viernes, 10 de noviembre de 2017

HEREDERO DEL DESTINO: CAPITULO 17




Paula no estaba segura de lo que había salido mal con su plan. Durante las dos últimas semanas, Pedro había pintado la entrada, el pasillo y el salón y, aun así, había encontrado tiempo para decirle lo que tenía que comer y de convencerla para que durmiera cada tarde.


Paula oyó sus pisadas.


—No pienso ir a dormir. No intentes convencerme.


Él se encogió de hombros, con un aspecto un poco decaído.


—Quería saber si te apetecía venir a sentarte en el porche conmigo. Pero veo que estás ocupada — dijo él y se marchó sin decir nada más.


A Paula le había parecido que estaba triste por lo que se levantó y salió a buscarlo. Se lo encontró sentado en las escaleras.


—¿Qué te pasa?


Él vio la preocupación de su mirada.


—¿Tan transparente soy?


—Bastante. Pareces un poco alicaído.


Él meneó la cabeza.


—Hoy era el cumpleaños de German.


Paula se llevó una mano a los labios.


Pedro se sentía realmente solo. No sólo por el sitio donde estaba sino por quién era. El hijo de una mujer fría y de un padre indiferente. Y ya no era el hermano de German. Sólo Pedro Alfonso. Abogado.


Aparte de un par de fundaciones caritativas para las que había trabajado, nada quedaría cuando él muriera.


Sintió la mano de Paula sobre la de él y se le puso la piel de gallina.


—Lo siento —dijo Paula—. Debería haberlo recordado.


—Es la primera vez que no estamos juntos. Solíamos celebrarlo juntos. Siempre. Cuando se casó con Laura, pensé que íbamos a dejar la costumbre y por eso no se lo recordé ni preparé nada. Él se acordó el día antes y consiguió un billete para el Concorde. Apareció en mi hotel de Londres donde estaba trabajando en una fusión. Nos fuimos a un pub del centro y nos emborrachamos.


—Sólo lo conocí como el marido de mi hermana. ¿Qué tal era como hermano?


—El mejor. Durante el viaje al internado, él siempre me contaba historias para que no tuviera miedo.


Ella lo miró horrorizada.


—¿Ibais solos al internado?


—Hay cosas mucho peores. He ayudado a algunas fundaciones para huérfanos. Hay niños que han visto morir a sus padres o a sus hermanos de hambre o por violencia.


Ella pestañeó.


—Acabo de darme cuenta de que sé que eres un abogado internacional, pero no sé lo que eso significa.


Él dejó escapar un suspiro, aliviado por el cambio de tema.


—No es muy diferente a un abogado de ciudad. La diferencia es que viajo mucho y los idiomas.


Ella se giró hacia él.


—¿Cuántos idiomas hablas?



****


Más tarde, cuando Pedro se dio cuenta de que el sol se estaba poniendo, le dijo que cenaran juntos. Estuvieron charlando mientras la preparaban, comieron y, por último, recogieron. Él no podía recordar cómo lo había logrado, pero le había hecho hablar sin parar. Y él le había contado más cosas sobre su carrera de lo que le había contado a nadie que no fuera su hermano. Aquella intimidad le gustaba, pero no podía arriesgar el corazón de Paula, por mucho que la deseara. La vida de él, su vida real, estaba en otra parte.


Los últimos años, se había visto perseguido por filántropos millonarios que querían establecer fundaciones en beneficio de los pobres. A Pedro le había gustado mucho el trabajo, pero lo que más le había gustado había sido asegurarse de que el dinero llegaba a su fin y no se quedaba en los bolsillos de los intermediarios.


Sobre todo habían hablado de German. Ahora, de vuelta a casa, Pedro se dio cuenta de que había acabado otro día.


Estaba sonriendo.


Ella lo había ayudado.





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