lunes, 6 de noviembre de 2017

HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 4




Pedro estaba dispuesto a marcharse. Pero sólo de momento, hasta que encontrara otra manera de acercarse a ella. No quería amenazarla y tampoco asustarla.


Pero tenía que hacer algo. No podía dejar que las cosas quedaran así. Quizás había sido un abogado durante demasiado tiempo. Quizás, como Paula le había dicho, había sido un Alfonso demasiado tiempo.


—Siento haberte asustado. Sólo vine aquí a ofrecerte mi ayuda. German se gastó hasta el último céntimo en montar su empresa, pero aún debe quedar algo. Me mantendré en contacto contigo —dejó escapar un suspiro y se puso de pie buscando las palabras apropiadas para despedirse de una manera neutral—. Mientras tanto, cuídate hasta que volvamos a vernos.


Dio media vuelta y se marchó. Antes de subirse al coche, volvió a mirarla. Parecía la heroína de una película antigua. 


Ahí sentada en una mecedora, en el porche de una casa desvencijada, con la brisa meciendo su pelo suave y dorado.


Era demasiado hermosa para describirla con palabras.


Pedro arrancó el coche haciendo un esfuerzo por concentrarse en lo que estaba haciendo. Cuando volvió a la carretera principal, recordó que había visto un centro comercial con un gran supermercado. Todo el mundo necesitaba comida, pensó.


¿Y cuál era el viejo dicho? Ahora ella tenía que comer por dos. Si le compraba comida, ayudaría al bebé y también la ayudaría a ella porque no tendría que gastarse el dinero.


Durmió en un motel en la carretera y, por la mañana temprano, entró en un supermercado por primera vez en muchos años. Normalmente, el ama de llaves era la que hacía ese trabajo y mantenía los armarios llenos. Recorrió los pasillos, echando al carrito todo lo que le parecía saludable o útil. Pronto lo llenó, pero había dejado el pasillo más importante para el final. El pasillo de cosas para bebés. 


Fue para allá para recordarse por qué estaba allí. Entonces, un oso de peluche le llamó la atención. Lo agarró y decidió que debía ser demasiado temprano para pensar con claridad: podría haber jurado que la mirada de peluche suplicaba un hogar. Lo devolvió a la estantería; pero no pudo alejarse de él. Recordó que su hermano, en cuanto se había enterado de que el bebé estaba en camino, había empezado a comprar juguetes; él nunca lo habría dejado en el estante, así que lo echó al carro. También eligió una bolsa de regalo y una tarjeta y se dirigió a la salida.


Cuando volvió al coche, repleto de bolsas de comida, escribió una nota para decirle que volvería. Quería decirle algo más, cualquier cosa, ¿pero qué podía decirle para arreglar el lío que había armado el día anterior?


No quería tener que enfrentarse a ella por eso los últimos metros los hizo con el motor apagado. Rápidamente dejó las bolsas en el porche y volvió al coche. Lo arrancó y se marchó antes de que ella pudiera mandar al sheriff tras sus pasos. Cuanto más lejos, mejor.



Sin embargo, cuanto más se alejaba, más pensaba en ella. 


No podía dejarla sola con aquel niño. Especialmente, porque era el hijo de su hermano y, además, su actitud generosa era la que la había metido en aquel lío. Tenía que lograr que aceptara su ayuda.


Ella no quería atarse a su familia y eso podía entenderlo.


Sus padres, tíos y primos habían tratado a German y a Laura con desdén.


Y Laura que, después que haber perdido a sus padres necesitaba el calor familiar, había sufrido mucho con ese desprecio. No le extrañaba que Paula quisiera proteger a su hijo de su familia.


Además, tenía que admitir que él pensaba lo mismo. Por eso no les había dicho nada a sus padres del hijo que había concebido Paula de Gary justo un mes antes de su muerte.




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