domingo, 5 de noviembre de 2017

HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 3




UNA hora después de que Pedro se hubiera ido, Paula oyó la campanilla de un caballo y el traqueteo de la carreta de Izaak Abranson. Dejó el molinillo de café antiguo que había bajado del desván y caminó hacia el porche; ya lo prepararía más tarde.


Saludó a su amigo con la mano.


—Buenos días, Pau —dijo Izaak—. Hoy tengo un poco de tiempo libre y he venido a ver el granero.


Paula bajó los escalones y caminó hacia él. Izaak llevaba los mismos pantalones negros y la misma camisa de siempre.


—¿Entonces os parece bien? —dejó escapar un suspiro pensando que al menos aquello se iba a solucionar.


Izaak asintió.


—Margarita habló con sus padres y les explicó lo del bebé. Nos permiten que sigamos siendo amigos y que trabajemos contigo en tu tienda. No les gusta lo que hace la ciencia, pero han comprendido que no eres una inmoral.


Paula dejó escapar un suspiro de alivio. Tenía miedo de cómo reaccionarían los padres de sus amigos al saber que iba a ser madre soltera.


—Me gustaría que el granero estuviera listo antes de que naciera el bebé.


Izaak dejó escapar un suspiro y meneó la cabeza.


—No deberías tener que mantenerte tú. Ese bebé debería tener un padre que cuidara de él.


—Izaak, sé que Margarita te explicó que era de Laura y German y que yo sería su tía.


Paula conocía a Izaak Abranson desde que era pequeña. La granja de los padres de él lindaba con la de su tío y, mientras había sido un joven guapo y apuesto y la había paseado en su carro, había sido el objeto de sus sueños. Cuando se casó, Paula había sentido una pequeña decepción. 


Después de todo, le había prometido esperar por ella. Pero el corazón de una niña de cinco años se curaba rápidamente con unos cuantos abrazos por parte de Margarita.


Izaak dejó escapar un suspiro.


—Sí, ya sé cómo era. Pero ya no va a ser el bebé de Laura y el padre tampoco estará aquí.


Paula sabía que estaba preocupado y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.


—No. Ninguno de los dos está aquí ya.


Izaak meneó la cabeza.


—He hecho que te pongas triste. Vamos a ver el granero que quieres convertir en tienda.


—Funcionará muy bien, ya lo verás —dijo ella, haciendo un esfuerzo por animarse—. Margarita, tú y yo.


Ella sabía de antigüedades y llevaba coleccionándolas mucho tiempo. También tenía el sitio: un viejo granero. Y madera: la de los otros graneros. Izaak Abranson sabía cómo convertir esa madera en unos muebles preciosos.


Los muebles de madera hechos a mano estaban de moda y Paula e Izaak iban a dedicarse a ello. Y las colchas de Margarita eran simplemente maravillosas. No serían ricos, pero podrían vivir de ello.


Y eso era lo que ella le iba a dar a su hijo. No necesitaba a Pedro Alfonso y sus amenazas.


Casi se había caído redonda cuando lo había visto en el porche, pero logró hacer acopio de valor para enfrentarse a uno de los Alfonso. Haría lo mismo en un juicio si llegara el caso.


No podía creerse el valor que había tenido al decirle que se marchara. Le había costado muy poco y todo había salido muy bien: él se había marchado, con el rabo entre las piernas.


Se había ido, pero ella no lo había olvidado, le dijo una pequeña voz interior, De acuerdo. Le había hecho daño en una ocasión. Podía admitirlo. Ella lo había visto como un príncipe azul sobre un caballo blanco. Se había visto envuelta por los deseos de cuentos de hadas de su hermana. Y se había portado como una tonta.


Laura le había estado hablando maravillas del hermano pequeño de German durante semanas. Era divertido, amable, guapo y muy, muy rico. Se suponía que era perfecto para ella. Y ella se lo había creído. Sobre todo cuando la había recibido con sonrisas y abrazos, haciendo que se sintiera parte de la familia. Y más guapo de lo que ella se hubiera podido imaginar.


Laura y ella iban vestidas iguales por primera vez desde que sus padres murieron. Laura le había comprado ropa, la había llevado a la peluquería y le había regalado maquillaje. La idea había sido de German. Él quería engañar a sus padres, que pensaban que Laura era rica y no una niña pobre del sur de Maryland. Le había asegurado a Paula que para sus padres la procedencia era muy importante.


Paula se había encontrado rara con aquella ropa tan sofisticada. Y todo había salido mal. Laura y German se habían equivocado al ocultar la verdad. Y ella también, al pretender que era otra persona. Se habían equivocado al dejarse llevar por la emoción del juego y olvidarse de que algunos juegos eran peligrosos.


Paula meneó la cabeza para alejar aquellos recuerdos. 


¿Qué estaba haciendo pensando en aquel episodio humillante?


Hacía mucho tiempo y ahora era mucho mayor y mucho más inteligente. Tenía que pensar en el futuro. Y mientras Izaak y ella planeaban las reformas, un futuro prometedor se presentaba ante sus ojos.


Paula estaba en el columpio del viejo castaño. Disfrutando de la brisa del atardecer.


El estómago le crujió y le recordó que era la hora de cenar. 


También le recordó que esa mañana había sentido al bebé por primera vez. Su primera reacción había sido llamar a su hermana, pero entonces recordó que estaba sola.


Completamente sola con toda la responsabilidad de traer una vida preciosa al mundo.


Esa mañana ya había tenido la tentación de llamar a Antonio y decirle que había cambiado de opinión. Casarse con un amigo era mejor que seguir sola. Pero no lo habla llamado. 


Un hombre bueno y generoso como Antonio se merecía a una mujer que lo amara. Ella ya sabía lo que era el amor y su amigo no se merecía menos.


Era curioso que, unas horas más tarde, Pedro, el hombre que le había enseñado tanto sobre los sentimientos, hubiera aparecido en su vida para enseñarle otra verdad. Al amenazarla con llevarse al bebé se había dado cuenta de cuánto lo quería.


Menos mal, que al final el día iba a terminar bien. Izaak con sus hermanos y sus primos convertirían el granero que estaba más cerca de la carretera en una tienda y desmantelaría los otros para conseguir madera.


El sonido de un coche le llamó la atención. Dio la vuelta a la casa y al llegar al porche se quedó petrificada. Parecía que el día no iba a acabar tan bien con había pensado.


Allí estaba Pedro Alfonso.


Paula caminó a su encuentro.


—¿No me creíste cuando te dije que llamaría al sheriff?


—No es eso. Quería hablar las cosas contigo de una manera más amistosa.


—No tenemos nada de lo que hablar.


—Lo siento. Es por mi culpa; hablé demasiado. Todo esto me pilló por sorpresa —dijo él señalando hacia la casa y los otros edificios medio derruidos—. Tienes que admitir que esto es bastante diferente al mundo en el que yo crecí.


Paula miró a su alrededor e intentó verlo todo desde su punto de vista.


Su casa, sin pintar y con los cierres de las ventanas rotos, tenía un aspecto bastante deplorable. Entonces, entendió lo que él debía pensar; pero aquello no era una excusa para amenazarla con quitarle a su hijo.


—Ésta es mi casa. Será la casa de mi hijo. Esto no es Filadelfia. Esto es St. Marys County, Maryland, donde hay mucha gente pobre. Ningún juez va a quitarme a mi hijo porque mi casa necesite una mano de pintura y algunas reparaciones.


—Yo tampoco —dijo él rápidamente—. Siento haberte dicho eso. No había salido a la carretera cuando me di cuenta de mi error. No he venido hasta aquí para amenazarte ni para hacer que te sintieras mal, Paula. He venido a que me des algunas respuestas. Y para ofrecerte ayuda. Ahora que veo tu situación creo que puedes necesitarla.


Pero a ella no la convencía tan fácilmente. Ninguna madre se tomaría ese tipo de amenaza a la ligera, especialmente teniendo en cuenta las cosas que sabía de su familia.


Pero ése no era el motivo por el que le temblaban las piernas y el corazón te retumbaba en el pecho.


Era por él.


Paula no sabía por qué su cercanía la afectaba tanto. Ahora estaba enfadada, pero sentía lo mismo que hacía cinco años cuando lo único que había deseado era sentir sus labios y sus manos sobre ella.


No quería decirle que se marchara y ponerlo en contra de ella y, como necesitaba sentarse, le hizo una señal hacia las mecedoras del porche.


—No quiero tu ayuda, pero voy a darte las respuestas que quieras.


Subió los escalones y tomó asiento.


Pedro la siguió y se sentó enfrente de ella. Se echó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas, y entrelazó los dedos de sus manos finas. Era un hombre increíblemente atractivo.


—Necesito saber por qué me mentiste.


Paula se echó para atrás en el asiento y se cruzó de brazos.


—Te lo dije. No te mentí. Me marché porque no quería hablar con tu familia.


—No me refiero a eso. Estoy hablando de hace cinco años. Casi rompiste mi relación con mi hermano.


Ella pudo sentir su enfado. ¿De verdad había hecho eso? No había sido su intención.


—Nunca te mentí.


—¿Cómo que no? Tú no eres aquella persona. Tú eres la verdadera Paula. La persona a la que yo conocí era sofisticada y nunca se hubiera disgustado porque yo sólo pudiera ofrecerle una noche. No se hubiera sentido dolida porque aquellos momentos robados en la casa de la piscina no indicaran una relación para siempre. La persona a la que yo conocí vivía en el mundo real; no en la parte de atrás con mecedoras y graneros. Era una diseñadora. Tenía planes para abrir una tienda de antigüedades. Era glamorosa y cosmopolita. Aquélla no eras tú.


Paula se dio cuenta por primera vez de que a Pedro también lo había afectado aquella noche.


«Menudo lío preparamos...», pensó ella


—Laura y German decidieron vestirme así. No hubiera sido necesario si a tu familia no le importaran tanto las apariencias y las cuentas bancarias. German no quería que menospreciaran a su mujer por eso se le ocurrió toda aquella charada. Ya había sufrido demasiado.


Pedro se echó para atrás en la silla, asimilando sus palabras, pensando en ella.


—Entiendo por qué lo hicisteis. Son mis padres y los conozco muy bien. Pero German me mintió. Después se puso furioso conmigo por tratarte como la persona que habíais inventado sin molestarse en explicarme que habíais estado jugando a los disfraces.


Ella podía ver el dolor en sus ojos grises.


—Lo que no entiendo —continuó él— es por qué no me lo dijo. Nosotros no teníamos secretos. Yo soy la única persona a la que le contó lo del bebé.


Paula se estremeció en la silla.


—German me dijo que siempre teníais que ocultarles cosas a vuestros padres. Quería evitar que tuvieras que ocultarle esto también. Así era German. Su compromiso con Laura era para toda la vida; si te lo hubiera dicho, te habría obligado a mantener ese secreto todo ese tiempo —dejó escapar un suspiro—. Habíamos planeado todo. Después del nacimiento del bebé, yo diría que me mudaba a una granja que había heredado de un familiar porque me gustaba aquella zona.


—Nunca te habría tocado si hubiera sabido la verdad. Ojalá me lo hubieras dicho.


—Bueno, yo opino lo mismo. Ojalá no me hubieras tocado —soltó ella. Todavía le dolía recordar su imagen en los brazos de otra mujer cuando aún no habían pasado veinticuatro horas desde que había estado con ella.


—No quise hacerte daño —dijo él con calma.


Ella vio en sus ojos que decía la verdad,


—No seas tan engreído. Me puse furiosa, eso es todo —mintió ella.


—Tampoco quise hacer eso —dijo Pedro con solemnidad—. Pero sé que te hice daño. Vi tus lágrimas antes de que te dieras la vuelta. Además German me dijo unas cuantas cosas al respecto —dijo con una sonrisa triste—. Lo siento, debería haber sabido la verdad.


—¿Qué importa la ropa? No creas que soy un ratón de campo solamente porque le doy importancia a la intimidad.


Él asintió.


—Bien. Creo que, considerando las circunstancias actuales, es hora de que enterremos nuestras hachas de guerra.


Ella esperaba no volver a verlo nunca así que no le importaba. Además, prefería que no se marchara siendo su enemigo. Por eso asintió.


Pedro suspiró, claramente aliviado.


—Ahora, sobre la ayuda...


Paula se puso de pie.


—No quiero tu dinero. El dinero viene con ataduras y condiciones y no quiero nada con tu familia.


—Yo no he dicho nada de ataduras ni de condiciones —dijo con suavidad—. Sólo quiero ofrecerte mi ayuda.


—La caridad también tiene sus condiciones, Pedro. Pero hay otras cosas sobre el dinero que no creo que entiendas. El dinero no lo arregla todo en la vida, no compra la confianza ni tampoco hace que se olviden las amenazas. Acepto tus disculpas por la forma en la que me trataste en la boda porque creo que han sido sinceras, pero todavía no he olvidado la amenaza sobre mi hijo. Y no lo haré, el dinero no compra el perdón.






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