lunes, 27 de noviembre de 2017

COMPROMISO EN PRIMERA PLANA: CAPITULO 9





—Los rumores vuelan por aquí como las moscas en Riverdale, donde mi hermana da clases de equitación.


Pedro levantó la mirada. Dany, el chico de los bocadillos, estaba en la puerta de su despacho, con una sonrisa en su redonda cara llena de pecas. Siempre había tratado con esa familiaridad al vicepresidente de AMS y Pedro se lo permitía, aunque nunca se lo permitiría a nadie más. El chico le hacía gracia. Era como un hermano pequeño… el hermano que le habría gustado tener.


Nadie en la oficina lo sabía, pero Pedro le estaba pagando la carrera. Era un chico muy listo y algún día sería un abogado estupendo.


—No tengo tiempo para cotilleos, Dany, ya lo sabes.


Dany cerró la puerta y se acercó al escritorio.


—¿Aunque se traten de ti?


—Especialmente si se tratan de mí.


—Muy bien, pero si te casas me invitarás a la boda, ¿no?


Pedro arrugó el ceño.


—¿No tienes que ir a clase?


—No empieza hasta las dos.


—¿No tienes que llevarle bocadillos a nadie?


Dany sonrió.


—Bueno, ¿quién es la afortunada, una modelo o una actriz?


—Deberías llegar a clase antes que los demás. Así les demostrarías a tus profesores que estás comprometido con tu carrera.


—Demostraría que soy un pringado. Pero hablando de compromisos… no puedo creer que vayas a casarte.


—Que lo pases bien, Dany.


El chico señaló los papeles sobre su escritorio.


—¿Qué haces, escribiendo tus votos?


Pedro le lanzó una mirada que hizo a Dany recular hasta la puerta, levantando las manos en señal de rendición.


—Bueno, bueno, ya me voy.


Cuando desapareció, Pedro se arrellanó en el sillón para repasar la información que le había dado el detective privado: Paula Chaves, aspirante a artista gráfica que actualmente cuidaba y residía en el apartamento de un príncipe en ausencia de éste, estudió en un colegio público y había sido una buena estudiante. Consiguió trabajo en una galería de arte a los catorce años y era instructora de inglés como segundo idioma. Su madre era pintora… y del padre no se sabía nada. Después del instituto se había graduado en la Escuela de Artes Visuales de Manhattan y en el informe no se hablaba de novios ni de matrimonios.


Interesante, pensó.


Era una buena chica, eso seguro, pero lo mejor de todo era que necesitaba ayuda económica. Tenía un préstamo universitario por pagar, un trabajo temporal cuidando de la casa de Sebastian Stone y aún no había hecho nada como diseñadora gráfica.


Pedro giró el sillón hacia la ventana y se quedó mirando el cielo de Nueva York. ¿Podría hacerlo? ¿Podría ser un hombre casado? Había estado a punto una vez, cuando era un idiota, entre los dieciocho y los veinte años.


Había conocido a una chica en la universidad a la que creyó el amor de su vida. Era una joven de la alta sociedad, guapísima, cinco años mayor que él, que quería casarse y tener hijos inmediatamente. Pedro, un crío enamorado entonces, le había dicho que sí sin pensarlo dos veces. Pero una semana antes de la boda ella lo llamó para decir que se había casado con otro hombre y estaba en ese preciso momento de luna de miel.


No se molestó en pedirle perdón por dejarlo tirado, sencillamente le dijo que el hombre con el que acababa de casarse le había ofrecido «algo mejor».


Pedro había estado destrozado durante todo un año. Pero luego entendió algo: quizá el matrimonio fuera un simple acuerdo, una decisión tomada con la cabeza cuando llegase el momento.


¿Estaba preparado para hacerlo ahora?, se preguntó, girando de nuevo el sillón. ¿Podía llegar a un acuerdo temporal con alguien para tranquilizar a su padre y hacerse con el control de AMS?


Sí. A cambio de ser presidente de AMS, podría soportar un año de privación de libertad. Especialmente si su carcelera besaba así de bien.


De modo que levantó el teléfono, pulsó un botón y, cuando su padre contestó, le dijo:
—Trato hecho.


Ahora sólo quedaba convencer a la señorita.




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