lunes, 2 de octubre de 2017
RUMORES: CAPITULO 15
Estaban sentados en la cocina tomando huevos revueltos cuando entró Alejo. Se detuvo sacudiéndose los pies en el felpudo.
-Hace un frío helador ahí...
Se detuvo a mitad de la frase al ver que Paula no estaba sola.
Después de una mirada de asombro, su cuñado recuperó la compostura y siguió quitándose los guantes.
-¿Es café eso que huele tan bien?
-Sírvete tú mismo -dijo Paula preparándose para los comentarios que sabía que seguirían.
Pedro apenas había manifestado nada salvo un parpadeo de incomodidad y ella observó con envidia cómo se llevaba otro bocado a la boca. No había ningún motivo para sentirse avergonzada, se dijo a sí misma. Pero seguía sintiéndose turbada.
-El coche se estropeó, ¿verdad? -preguntó su cuñado apoyándose en la encimera con la taza humeante entre las manos.
-No. ¿Tienes algún problema con eso? -Pedro apoyó los codos en la mesa y miró a su amigo.
Había más curiosidad que hostilidad en su voz.
-¿Y por qué debería? -preguntó Paula con más acidez de la que había pretendido.
No estaba ni siquiera preparada para las inevitables preguntas de Alejo acerca de las intenciones de Pedro.
¿Cómo iba a responder si no sabía ella misma la respuesta?
Los dos hombres agitaron la cabeza al mismo tiempo y ella casi notó la complicidad en la mirada que intercambiaron.
-Tienen buena pinta esos huevos -comentó Alejo.
-Bueno, pues no vas a tomar ninguno -dijo Paula sin respeto a la hospitalidad.- Y sé que intentas llevar la conversación a tu terreno, así que te advierto...
-Me voy.
Alejo posó la taza en la mesa.
-Le he prohibido a Ana que conduzca hoy, Paula, así que me temo que estarás sola.
-Creo que me las arreglaré. Y de verdad debes tener a Ana a tus pies si consigues tú dictar las normas.
-El truco consiste en dejar que crea que es idea suya -replicó Alejo con una sonrisa-. Creo que necesitarás una mano para sacar el todoterreno, Pedro.
-Te lo agradecería.
-Si viste el coche de Pedro, entonces sabías que estaba aquí -comprendió Paula al detectar cierta inconsistencia-. Estabas...
-¿Liándote? -su cuñado se rio-. Como a una oveja al matadero, Paula -observó con una carcajada al llegar a la puerta de la cocina.
-Y tú sabías que él ya lo sabía -la acusó Pedro con indignación-. El Land Rover está aparcado a pocos metros de la puerta. Alejo no podía entrar sin tropezarse con él -señaló Pedro con una calma imperturbable-. Y dijiste que a Alejo no le importaría saber que había pasado la noche aquí.
-Y no debería -murmuró ella mirándolo con resentimiento.
La insensibilidad de la especie masculina era asombrosa, pensó para sí.
-Pero le importa. ¿Hubieras preferido que me hubiera escabullido antes?
La intensidad de su mirada la incomodó.
-No, aunque en algunos aspectos hubiera sido más fácil. Esto me resulta un poco extraño. No estoy acostumbrada a desayunar con hombres.
El expresivo arqueo de una de las cejas de Pedro le produjo una oleada de pánico.
-Normalmente les doy una patada la noche antes.
Con una carcajada suavizó el impacto de su broma.
Irónicamente, era más probable que Pedro creyera la broma que la verdad.
-¿Volveremos a repetirlo?
-¿Desayunar?
Él frunció el ceño con impaciencia.
-¿Qué se supone que voy a decir, Pedro?
-Sí o no.
-¿Así de simple?
Probablemente lo fuera para él. Pedro no tenía conflicto ni complicaciones emocionales. Simplemente satisfacer sus apetitos básicos.
-Eso depende de nosotros.
Eso no significaba nada, pensó Paula con frustración. ¿Era una invitación para empezar alguna relación oficial o una advertencia de que no se le escaparan las cosas de las manos? ¡Vaya ambigüedad! Pero era un poco tarde para empezar a amar a la defensiva. Ya sólo podía amar y vivir con las consecuencias.
-Sí.
Pedro no parecía ya esperar su contestación jadeante, pero pareció moderadamente satisfecho.
-No puedo quedarme esta noche. Tengo un huésped.
Paula apartó la irracional punzada de decepción que la asaltó.
-Bien -dijo con calma.
«Sé adulta, Paula».
-Te llamaré a las nueve a ver si todo va bien.
-No tienes por qué.
-Acepta la ayuda con gracia, Paula.
-No llegará el día -intentó bromear ella.
Iba a tener que hacer algo drástico acerca de aquel obsesivo deseo de estar en su compañía.
-Te cortaré unos cuantos leños antes de irme. Ya me he dado cuenta de que el montón está bajando. A menos que prefieras cojear por la nieve para hacerlo tú misma.
-Mira -dijo ella metiéndose los dedos en la comisura de los labios para hacerle una mueca-. Estoy sonriendo con gracia.
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