miércoles, 22 de noviembre de 2017

MI UNICO AMOR: CAPITULO 22





Paula sabía que tenía sólo un camino para mantener alejados los demonios de la infelicidad y la desolación: Dirigiría todas sus energías hacia el trabajo y trataría de seguir adelante, a pesar del cataclismo que ocurría en su interior.


Estaba conmocionada porque sabía lo que sentía por Pedro, más que nada porque él nunca correspondería a su cariño, era un oportunista que se aprovechaba de las circunstancias que el destino le proporcionaba y ese fin de semana lo había demostrado. Era una amarga ironía, el hecho de que la condenara por amar a un hombre que estaba fuera de su alcance. ¡Qué cerca estaba él de la verdad y qué tan equivocado, a la vez! Pedro era quien se distanciaba de la esfera de Paula como un cometa.


Adrian la llamó desde su oficina cuando ella revisaba su programa de trabajo.


—Tengo que ir al hospital para llevarle algunas cosas a Emma —anunció—. Pedro irá a la planta Brooksby y yo estaré ausente un tiempo. Como tienes que venir a revisar los discos del nuevo programa, ¿podrías ayudar a Becky con el ordenador?


—Por supuesto —aceptó Paula, tranquilizada porque no tendría que soportar una confrontación con Pedro cuando estaba tan lastimada—. No te preocupes por eso. Haré todo lo posible para ayudar. ¿Se siente mejor Emma hoy?


—Le hemorragia se detuvo y los médicos piensan que pueden salvar el embarazo si ella descansa como debe.


—Necesitará que la tranquilices, Adrian —murmuró Paula—. Quédate a su lado todo el tiempo que te permitan, no te preocupes por nada en la oficina. Estoy segura de que Pedro atenderá lo que pueda presentarse.


Aunque Adrian estuvo de acuerdo, era evidente que le resultaba difícil soltar las riendas, tal como lo descubrió Paula cuando llegó a Lynx un poco más tarde y lo encontró ahí.


—Toma la llave del archivador de seguridad donde se guardan los expedientes confidenciales —le dijo—. Los necesitarás para tu programación. Olvidé decírselo a Becky pero no tendrás problema alguno. De cualquier manera, es posible que quieras comenzar con lo rutinario, eso está en los discos que se guardan en la oficina. No están bajo llave.


—¿Lo confidencial está aquí?


Adrian asintió y Paula incorporó la llave a su propio llavero que dejó junto a su bolso. Con suavidad empujó a Adrian hacia la puerta.


—Vete al hospital —sugirió tomándolo del brazo—. Deja de preocuparte por lo que hay aquí. Estoy segura de que Becky puede con el trabajo y yo estaré a la mano por si me necesita. Si vas a ser papá tienes que aprender a relegar responsabilidades. De lo contrario sufrirás un agotamiento físico antes de que cumplas cuarenta años.


—Lo sé y tienes razón —suspiró y le dio un apretoncito en la mano—. Gracias por venir.


Escucharon un sonido sordo cuando Pedro cerró la puerta de una patada. Paula brincó y él la miró ceñudo. Pedro vestía traje formal, azul marino con rayas finas y un chaleco que le daba una apariencia de austeridad. Paula se le quedó mirando con el corazón acelerado.


—Veo que volviste. ¿Qué pasa? ¿No pudiste mantenerte alejada? Quizá deberías asistir a un curso para aprender a rechazar.


—¿Alguna vez te dije que eres el hombre más despreciable que he conocido? —le devolvió la mirada y una tormenta se gestó en el fondo de sus ojos—. Creo que ni siquiera una suscripción vitalicia a una clase de buenos modales mejoraría tu temperamento.


—¿No deberías estar en el hospital? —le preguntó Pedro a Adrian.


—Ya me voy —Adrian observó a ambos con extrañeza—. Le pedí a Paula que esté pendiente del ordenador. Volvió a fallar.


—¿De veras? Creo que deberíamos devolverle porque sigue dándonos muchos problemas. Así Paula no tendrá que estar aquí con tanta frecuencia.


—¿Qué te molesta tanto, Pedro? Si se trata del problema en Barton lo atenderé cuando regrese —replicó Adrian.


—No lo harás —masculló Pedro impaciente—. Yo iré allí después de terminar en Brooksby. Sal de aquí, Adrian, te necesitan en el hospital.


Adrian obedeció y salió deprisa; Pedro observó a Paula con frialdad.


—El ordenador es sólo una excusa —masculló—. No pienses que no lo sé.


—Crees que lo sabes todo —expresó—. Algún día bajarás de tu nube fría y solitaria y te incorporarás al mundo rea!.


—Tú eres la que vive en un paraíso de tontos —hizo una mueca de desprecio—. Ten cuidado de que tus sueños no se conviertan en cenizas dentro de tu boca.


Pedro se dirigió al taller y ella, con la garganta dolorida, lo vio salir. No le sería fácil a Paula trabajar dada la desaprobación de Pedro; resolvería el problema lo antes posible y se iría. No había necesidad de que volvieran a verse.





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