lunes, 2 de octubre de 2017
RUMORES: CAPITULO 16
Llegaba pronto. Eso fue lo primero que se le ocurrió cuando oyó llamar a la puerta trasera. Con el corazón desbocado se apresuró a recorrer el pasillo maldiciendo las muletas.
Tanteó para levantar el pestillo y esbozó una jadeante sonrisa de bienvenida.
-¡Leandro! -la decepción fue intensa. Sentía ganas de tirarse al suelo y llorar como una niña-. ¿Qué estás haciendo aquí?
-Sabía que te enfadarías conmigo, pero, ¿puedo pasar? He tenido que dejar el coche a unas dos millas camino abajo. Y para ser sincero, cielo, si hubiera sabido que habías subido a las montañas, me hubiera quedado en la habitación calentita de mi hotel, con sentido de la culpabilidad o sin él.
Se sopló los dedos helados.
-Será mejor que pases.
-Gracias a Dios. Pensaba que me ibas a dar una patata y a tirarme a la nieve.
-No me tientes.
-¡Dios, tu pobre pierna! No has tenido un buen mes, ¿verdad?
-Ya lo ves.
Una sonrisa asomó a sus labios mientras lo precedía al salón. Las cosas se estaban poniendo mejor.
-¿Qué puedo decir? Te debo una muy importante.
-Mientras no te olvides -respondió con acidez Paula.-. Será mejor que cuelgues el abrigo junto al fuego. Está empapado.
Incluso sin abrigo, Leandro era un hombre corpulento y un poco rollizo.
-¿No has oído las predicciones del tiempo?
-Sí, pero no pensaba que vivías al final de un camino de tierra. ¿Sabías que hay que cruzar cuatro puertas?
-Ya me he dado cuenta -dijo Paula con una sonrisa al oír su tono de indignación-. Pensé que eras un tipo duro de las montañas.
-Eso fue hace mucho tiempo. Ahora soy más de apartamento, aire acondicionado y limusina. No verás callos en estas manos.
Extendió sus manos de manicura perfecta para que las examinara.
Una imagen de otras manos callosas flotó en su mente.
-Estás blando -bromeó.
-Estoy arrepentido -dijo Leandro con seriedad antes de sacar una silla y sentarse a horcajadas-. Tienes que creer que no tenía ni idea de que la prensa fuera a crucificarte de esa manera. Shirley y yo te estamos profundamente agradecidos de que mantuvieras la boca cerrada. La política es un juego duro, pero su hijo consiguió la nominación estatal gracias a ti y no hay razón ya para que no quedes limpia.
-Eso son buenas noticias.
-Mi querida ex se volverá loca cuando comprenda que la hemos tomado el pelo.
Aquella idea pareció darle cierto placer.
-¿O sea que la separación no va a ser amistosa? Bueno, mientras no sea yo el blanco de su ira.
La última vez había sido particularmente desagradable.
-Tú ya estás fuera de esto, Paula. Solo espero que la pobre Shirley pueda aguantar la presión de la prensa. Para ti es diferente. Tú eres dura, Paula.
¡Vaya! ¿Es que creía que la curiosidad invasora de la prensa no la había afectado?, se maravilló Paula. Sin embargo, el alivio de saber que aquella farsa se había acabado era intenso.
-Brindaré por el final de la farsa
Leandro posó las dos copas en la mesa y sonrió con picardía.
-Pensé que nunca lo dirías. No te muevas. Yo traeré las copas. Dime, supongo que no tendrás el número de teléfono de Sam para ponerme en contacto con él. Debo haber perdido el que me dio.
-¿Perdido? -Paula sacudió la cabeza-. ¡Y pensar que creí en que te sentías culpable y que solo estabas preocupado por mi bienestar! Así que no eran esos los motivos de tu visita.
Leandro posó las copas en la mesa y sonrió.
-Sí lo eran. Hasta te he traído flores, pero las dejé en el coche. Solo pensaba que ya que estoy aquí...
-Me sacarías donde está Sam. Ese hombre está en su luna de miel, Leandro. Con mi hermana. Nunca me hablaría de nuevo si te lo diera.
-Tengo un gran proyecto en el asador. Sé que se abofetearía a sí mismo si se le escapara...
-Tu altruismo es digno de honra, pero la respuesta es no.
-Paula...
-No te funcionará.
Leandro suspiró.
-Bueno, merecía la pena intentarlo.
A pesar de su seguridad, Leandro intentó sacarle la información toda la tarde. Paula no estaba realmente ofendida; no se hacía ilusiones con respecto a Leandro. Le caía bien, pero cuando se metía en negocios no era nada sentimental. Más bien obcecado.
-Ha sido una suerte haber conocido por fin a una mujer que sabe guardar un secreto en un mal momento -observó mientras se preparaba para irse.
Paula no le hizo caso.
-¿Quieres esa linterna? -preguntó ella mientras se abrochaba el abrigo-. Estos te valdrán -dijo pasándole unos guantes de cuero de su padre-. Pero ya te he dicho que si quieres, te puedes quedar a cenar.
Aunque Paula se alegraba de que hubiera rehusado. Pedro llegaría pronto y, en ese caso, tres serían una multitud.
-Gracias, Paula. Creo que son de mi talla -aceptó-. Hay luna llena y el cielo está muy claro, así que no necesitaré una linterna. Está helando mucho y si dejo aquí el coche más rato, no habrá quién lo arranque -apoyó las manos en sus hombros con suavidad-. Vendrás a la boda, ¿verdad?
-¿No crees que deberías divorciarte antes? -bromeó ella.
-Ya lo sé. El asunto es que llevamos tanto tiempo viviendo separados que hace mucho que no me siento casado. Para decirte la verdad, nunca pensé que querría intentarlo de nuevo y ahora me gustaría haberlo hecho hace años.
-Dale un beso a Shirley.
-Lo haré -dijo Leandro con voz susurrante-. Nunca olvidaré lo que has hecho por mí, Paula-dijo con extraña emoción en él antes de besarla con calidez-. Eres única entre un millón.
-¿De verdad? Yo le hubiera dado mucha menos puntuación.
Desde la puerta abierta llegó una ráfaga helada que fue cálida en comparación con el frío comentario.
-¡Pedro, llegas pronto!
-Eso ya lo veo.
-No sé cuál será tu problema amigo...
-Yo no soy su amigo -respondió Pedro con hostilidad.
-¡No le hables a Leandro así!
Paula se estaba poniendo cada vez más furiosa.
Si había creído que Pedro había cambiado de opinión respecto a ella, allí tenía la prueba de que se había equivocado.
-¡Hablaré con Leandro como me dé la gana!
-No, espera un momento -empezó Leandro disgustado.
-¡Cállate! -gritaron los dos al unísono.
Los ojos azules se clavaron en los grises con la misma enemistad.
-Simplemente vete, Leandro -consiguió decir Pedro con voz más calmada.
-No pienso dejarte con él -replicó Leandro con firmeza dirigiendo una mirada de desconfianza a Pedro-. ¡Dios, Paula! ¿No te habrás enrollado con él?
Paula hubiera deseado con todo su corazón haber podido negar aquello. Era fácil comprender por qué su amigo no quería irse. Pedro parecía muy peligroso. Tenía las facciones duras como el granito y la tensión de su cuerpo acentuaba la amenaza física que representaba.
-Leandro no es tan estúpido como parece, Paula. No confía en ti. ¡Cielos! Debe ser duro tener una novia dispuesta a meterse en la cama con el primer desconocido que llama a su puerta.
-Solo si no hay nada mejor en televisión.
Paula todavía tenía a Leandro agarrado por el abrigo y tenía que protegerlo por si le daba por enfrentarse a Pedro en un gesto de caballerosidad. Su amigo era tranquilo, agradable y sedentario, atributos completamente ausentes en Pedro.
-Escucha, Leandro -dijo con apremio-. Quiero que te vayas, por favor. No te preocupes por él -le dirigió a Pedro una fría mirada de disgusto-. Es todo boca y músculo, la mayor parte entre sus orejas. Solo te insultará y la opinión de Pedro me es indiferente.
-¿Estás segura? -preguntó dudoso Leandro.
-¿Está sugiriendo que yo pegaría a una mujer?
En otro momento y otras circunstancias, el comentario de Pedro la hubiera hecho sonreír, pero en ese momento pensó que no volvería a sonreír nunca.
-No me tocará -le aseguró a Leandro-, pero es probable que tú acabes con la nariz rota. Y no, no estoy sugiriendo que estés asustado, pero para ser prácticos, ¿no crees que un ojo morado te estropearía la imagen? Es viernes y tienes el programa de televisión de costa a costa.
Aquel recuerdo fue suficiente para calmarlo, pero Leandro parecía indeciso. Pedro observó aquella leve pugna con su conciencia con desprecio.
-Bueno, si estás segura...
-¿Desde cuando he necesitado yo a nadie que se pelee por mí? -le dio un cálido beso y lo empujó hacia la puerta, pero el corpulento cuerpo de Pedro estaba bloqueándola-. ¿Te importa?
La forma en que él espoleó los talones e inclinó la cabeza estaba cargada de sorna.
-¿No me vas a pedir que me vaya?
¿Y darle la oportunidad de que se negara? De ninguna manera.
-No antes de que te diga exactamente lo que pienso de ti y, después, no tendré que pedírtelo.
Paula notó la sorpresa momentánea en sus ojos. Sí, la mejor defensa era el ataque. Si Pedro estaba esperando que se quedara callada a escuchar todos sus insultos, ya podía olvidarse.
—El suspense me está matando!
-No te hagas ilusiones -susurró ella antes de sonreír a Leandro y agitar la mano.
Leandro había estado escuchando su conversación con expresión preocupada.
-Buen viaje y dale un beso a Shirley.
-Me siento mal dejándote...
-Ya te he dicho muchas veces que soy una chica crecida.
-Y no sé cuál será tu problema -Leandro salió a la nieve y le gritó a Pedro-, pero esta chica es oro molido y si no puedes verlo, es que estás ciego.
Paula agitó la mano por última vez y cerró la puerta. La expresión de la cara de Pedro era de sorpresa ante la vehemencia de Leandro.
-¿Quién es Shirley?
Paula no había esperado aquella pregunta y por un momento se sintió confusa. Desde que Leandro había dicho que ya podía quedar limpia, había estado pensando cómo y cuándo se lo contaría a Pedro. Aunque hubiera sido bonito que él no necesitara explicaciones, no era tan poco realista como para esperarlo.
-La madre de Leandro -mintió con perversidad.
Se sentía tan traicionada por su desconfianza que ya no quería darle explicaciones.
-No me digas que ya te ha presentado a su familia.
Su burla acentuó su sensación de desolación. Nada de lo que dijera lo haría cambiar de idea y sintió el impulso perverso de dejar que se enterrara más en su propio hoyo.
Con el tiempo, cuando descubriera la verdad, se retorcería de vergüenza.
-Los he conocido -replicó sin más.
-¿Y le has contado que la cama estaba todavía caliente de mí o es que no le importa? ¿Qué tipo de relación perversa tenéis? -preguntó con disgusto-. Debe ser una gran zanahoria la que te ha puesto delante esta vez para querer...
-¿Querer qué, Pedro? -preguntó Paula con una frialdad que ocultaba su enorme disgusto-. ¿Querer llevarlo a él a mi cama y no a ti? ¿No crees que estás haciendo algunas suposiciones muy grandes? ¿Qué te hace pensar que sería un sacrificio?
Pedro contuvo el aliento con fuerza. La idea del nombre de otro hombre en sus labios mientras su pálido cuerpo se convulsionaba en los estertores de la pasión le puso una nube roja ante los ojos. Apretó los puños varias veces para recuperar el control.
-Si estás intentando decirme que soy el segundo después de él -murmuró con desdén-, no desperdicies tu aliento.
-¡Oh, Pedro! No te lo tomes de forma tan personal. Probablemente me hayas hecho un favor -murmuró pensativa-. Creo que estaba dando por supuesto lo que tenía. Corría el peligro de quedarme colgada con hombres cultos y sofisticados, pero ya no pertenezco ahí.
-Me alegro de haberte servido de algo.
La viciosa satisfacción que había sentido al tocarle la fibra sensible se evaporó en el acto. Quizá hubiera llegado demasiado lejos. Había lanzado una bomba y ya no sabía dónde refugiarse.
-¿A qué viene poner excusas, Paula? -susurró él con un tono mortífero-. Es solo sexo lo que tú quieres. Me equivoqué al tomarlo de forma personal. No es solo de mí de lo que no puedes tener suficiente. Y pensar que había creído que me había equivocado contigo -un espasmo de desdén contrajo sus duras facciones-. Tenía mis disculpas bien ensayadas.
-¿Cómo te atreves a ser tan puritano? -gritó ella enferma.
Era él el que la había defraudado, no al contrario. Su constante desconfianza era lo que se había interpuesto entre ellos.
-El sexo es saludable y natural siempre que las cosas salgan como quieres. Siempre que se juegue según tus normas, ¿verdad, Pedro? ¿No eres un poco perverso? ¿No era mi reputación la mitad de la atracción, Pedro? ¿Y sabes lo que creo? Creo que tras todo ese disgusto, lo único que estás es celoso a muerte.
Pedro se acercó a ella y Paula se encontró sin espacio ni movilidad para escapar.
-Lo estoy, pero no te ilusiones -le alzó la cabeza y sonrió con salvajismo-. No te tocaría ni con una pértiga, incluso si mi estómago pudiera soportarlo, las mujeres con la moral de un gato callejero son un atentado contra la salud en estos tiempos.
Paula dio un respingo cuando la puerta se cerró de un portazo tras él. Se sentía demasiado devastada como para llorar. Aturdida y paralizada. Enamorarse no era el júbilo y la alegría que ella siempre había esperado. ¡El amor apestaba!, pensó secándose una solitaria lágrima que rodó por su mejilla.
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