sábado, 11 de noviembre de 2017

HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 22




Paula escuchó los golpes de Pedro en su puerta. Ya le sonaba como algo muy familiar. Desde que las cocinas de los dos estaban en obras y, después de dos semanas tomando sandwiches y comida para llevar, Pedro la había invitado a cenar fuera. A ella le había parecido una idea genial pues estaba cansada de saborear la comida con polvo. Sin embargo, no le gustó tanto la elección del restaurante: Solomons Pier. Y no era el viaje a las islas Salomón lo que la molestaba; la comida merecía la pena. El problema era el ambiente: demasiado romántico. Paula temía no poder ocultar lo que sentía por él.


Se paró a mirar su reflejo en el espejo. Se había recogido el pelo en un moño y llevaba algunos mechones sueltos. El estilo era formal, pero no demasiado.


Se sintió molesta con ella misma y se quitó el lápiz de labios. 


¿Qué le pasaba? ¿Estaba sufriendo un ataque de nervios por salir a cenar con un hombre con el que llevaba un mes haciendo la mayoría de las comidas? Aquello era una tontería. Sin embargo, no podía calmar los latidos de su corazón ni apartar las mariposas que le habían invadido el estómago.


De verdad, ya era duro resistir su atractivo cuando estaba cubierto de polvo. No podía imaginárselo enfrente de ella, con la luz de la vela danzando en sus ojos.


Estaba perdida. Tomó aliento, colocó una sonrisa en la cara y abrió la puerta.


—Llegas justo a tiempo —le dijo con alegría fingida.


Pedro se había puesto un traje de chaqueta azul marino y una camisa blanca. Estaba perfecto. ¿Por qué tenía que ser tan guapo? Y aquella sonrisa que mostraba era un fenómeno que siempre conseguía disolver su aplomo. Últimamente su sonrisa era siempre espontánea y sincera y a ella le resultaba imposible no responder.


Se preguntaba si Pedro se daría cuenta de que había conseguido casi todo lo que había deseado. Primero, que le perdonara por haberla amenazado legalmente. También le había dicho que quería agradarla y a ella le gustaba el hombre que se había revelado durante las últimas semanas.


Ahora el problema era que estaba empezando a amarlo también; por muy estúpido que eso sonara.


Pero también había fallado. Él quería que confiara en él y, en lo que se refería al bebé, así era; pero confiarle su corazón era una cosa bien distinta.


—Me dieron la dirección cuando hice la reserva, pero necesitaré tu ayuda —le dijo él.


—El lugar es precioso y la comida maravillosa; pero de verdad Ruby's Diner también está bien — le dijo ella mientras se unía a él en el porche.


—Estoy seguro; pero creo que nos merecemos algo especial después de tantas semanas comiendo nuestros guisos.


—Yo he estado cocinando durante años sin ir a un restaurante. Además, hemos estado haciéndolo muy bien hasta que nos quedamos sin cocinas.


Él le puso la mano en la espalda mientras se dirigían al coche y Paula sintió que se le paraba el corazón.


«Esto no es una cita. Esto no es una cita», se repitió en silencio mientras le gritaba a su cuerpo que se moviera. Pero su cuerpo no actuaba de manera coherente y cuando llegaron al coche, aunque él ya la había soltado, el corazón no bajaba su ritmo.


Durante los últimos cinco años había salido a cenar con tres hombres, con cuatro si contaba a Antonio. Y ninguno le había hecho sentir lo que le hacía sentir Pedro. Nunca se había imaginado a ellos abrazándola, tocándola de manera tan íntima como él lo había hecho una vez.


Antonio había sido el que más había durado porque era un amigo de toda la vida y porque era el que más se parecía a Pedro físicamente. Paula había intentado construir una relación con él; pero, al final, los dos se habían dado cuento de que no podía ser. No había chispa. No había atracción ni deseo.


—¿Te he dicho ya lo guapa que estás esta noche? —preguntó Pedro mientras abría la puerta del restaurante. 


Ella lo miró y sintió que la cautivaba con la mirada. Meneó la cabeza sin atreverse a decir nada.


—Pues debería habértelo dicho.


—No hay motivos para decir algo así.


—Todos los motivos para un hombre que todavía tiene sangre en las venas —dijo él; después pestañeó y el momento se disipó.


Como tenían reservas, los acompañaron hasta una mesa al lado de una ventana con vistas a la bahía. El sol había comenzado a descender, inundándolo todo de un reflejo dorado. La atmósfera era íntima, tal y como ella había temido.


—Si la comida es tan buena como las vistas, el viaje merece la pena —dijo él mirando hacia el agua.


—Si no han cambiado, suele ser perfecto.


—¿Has venido aquí por negocios?


¿Es que pensaba que nunca había estado con otro hombre? ¿Que se había metido en su casa y se había guardado para el día que él despertara?


Lo miró con una sonrisa.


—En realidad, estuve aquí con Antonio Long. Aquí me pidió que me casara con él.


Pedro frunció el ceño y la miró pensativo.


—¿Te pidió que te casaras? —le preguntó por fin—. Nunca me dijiste que hubieras estado comprometida.


—Eso es porque lo rechacé.


—Qué raro. ¿Y seguís siendo amigos? ¿Después de haberlo rechazado?


—Antonio es especial. Los dos nos dimos cuenta de que sólo podíamos ser amigos; que no podía haber nada más. Cuando yo me quedé embarazada y Laura y German murieron, él me pidió que me casara con él. Pensó que podríamos construir una familia basada en la amistad. Pero yo no podía dejar que se engañara así.


«Ni engañarme yo», añadió en silencio. «Porque ningún hombre me ha hecho sentir lo que sentí por ti. Lo que todavía siento».


Pedro se quedó mirando a Paula mucho rato hasta que una de las camareras los interrumpió al parar en su mesa para encender la vela y preguntarles qué iban a tomar.


Después de pedir vino para él y agua con gas para ella, Pedro la tomó de la mano.


Aunque parecía segura de lo que sentía por Antonio, todavía se la veía preocupada. Quizá pensara que el bebé se merecía un padre. Desde luego, Paula se merecía a una persona como Antonio, pero también, un hombre que la deseara y que encendiera el fuego interior que él había tenido el privilegio de ver una vez.


La luz de la vela brilló en los ojos azules de ella


—Mi reino por tus pensamientos —le dijo él, con voz ronca.


—Estaba pensando que eres diferente de lo que pensaba. Más parecido a German y menos parecido a tu padre. Me imagino que debió ser la influencia de Nanny Maria la que os inculcó este sentido de la familia; está claro que no tiene nada que ver ni con tus padres ni con la genética.


Pedro se sintió feliz porque ella pensara que no se parecía a su padre. Nunca le habían dicho nada igual. Era como si hubiera empezado a gustarle. Lo más sorprendente de todo era que ya no lo veía como algo malo.


¿Y el sentimiento que tenía hacia ella no podría continuar durante años? ¿No podría ser él el tipo de hombre que ella necesitaba? ¿O volvería a sentirse atraído por el tipo de mujer con la que siempre había salido en el mundo real?


El tema era que no podía arriesgar el corazón de Paula. Si lo hacía y le hacía daño, podía destruir la amistad que habían construido y perder su oportunidad de formar parte de la vida de su sobrina.




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