sábado, 11 de noviembre de 2017
HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 21
Cuando ella se marchó de casa por la mañana, con varias citas en la agenda, su cocina estaba intacta y ni se imaginaba lo que le esperaba a la vuelta.
Aunque los planos habían estado en la mesa con los otros el día que ella fue a verlos, él se había cuidado de que quedaran ocultos bajo una pila de herramientas.
Esa mañana, en cuanto Paula se marchó, Jerry había llegado con todos sus trabajadores. Los hombres habían logrado un pequeño milagro: habían quitado todos los armarios de la cocina y habían tirado el muro que la separaba del baño. En su lugar, habían levantado una nueva pared que hacía la cocina medio metro más pequeña y se lo daba el baño para poder poner una nueva bañera más grande.
Cuando llegaron de la consulta del médico, Pedro esperó la explosión de Paula que había ido a la cocina a por un vaso de agua. Sin embargo, sólo oyó el sonido de sus pasos.
—Corrígeme si estoy equivocada, pero ¿no me prometiste que los planos que vi serían lo último que harías? —preguntó ella de manera terriblemente razonable.
Iba a ser más duro convencerla, si permanecía tan calmada.
Él intentó parecer inocente.
—¿Qué pasa?
—¿Cómo que qué pasa?
Él se dirigió hacia la cocina intentando mostrarse indignado.
—¿Es que Jerry no siguió los planos? Sólo he estado fuera dos horas.
Cuando entró en la cocina, los planos estaban encima de la mesa, tal y como él había planeado. Los agarró y se puso a mirarlos. Lo que seguía a continuación era más difícil: tenía que pretender confusión.
—Pensé que todo estaba bien; pero si esto no es lo que tú querías. ¿Dónde está Jerry?
—¿Qué quieres decir con dónde está Jerry? — gritó ella—. Ha tirado la pared. ¿Y dónde están los armarios y la cocina?
Pedro fingió confusión de nuevo.
—Paula, dijiste que los planos eran perfectos. Que no cambiarías nada.
—Yo sólo aprobé el trabajo de los cuartos de baño —insistió ella.
—Y la cocina. El día que te dije que miraras los planos estaban todos aquí en la mesa.
—No vi el de la cocina. Nosotros sólo hablamos de los baños...
—Pero la bañera no habría cabido sin correr el muro.
—No puedo aceptar que cambies la cocina.
—¿No te gusta? Mira, puedes trabajar con Jerry. Yo me quedaré al margen.
—Pedro —dijo ella desesperada—. Los planos son perfectos. Son casi lo que yo soñé para esta habitación; aparte de la pared y de la isla central, es mi sueño hecho realidad.
—Quitaremos la isla. Jerry pensó que sería una buena idea. Pero la pared tiene que quedarse así. La bañera ya está colocada.
Ella suspiró frustrada.
—¿Es que no me escuchas? Me encanta la isla del centro.
—Entonces, no veo cuál es el problema.
—¿No? —paró para tomar aliento—. ¿Cómo piensas que voy a permitir que te gastes este dinero? Pedro, esto va costar una fortuna.
—Pero ya hemos hablado de esto.
—De los baños. ¡Yo no sabía nada de la cocina!
—Está todo empezado. Ya es demasiado tarde para dar marcha atrás.
Ella abrió los ojos.
—¡Lo tenías todo planeado!
«Oh, oh. Se está enfadando». Maldición.
—¿Planear qué? ¿Los cambios? Pues claro que sí. Con Jerry. Dibujamos los planos. Te los enseñé —dijo con calma—. Estaban en la mesa y tú los aprobaste, Pensé que los habías aprobado todos. Mira están numerados: uno de tres, dos de tres y tres de tres —dijo señalando el número que había en la parte superior derecha de cada hoja—. Ya he firmado el contrato con Jerry; además, ha movido la pared. Los armarios... estaban muy viejos y al quitarlos.... Por favor no te enfades. Mira, si te vas a sentir mejor, dejaré que me devuelvas el dinero.
—Con intereses —le dijo ella, sintiéndose un poco mejor.
—De acuerdo. Un uno por ciento.
Ella meneó la cabeza, él sabía que lo haría; era una cabezota.
—Cuatro por ciento —dijo ella.
Él le dijo que no.
—Uno y un cuarto.
—Tres.
—Uno y medio —dijo él.
Ahora fue ella la que negó con la cabeza.
—Dos.
Se sentía como si estuvieran jugando al tenis.
—Uno y un cuarto.
— ¡Has retrocedido!
—Estás discutiendo mucho. Mi próxima oferta vuelve a ser uno.
—Me vas a volver loca. Uno y medio y no bajaré más.
—De acuerdo, pero ni un céntimo hasta que la tienda esté funcionando.
—Eres un negociador muy duro —se quejó ella mientras se cruzaba de brazos.
Él tuvo que hacer un esfuerzo para no sonreír mientras imitaba el gesto de ella y cruzaba los brazos. Ella no tenía ni idea de lo cabezota que podía ser. No aceptaría ni un céntimo cuando ella intentara pagarle. Simplemente, lo volvería a colocar en la cuenta de la niña.
—Recuerda el día de hoy cuando tu hija te pida el coche o quiera ir a una cita. Entonces ya verás de dónde le vienen los genes de la cabezonería.
Ella levantó la barbilla.
—Estoy segura de que será razonable y aceptará mis decisiones.
—Ni en sueños —gritó él riéndose mientras ella se alejaba.
Después se volvió, todavía con los planos en la mano, y miró a la habitación. Pronto los sueños de ella se harían realidad.
Entonces, volvió a recordar la mirada de los ojos de ella cuando la doctora se equivocó y lo llamó papá. Sintió un dolor agudo en el pecho y pensó que si no podía ser el hombre de sus sueños, al menos podía hacer que algunos de ellos se hicieran realidad.
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