque, sin ese empujoncito, no estaría hoy aquí… enamorada y feliz.


—De nada, Pau —dijo Amanda.


—Y enhorabuena —suspiró Julia.


—¿Entonces me perdonas por no haber contestado a tus mensajes?


Julia estaba tan entusiasmada con las manos de Jeanne Marie que apenas oyó la pregunta. Con los ojos cerrados, murmuró un:
—¿Eh? Ah, sí, sí, claro.


Paula se volvió para mirar a Amanda y las dos soltaron una carcajada antes de cerrar los ojos para disfrutar de un maravilloso masaje.






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