miércoles, 22 de noviembre de 2017

MI UNICO AMOR: CAPITULO 23






Rebecca entró cuando Paula colgaba la chaqueta de su traje color ciruela. Paula la saludó y agregó:
—Si tienes problemas con el ordenador nuevo, házmelo saber. Haré lo que pueda para localizar la falla.


La otra mujer asintió y Paula notó que estaba pálida y tensa. 


Quizá no se sentía bien o resentía su intrusión en la oficina. 


Después de todo, Paula era ajena.


¿No se lo había hecho ver con toda claridad Pedro? Él no deseaba que ella estuviera ahí y su presencia lo irritaba. 


¿Pensaba él que ella pondría en peligro su relación con Rebecca?


Molesta, se acercó al archivador y tomó unos discos. La hostilidad de Pedro la había irritado y no podía trabajar a gusto al lado de su amiguita.


Se sentó y se alisó la falda antes de conectar el ordenador.


¿Por qué estaba él tan enfadado? ¿Acaso no trató de explicarle que entre ella y Adrian no existía más que amistad y relación de negocios? ¿Por qué, entonces, seguía él descargando su mal humor con ella?


Pedro la había deseado, había deseado a quien fuera, cualquier mujer habría satisfecho su necesidad, pero ella lo rechazó. De seguro eso lo tenía amargado, además de pensar que las dos mujeres quizá podrían estar en conflicto. 


Levantó la vista y se tensó al verlo entrar.


—¿Cuánto tiempo tardarás con eso? —preguntó él.


Paula odió su tono severo y se enfadó consigo por el hecho de que le importara tanto.


—Unas dos o tres horas —respondió. Paula trabajaba con rapidez, la semana anterior había adelantando mucho con el proyecto de Ruben Blake y había comenzado la programación de trabajo para dos de sus nuevos clientes—. Dudo que te perturbe más tiempo que eso.


Él se acercó y se detuvo detrás de ella para mirar la pantalla por encima del hombro femenino; frunció él ceño al ver las cifras proyectadas. ¿Cómo podía él mostrarse tan indiferente? Paula se distraía con su cercanía. Evocó la presión de los labios de Pedro sobre los suyos y las caricias en su carne incitada.


Cuando Pedro se alejó, ella quedó confusa.


Muy inquieta, Rebecca revisaba unos papeles.


—¿Te sientes bien? Estás muy pálida —comentó Pedro y le rodeó los hombros a Rebecca con un brazo.


Paula hizo un esfuerzo por dominar la puñalada de celos que le contrajo los músculos del estómago. Lo único que ella recibía de Pedro eran miradas frías y rechazo contundente.


—¿No crees que deberías irte a casa? —le preguntó Pedro a Rebecca.


—Es sólo una jaqueca —respondió Rebecca—. Dentro de un rato se me habrá pasado.


—Mmm —Pedro se enderezó—. Si estás segura… Toma una aspirina y acuéstate si lo crees necesario. No te preocupes por esas cifras, las revisaré más tarde. Y si puedes trabajar, ocúpate sólo de las cartas más urgentes.


Paula mantuvo la cabeza inclinada y se dijo que a Pedro no le importaba los sentimientos que ella pudiera tener. Sin embargo, miraba a Rebecca como si fuera una planta tierna que necesitaba cuidados.


—Estaré fuera casi toda la mañana —murmuró él—. Sabes dónde encontrarme en caso de que me necesites.


Rebecca asintió y Pedro salió de la oficina para dirigirse al estacionamiento.


Paula oyó el portazo que él le dio al coche y sintió que el nudo interno se apretaba. No le había dirigido ni una palabra, la había descartado de su mente. Ella tuvo razón al recelar de cualquier relación nueva, al tratar de detener la secuencia de que fuera tarde. Los sentimientos de Pedro no habían llegado más profundos que la superficie. De ahora en adelante, Paula se concentraría sólo en el trabajo.


Pasó la siguiente hora haciendo anotaciones mientras procesaba cada disco. El timbre del teléfono la sobresaltó, pues estaba muy concentrada, pero Rebecca contestó y su voz no tardó en mostrar preocupación.


—¿Puedo hacer algo? —le preguntó Paula después de mirar a la secretaria.


—Tengo que salir —respondió Rebecca, después de mordisquearse un labio—. Adrian me pidió que recogiera algunas cosas que olvidó y que se las llevara al hospital.


Rebecca observó algunas cartas que estaban sobre su escritorio.


—No te preocupes, me quedaré y contestaré el teléfono si suena.


Rebecca pareció indecisa y Paula agregó:
—No te preocupes. Cuando me vaya cerraré bien las puertas.


Después de titubear un momento, Rebecca fue por su bolso.


—Imagino que no tardaré —metió las llaves en su bolso—. El hospital no queda lejos.


Después de que la mujer se fue, Paula sacó unos expedientes confidenciales y dos libros de contabilidad. Los colocó sobre el escritorio, abrió su carpeta y sacó su calculadora.



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