domingo, 5 de noviembre de 2017

HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 1





EL cielo estaba llorando. Al menos, eso era lo que pensó Paula Chaves al mirar por la ventana de la capilla. Según ella aquélla era la única explicación para esa lluvia incesante que ya duraba varios días. Una luz se había ido del mundo y éste estaba de luto. La luz era de su hermana gemela Laura y la de su amor German. Los dos se habían ido.


Paula volvió a mirar a los dos ataúdes de madera con los restos de Laura y German. Le alegraba que estuvieron cerrados, así podría recordarlos como la última vez que los había visto: felices, preparando la habitación para el bebé. 


Se llevó una mano a su vientre todavía liso. Una habitación para el bebé que ella llevaba dentro para ellos.


Paula miró a su alrededor: la sala estaba llena de flores. 


Se lo tenía que agradecer a Pedro, el hermano de German, cuando llegara.


Aunque eso la matara.


La familia más cercana de German destacaba por su ausencia.


Llevaba dos horas sola al lado de los ataúdes, recibiendo y aceptando el pésame de otros familiares y de los amigos y conocidos de Laura y German. Al mirar su reloj, Paula oyó una conmoción en la puerta. El hermano de German y sus padres habían llegado por fin, justo cuando iba a empezar la ceremonia. Estaba segura de que Pedro era inocente. Sabía muy bien cuánto quería a su hermano.


Paula esperó a que se quitaran los impermeables, después, caminó hacia su asiento y le hizo una señal al reverendo para que comenzara. Si eso incomodaba a los Alfonso que así fuera.


¿Qué tipo de personas llegaban tarde al funeral de su propio hijo?


El reverendo, un hombre amable que había apoyado a Paula durante aquellas dos horas difíciles, entendió sus sentimientos. Si los Alfonso hubieran querido estar junto a su hijo, habrían llegado a tiempo.


Ya aceptarían el pésame después.


El sacerdote rezó por German y por Laura, después les pidió a los asistentes que recordaran sus cortas vidas en lugar de llorar por su muerte.


Antes de que ella se diera cuenta, la celebración había terminado. Como Laura y German iban a ser incinerados, no tendrían que ir al cementerio.


El encargado de la funeraria, se colocó al lado del párroco y los invitó a todos a comer en Bellfield. No hizo falta que dijera que era la casa de los Alfonso ni tampoco decir dónde estaba. Todos lo sabían.


Paula no pensaba ir. No pensaba pisar aquel mundo ni un minuto. Cuando todos se sentaran a tomar la sopa, ella ya estaría de camino a casa. De vuelta a sus orígenes.


Paula acababa de inclinarse para recoger su bolso cuando unos zapatos italianos brillantes aparecieron ante ella. 


Pedro


Haciendo un esfuerzo por mantener la calma, se incorporó para hacer frente al hermano de German. Seguía siendo tan guapo como siempre, llevaba el pelo peinado hacia atrás, todavía mojado por la lluvia. Sus ojos grises eran como ella los recordaba de la última vez que lo había visto en la boda de Laura y German.


Su cara era una máscara de decoro, tan diferente del encantador de serpientes de la noche antes de la boda de sus hermanos.


—El funeral ha salido bien —dijo él, como buscando un tema neutral.


—Sí. Gracias por organizado todo.


Él asintió.


—Siento que llegáramos tarde. El vuelo de mis padres se retrasó.


¿Estaba enfadado con sus padres, con la compañía aérea o con ella por empezar cuando lo había hecho?


Paula pensó que no le importaba.


—De todas formas estuvo bien. Seguro que todos tendrán tiempo de darle el pésame a tus padres durante la comida —dijo Paula, deseando que se marchara.


—¿Vienes a la mansión con nosotros?


—Tengo mi coche —respondió ella. 


Nueva mentira. 


Tenía su coche. Sólo que estaba aparcado a la vuelta, lleno con sus enseres y unas cuantas cosas personales que se había llevado como recuerdo de Laura y German.


El banco y la familia de German podrían llevarse todo lo demás. Ella no quería prolongar su contacto con los Alfonso pidiéndoles nada para el bebé. Por lo que a ella concernía, estaba lista para ponerse en camino y dejar Pensilvania atrás.


—Quería reunirme contigo para hablar sobre tus planes para el bebé —dijo Pedro—. Pensé que después de la comida podríamos hablar en privado. No tardaríamos mucho.


—Por supuesto—dijo ella.


Teniendo en cuenta la clase de personas que eran los Alfonso, no había pensado que les importara cuáles eran sus planes. Pero no importaba. Ella no tenía ningún compromiso con las personas que habían hecho la vida de German tan desgraciada. Lo que sabía de su infancia la horrorizada. De ninguna manera iba a exponer a su precioso hijo a unas personas tan frías y tan egoístas como los Alfonso.


—Bien. Hablaremos más tarde.


Ella asintió.


«Hablaremos más tarde. Mucho más tarde. Cuando el infierno se congele», pensó Paula mientras Pedro caminaba hacia sus padres. Al rato, mientras salía de la habitación, se despidió mentalmente de todos los Alfonso.


Su bebé ahora era un Chaves.




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